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Poemas

Juan Antonio Cervantes


A este camión

A este camión nos subimos los subordinados
los que nos peinamos cada mañana ante el espejo irrepetible
los que creemos en el tiempo como una hacha en las manos del verdugo
los que elegimos, como un pétalo de angustia: una casa,
una mujer, un hijo; el cuerpo avejentado
de una cuenta impaga

A este camión nos subimos los subordinados
los que creemos cada quincena
en la total puntualidad de los violines,
los que creemos, forzosamente,
en el desamor de algunas fábricas, de algunos bancos,
de algunas oficinas puramente tristes; los que creemos
en el alocado desamor de un sueldo mínimo,
y en su tibio y loco abrazo —con el que lejana, y estrechamente,
venimos amasando a nuestro amor—

A este camión nos subimos los subordinados.
Los que miramos a través del vidrio turbio y en silencio
la clandestina claridad con que se rompe el dique vivo de las lágrimas
los que constatamos, con un ansia, ese halo de vaho tibio sobre el vidrio,
que condensa y disipa todo el ardor de las posibilidades;
todo el ardor que nos pega en el rostro como un alma
y que sólo podemos reconocer posiblemente
como el brillo oscuro de una lágrima

A este camión nos subimos los subordinados
y que indescriptibles de un ánimo
nos regocijamos con algún perfume rápido de muchacha
con alguna silueta pasajera
labrada en la benigna puntualidad de la belleza, labrada
en los ojos puntales que nos miran desde el mármol
se nuestra repentina soledad

A este camión nos subimos los subordinados
ávidos, de encontrar el otro rostro
que nos mira del otro lado de la calle; ávidos
de encontrar la perseverancia de los lunes
corriendo hasta la dicha del domingo
ávidos de encontrar la misma calle,
la misma casa, el mismo espejo
que dejamos
al partir


La alegría de los mercados

En el mercado amanece fresca la alegría entre las escamochas y los mangos,
entre las manzanas, las piñas, entre el verde tumulto de los limones.

Amanece entre rebozos y mandiles limpios y oxidados
que salpican sus gotitas de sangre o de ternura,
afilada entre los cuchillos y las sierras
que traspasan limpiamente el espinazo.

En el mercado —muy temprano—
se sopla al humo de una taza de café,
a la benigna cuchara de un plato de menudo,

mientras insomne, se sopesan las realidades y los sueños,
y el día no es más que un viejo cucharón que nos despacha
sus cien gramos de poesía, sus tres cuartos de kilo de esperanza.

La alegría del mercado está siempre fresca de tilapias y de pargos,
de jitomates encendidos y de cebollas que lloran su alegría
solar y blanca, perfumando a las fondas y a los tacos
siempre solidarios

Mientras las rojas rebanadas de sandía te sonríen desde el cliché
y la hierba buena y el cilantro, hacen que te acuerdes
de verdes y frescos manojos de muchachas; al paso,

las cabezas de los puercos y de las vacas
te miran fijamente recordándote el futuro,

mientras se colorea entre cubetas la paciencia tierna de las flores,
y un niño llora y una ruidosa abeja sobrevuela


Amorosa azul

La mujer policía besa, arresta,
deja a tiempo 01 la cocina,
4-7 la cama y todo eso
mientras gendarmiza los cabellos
las camisas, y remienda
los pantalones rotos; ahí con las manos
sobre la pared compañero
3-1 sin moverse
y los platos
y las uñas
revisión de rutina
al revés el talle espejo
la perfecta dimensión del traste
lucidez redondez
al alto brillo la pistola
la macana
la mañana mañanera
qué felicidad, la macana,
la sonrisa, la justicia,
la patrulla, el talle 7-5 robustez,
8-6 morenaza, rubidia rosa,
mi teniente, mi incidente por sospecha
con este poema tras las rejas

* * *

Mujer, yo soy Juan y te amo:
sufro de los más fieros huracanes
pero esta tarde como un niño asustado
déjame bailar bajo tu falda


Necesito una mujer

que sea idéntica a la mía.
que tenga absolutamente todo
lo que tiene mi mujer
y que le sobre todo
lo que a mi mujer le sobra
por ejemplo: los ojos.
La necesito con su exacta voz
fónica y raspada
para que diga igual mi nombre
con todos sus chingados,
con todos sus puntos y sus comas,
como cuando dice: ven, amor, acuéstate conmigo.
La necesito con sus manos
con las mismas pecas que cuento yo en su cara
con el mismo lunar que tiene en el pecho
que es como el eje de un espiral
que me lleva a todas partes de su cuerpo.
La necesito urgente con su sombra
La necesito urgente aunque esté dormida
La necesito urgente aunque ande de aquí para allá
tratando de averiguar las propiedades del feng shui
y del pilates
la necesito para platicar y fumar un cigarro
mientras la televisión habla sola
con esa ausencia que no nos pertenece.
La necesito, por si hay mucho sol o por si llueve
y es necesario retratarnos desnudos a relámpagos
y fingir que de alguna manera les tememos
para no darnos tregua sino hasta el siguiente día
y hasta el siguiente y para siempre.
La necesito.
Necesito una mujer idéntica a la mía
para que se quede cuando ella no está,
y no se quede tan solo este espacio
que ella habita.


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