Remiendo el pantalón de terciopelo.
¡Ay! ¡ay! mi flor.
En los setenta y ocho
años ya
.
Y no soy pobre, ni desnudo;
un hombre santo, en la cueva,
solo, sin paz y sin
nadie.
De nuevo recordé
a mi madre. Y con ella
esa tela, las agujas de allá,
de tiempos remotos.
En mi diafragma el agujero
que, por la noche, indispone mi corazón.
El que ya con nada se puede
remendar.
Como este pantalón de terciopelo,
que aquí, por lástima,
con hilo marrón
remiendo ahora.
Llena de sustancia
como la granada de rojos granos,
es parte de la realidad completa.
Para mí,
quizás, la mejor, en
el cielo, azul aún
de su sangre, claramente flota.
Viviendo en ella, sin embargo,
en vano levanto mi palma izquierda.
En ninguna parte San Elías. Durante el día,
por la noche, solamente luz de la luna.
Sobre el Himalaya vuelo a Padua,
a Bengala. Sin pasaporte, con los otros
pájaros.
Mi pico es pequeño, amarilloso por encima
del polvo celestial, como el de ellos,
puro jade.
Una vez en mi vida, sumiso, vuelo
con ellos, en el sueño, sin pensamiento alguno,
a través de los Alpes,
sobre el Himalaya, ¿quién sabe en verdad,
a dónde? El corazón dice: ni a Padua
ni a Bengala.
Recogía plantas
medicinales. Pensando que
es cómico
estar siempre serio,
como
el búho bajo un mar de montañas.
Cuando me baja a la tierra
algo más tierno que una madre,
Vaya, me dije a mí mismo,
canta ahora, aquí, donde justamente desaparezco.
Y en este instante, salvaje, en mis manos
perfumó la salvia.
* Del libro Yo, el viajero, Editorial La Zonámbula. Publicados con permiso del editor.