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Aquí estoy
breve
quebradiza
respirando
envidiando la clorofila de los árboles distantes
del sol, sus rayos
del cielo, su azul sin blancos
del lejanísimo e incesante mar, el verde y la espuma de sus vaivenes
del tiempo impío, los años mozos que me ha robado
años que aburrido ha soltado en el Páramo de Olvidos y Suspiros.
Allí van mis años desprotegidos soltando pródigos
una a una todas mis vivencias deshilvanadas
deshilachadas.
Mira, allí estoy: Bebé sobresaltada,
linda como son lindos los bebés.
Linda y apegada a mi madre
aferrada a ella para no morir.
Mira, allí estoy: Niña aturdida por el mundo,
enmudecida por abandonos imaginarios,
no por eso menos nítidos ni hondamente sentidos,
“inteligente por tonta”
como dijera después el poeta.
Mírame, allí estoy: Joven extraviada
solitaria y necesitada
lacerada por idiotas palabras callejeras
voy herida y supurando esas sílabas soeces
a las que tanto valor les di
sin atreverme a escuchar la dulce poesía
de mi tierno y dúctil corazón
susurrante apenas, apagado
por el temor que lo hizo no dejarme ser
para no verse morir.
Mírame, allí estoy: Muchacha enamorada
hilando besos y caricias torpes
mojando el alma
en el hondo corazón del muchacho aquel
que en semen se drenaba en mi entraña.
Aquel muchacho tan necesitado como yo
noble y honrado
espejo (borroso)
donde mi imagen desdibujada nunca se reflejó
como la de mujer plena
reconciliada con ella y con la vida.
Avancemos, allá va otro trozo de mí.
Asomémonos.
Mírame, allí estoy: Mujer a la orilla de sí misma
siguiendo el cauce de un río artificial
de una ciudad hasta entonces desconocida.
Allí me encuentro con otros fragmentos de mí.
Me voy reconociendo
poco a poco, y sí, asustada.
Acepto que mi feminismo no es oquedad juvenil,
descubro que la belleza y el arte espejean en mi alma,
descubro mi incipiente amor por la naturaleza y el planeta.
Allí me veo sin dios ni religión.
Mírame, allí estoy: Madre a los 38.
El poeta se desemboca en mí para verme germinar
“Acuéstate conmigo y serás madre” prometían los de su generación
cuando profetizaban en sus cafés y cantinas.
Yo descreída, desconfiaba de sus metáforas
de sus postales, de sus cartas, de sus borracheras,
de su carcajada explosiva. Cómo creerle
si me llamaba “la diosa enferma”
si hablaba de mi cuerpo
como si fuese deseable piélago
donde se sumergía gozoso con su cetro.
Sin embargo, allí estoy repetida
en la piel morena de mi hija,
en su mirada fija con que me memoriza,
en sus besos y babas que desparrama por mis mejillas
cumplidos apenas los cuatro, cinco meses.
Mírame, aquí estoy: Mi cuerpo disminuido,
Sin una de sus poderosas extremidades.
Mi magnífico cerebro ha perdido una batalla.
en la batalla cedió una prodigiosa porción de su masa.
En la batalla de mi vida han caído dos gigantes
mi mano y mi pierna izquierdos.
Lloro por ellos.
Lloremos por ellos.
Fueron espectaculares los 47 años que los tuve.
hábiles y ágiles a pesar de mí
fuertes, flexibles, de verdad maravillosos.
Mi pierna, fuerte pilar para mi rotundo y contundente peso
mi mano, torpe torcaza sobre el teclado de un piano
pero preciso colibrí sobre el de mi computadora.
Mírame, aquí estoy: De 53
a veces deprimida y rota
incontinente, vacía
que es cuando la muerte parece opción viable.
Mírame, aquí estoy: De 53 y ambivalente
en mi esencia soy solo eso: contradicción.
Para definirme
todos los contrarios en mí se hermanan:
ángeles y demonios
oscuridad y luz
sol y lluvia
desierto y mar
odio y amor
muerte y vida
Mírame en aquel otro trozo que rueda para acá
como arbusto desenraizado y seco
generando con su rodar los suspiros de este páramo.
Rebelde y encabronada.
A los 53 una mujer debiese vivir lo que le quede de vida
en sus términos
y no en los términos de sus limitaciones
nunca con un ala rota
muerta la esperanza
desahuciado el horizonte.
Mírame, allá vengo. ¿Me ves?
Es difícil reconocerme, lo sé.
Estoy entera, reconstruida,
zurcida por la luna
con los hilos verdes de la esperanza
que esconde en su lado oscuro.
Allí vengo por fin
reconciliada con Dios
por fin declarada suya.