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Hay un país que me duele

Margarita Hernández Contreras

Carta desde Estados Unidos a los políticos mexicanos

Muchísimos, yo creo que millones de niños del país que me duele no conocen los días felices. Algunos tienen que salir al mundo pequeños e indefensos. Algunos lo hacen por órdenes de su madre; otros por iniciativa propia. Se suben a los autobuses de transporte público esperando que los pasajeros depositen en la palma de sus manos flacuchas y prietas algunas monedas. Por esas monedas algunos cantarán o venderán gelatinas y otros improvisarán descubriendo alguno de sus talentos. Cuando llegan a casa le dan a su madre su ingreso magro y triste y luego ven cómo su padre borracho sigue tomando y poniéndose cruel y violento con ellos y con ella. De su madre es que aprenden rápidamente que tienen que quedarse calladitos y quietecitos hasta que pase la tormenta. No dicen ni un solo “ay” pero apenados observan cómo por entre los ojos apretados caen sus lágrimas calientes.

¡Ay, el dolor que siento por estos niños!

Para viejos y jóvenes por igual de este país que me duele, la vida es rara vez buena. La gente gana una cantidad de dinero bien risible por una jornada de trabajo, dinero que tú y yo no aceptaríamos en este poderoso y cómodo país que llamamos nuestro hogar.

Tan injusta es la vida que las cosas que uno considera como “cosa dada”, precisamente por nuestra condición de humanos, no se dan fácilmente en este país que me duele; cosas como una cama, como los días con tres comidas bien dadas; cosas como una jornada laboral de ocho horas justamente pagada; cosas como el agua y el pan y una regadera. Millones de los habitantes de este país que me duele no viven como tú y como yo, con nuestra linda casa, nuestro lindo carrito, con todos los servicios necesarios para vivir una vida digna y decente. Pero, sobre todo, tantísimos de los niños de este país nunca se sienten amados ni atendidos. Tanto y tanto me duele esto que pregunto: ¿Cómo dejamos que esto ocurra especialmente a los niños? ¿El gobierno de este país de veras no tiene corazón, son tan ineptos que han perdido la visión o sencillamente les importa un pito cómo viven millones de sus niños, sin una educación adecuada, sin actividades físicas y creativas, comidas saludables, atención médica para hacerlos crecer en belleza, talento, gracia y salud? ¿Acaso estos niños (permítanme llamarlos “nuestros”), acaso nuestros niños no tienen derecho al amor, la leche y los pañales, de dormir profundamente y de crecer sanos? ¿Acaso no merecen ser mimados y que se les canten dulces arrullos en español (a la rurru niño, a la rurru ya, duérmete mi niño, duérmeteme ya)?

La gente de este país que me duele está harta y hasta la madre de estar absolutamente harta y hasta la madre de este statu quo injusto y tan largamente aguantado. Ahora las masas empiezan a juntarse y dicen: “Basta, idiotas. Estamos hasta el copete de que tan descaradamente se llenen los bolsillos con el fruto de nuestro arduo trabajo y de las contribuciones que hacemos, que piensen que nuestros impuestos están allí nomás para que ustedes se los tomen. ¡Basta! Nuestro hartazgo no puede ni ser nombrado, así que dígannos el ‘uno-dos-tres’ o el ‘uno-tres-dos’, llámenos ‘Nosotros El Pueblo’. Y dejen de pensar que sólo los jóvenes estamos aquí en las calles. Somos todos nosotros, son todos. Estamos en países extranjeros, muchos de nosotros tal vez sintiéndonos exiliados y desubicados gracias a su inhabilidad de contener y satisfacer nuestras necesidades más legítimas. Calladitos nos vamos a trabajar y blogueamos en esta Nada que llamamos Internet y redes sociales, en esta Nada donde de todos modos convergemos para mofarnos de ustedes, gobernante tontos. Estamos dondequiera, estamos aquí. Yo estoy aquí llorando de rabia y de desesperación. Estoy deseándoles la ira de Dios como nunca lo he hecho en mi existencia. Les estoy deseando la ira divina pero también estoy implorándole su gracia sobre la cojonuda gente (como nos llama Benedetti), pidiéndole que nos salve de la continuación de lo mismo que nos han venido dando ustedes desde tiempos inmemoriales. Dejen de tragarse el país, mamando sus bienes y sus riquezas para su beneficio personal. Tómense los millones que ya han hurtado y lárguense. Dejen este país en paz”.

Porque en el país que quiero recordar y que quiero retome su lugar la cosa más real es su gente. Gente que todos los días se va a trabajar o a la escuela nada más que para asegurarse de que el país sigue operando y sabe que nosotros sabemos su noble fin: el bienestar de su gente, de toda su gente.

En este país que recuerdo y que quiero que retome su lugar, muchas mujeres se quedan en casa, lo sé, pero, claro, nunca están quietas. Se quedan para asegurase de que los pisos de su casa brillen y que sus plantas se conservan verdes y turgentes; se quedan a lavar (y si es necesario, lavar a mano) la ropa de su familia y hasta a planchar. Luego caminan por entre los puestos del tianguis para comprar los verdes, rojos y blancos de sus legumbres para cocinar la comida del mediodía y la cena para sus seres amados. Las manos de estas mujeres, siempre húmedas y en vuelo, siempre están ocupadas y son bien trabajadoras. Son las manos de las mujeres las que sostienen a los hombres de este país, a sus hijos, a todos para que produzcan y aprendan y generen y disfruten de la riqueza a la que tienen derecho. Las mujeres son la gracia del alma que define a este país; allí mismo veo las manos de mi hermana tan servicial y de mi aguantadora madre octogenaria.

En la escuela los niños se quedan quietos y callados para demostrarles a sus maestros que saben escuchar y obedecer. La mayoría de ellos se ven cautivados por la milagrosa habilidad de sus cerebros de aprender y aprehender cosas que no están disponibles en su realidad inmediata, cosas como los números pero que con la instrucción adecuada de sus maestros pueden crear este fantástico mundo en sus mentes. Lo mismo ocurre cuando los maestros les hablan con honestidad del pasado, pero no de algo pasado como el partido de futbol del domingo. No, estas cosas pasaron hace cientos, tal vez miles(!) de años; les pasaron a gente que les dicen son sus antepasados y a quienes ya casi ni se parecen. Te digo, que es como ¡magia! Es difícil entender que si quieres entender el presente a veces tienes que ver hasta muy, muy atrás.

Sin embargo, el punto alto de su día escolar es el recreo, cuando la energía almacenada y contenida toda la mañana estalla en juegos y torrentes incontenibles de carcajadas y risas que hasta a Dios hacen sonreír con gusto y deleite.

A mí no me hablen de crimen organizado, de sus narcos y de cómo no pueden ofrecer a sus ciudadanos una vida y trabajo decentes donde nuestros padres no sientan que tiene que emigrar al Norte arriesgando su vida, olvidando sus familias. La lista de sus fracasos e ineptitudes crece y se multiplica por donde le vean. Y no hagan que empiece con las playas, bosques y árboles, de nuestras selvas y nuestro clima y de su irresponsable y descuidada falta de educación ambiental. Y por favor ni se les ocurra culpar a la gente. La gente anda ocupada tratando de vivir al día y de no morir en el intento. ¿Cómo puede preocuparse por el ambiente y las generaciones del futuro? Por primera vez háganse ustedes responsables de sus fracasos.

Finalmente, no me importa qué iniciales tengan: prieta, pri, pan, prd. No me importa. Lo que me importa y lo que les exijo es que por una vez en su vida demuestren un sentido estricto de la moral y sean seres evolucionados, se los exijo. Se llegó la hora para los héroes, de ellos es el momento. Si ustedes no lo pueden ser, ahuequen el ala porque les están pisando los talones.


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