Una vigorosa figuración expresionista, el tratamiento de un claroscuro brumoso y un realismo nítido contrastado con fondos planos o matizados es el estilo con el que Coronel privilegia la representación de personajes de apariencia medieval, aislados o en grupos, y privados de todo contexto físico y temporal que no sea el expresado en sus fisonomías, ropajes y actitudes.
Siempre solemnes, tal vez místicos o en trance revelatorio, los gestos de estos individuos van de lo sublime a la mascarada, del patetismo a la ternura, de la ironía a la admiración, de la devoción a la carnalidad. Es decir, son alegorías abiertas, quizá de la sabiduría o del poder, pero seguramente de todo aquello que la humanidad se ha preguntado desde el origen de los tiempos. Su ambigüedad y el enigma de su pertinencia temática sugieren lecturas tan dispares como posibles todas.
Lo mismo se podría aplicar a las esculturas incluidas en esta selección. Confrontadas con la escala dimensional humana, privadas del aura pictórica, por fuerza deben cobrar su propio sentido. Con ellas el autor parece liberar el buen humor que en su trabajo de caballete es, a veces, sarcástico.
Pese a su deliberada indeterminación contextual y cultural, la maestría de su ejecución y el vuelo poético de estas obras trascienden todo intento de vincularlas con la realidad plástica mexicana que le ha tocado vivir a su creador.
Su propuesta estética surge de sus vivencias personales ante obras señeras de la historia del arte a partir del barroco, de allí que su imaginario, que al principio produce extrañamiento por su ajenidad a los cánones de su generación y de las siguientes, sólo resulte referible a las fantasías de la propia pintura que él potencia con la fuerza de sus capacidades y la influencia de sus experiencias.