No sólo son nuestros amigos aquellos a quienes vemos casi a diario, o al menos de cuando en cuando, que es el siempre de toda una vida. Si la amistad más que presencia es compañía, también son nuestros amigos aquellos con los que nunca pudimos conversar cara a cara porque nos separaban inexorables abismos de tiempo o de distancia. Facundo Cabral ha sido uno de esos amigos distantes y, sin embargo, tan cercanos que he tenido en mi vida.
Facundo Cabral, cantante, compositor y escritor, cuyas presentaciones eran noches de poesía y filosofía revestidas de música, anécdotas, historias y mucho humor, nació el 22 de mayo de 1937 en La Plata, Buenos Aires, Argentina. Influenciado en lo espiritual por Jesús, Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta, predicó una especie de misticismo cristiano; en literatura tuvo admiración por Jorge Luis Borges, con quien también mantuvo conversaciones filosóficas, y por Walt Whitman. Este rumbo de observación espiritual, inconformista, se imprimió en su carrera como cantautor que tomó el rumbo de la crítica social sin abandonar su habitual sentido del humor. No se conoce que Cabral haya tenido participación militante en movimiento político alguno, aunque por muchos años abogó por el pacifismo como forma de solucionar conflictos autodefiniéndose como “violentamente pacifista” y “vagabundo firstclass”, se identificó en sus últimos años con una especie de anarquismo filosófico y contemplativo.
En 1988 tuve la fortuna de escucharlo por primera vez en vivo, en un concierto que ofreció en el Patio de los Naranjos del Instituto Cultural Cabañas de la ciudad de Guadalajara, cuando yo aún andaba buscando qué rumbo debía darle a mi vida. Ahí le escuché decir una frase que me cambió la existencia: “Haz las cosas sólo por amor, porque aquel que trabaja en lo que no ama aunque lo haga todo el día es un desocupado”. Y desde entonces, mi vida se transformó en una fiesta.
Desgraciadamente, en un confuso episodio, Facundo muere asesinado el 9 de julio de 2011 en la ciudad de Guatemala, camino al Aeropuerto Internacional La Aurora para tomar un avión que lo llevaría a Nicaragua. Como puedes imaginar, el impacto de la noticia fue demoledor.
Se cumplen siete años ya sin la presencia física de Facundo. El dolor y el desconcierto aún se mezclan con la rabia. Resulta absurdo, paradójico, que un hombre como él, considerado por la ONU como Embajador de la Paz, haya muerto de manera violenta y, hasta ahora, sin una causa aparente. Se dice que todo fue una confusión.
Facundo Cabral me acompañó en mis difíciles años de la adolescencia y fue una influencia muy importante en mi forma de pensar y enfrentar la vida. Por eso le dedico este manojo de sueños en el que plasmo algunas de las cosas que aprendí de él. Gracias, amigo Facundo. Un gran abrazo hasta dondequiera que estés.
Para Facundo Cabral, in memoriam
Es una maravilla
cuando el canto ancestral del agua,
con su paso antiguo y su voz disuelta,
fluye a través del corazón de las montañas.
Es una maravilla
cuando el agua se pone el sombrero del sol,
trepa por las escaleras del cielo
y se adormila en las pestañas de las nubes.
Es una maravilla
cuando el agua comparte sus dones contigo
y te regala sus bendiciones.
Es una maravilla
cuando el agua que habita dentro de ti
fluye en tu sangre,
agita tus pechos alegres
y llena las acequias de tus ojos.
Es una maravilla
cuando la lluvia hace el amor con la tierra
y fecunda los campos.
Es una maravilla
cuando el arroyo sirve de cuna a la luna
para iluminar los caminos del sueño
con sus hilos plateados.
Es una maravilla
cuando el rocío hace brotar la alegría
en la manzana, el clavel
o en el corazón de mi mujer y de mis hijos.
El agua es una maravilla.
He visto sus milagros
en el río Lerma,
en las cascadas de Agua Azul,
en las ciénegas de Coahuila,
en el cañón del Sumidero,
en los cenotes de Yucatán,
en la cola de caballo de Nuevo León,
en el nevado de Toluca,
en las cumbres del Popocatépetl,
en el mar de Cancún,
en el lago de Chapala,
en el mar de Cortés,
en la fruta y en las flores.
Pero no hay mayor maravilla
que el agua que baja del cielo
y se cuela por la ventana de la cocina
para anidar en los ojos de mi madre,
derramándose en un llanto de cebollas.