Era una gota rápida, prematura. El ritmo, sofocado. Gota enfurecida que, tomando el papel de líder, se quejaba por la fugacidad de su vida. Pensé que si hubiera sido gota pausada, de ritmo lento, nadie la habría escuchado. Sin embargo, nadie parecía hacerle caso, nadie se acercaba allí y cerraba el grifo, aunque eso significase acabar con ella.
Solo yo había captado algo, al menos la había escuchado. Aunque no me acercase al grifo, vivía con intensidad el desarrollo de esa gota. Hubo un momento de exterminio. Luego, el espacio se ensanchó, para que no olvidase que ella seguía allí esperándome, cansada de repetirse, una y otra vez.
Unos párpados que se abren y se cierran. Pequeños trozos de carne, piel escurridiza que se tensa y destensa. Si permanecen cerrados, desapareceré, desintegrándome en átomos diminutos. Lucho. Esos trozos de piel son mi única apertura.
Si al bajar los párpados cierro los ojos, me introduciré en ellos y dejaré de existir. Al cerrarlos desapareceré, también los ojos. No quedará nada, solo una mota de polvo; esencia de lo que fui. Esa mota se desvanecerá, mezclándose con el entorno.
¡Parpadea, parpadea!
Que me ahogo sin poder escribir una línea, me esbozo y me invento cada día. Me como, me devoro y me río. Opresora de mi propio yo, que crece y pide explicaciones. Habiendo sido dictadora, debo ahora cortar las cuerdas. Mis pequeñas Evas estiran piernas y brazos; habrá que enseñarles a andar.