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Calles, espejos y cantos *

Víctor Villalobos


Fábula de la luna y el conejo

I

De aparente reptante rapaz
la luna comió conejo de luz
Reptaba roída en sombras líquidas
acechando tras los helechos detrás de los hechos
detrás de las aguas tras las olas
Conejo sin reloj ni tiempo ni prisa
de brillo y fugacidad y luz y cometas hecho
mordía el verde trono del titán
sin imaginar la luna detrás del espejo

II

—Cómo, Luna, comes conejo?
—Sólo para brillar sempiterna,
arriba, con mis hermanas que comieron
árboles de fuegos y miradas rojizas...
conejo vive en Iuz, en mí, en cielo, en reflejo
—No saldrá?
—Algún día, cuando brote de mi vientre la fauna
abisal que me condenó a comer conejo...
por qué tantas preguntas?
—Yo soy el conejo que inmola su luz
a tu inmensidad a tu belleza a tu hora a tu boca
Ya es hora saca el Conejo de ti Yo estoy listo…

III

Luna lame conejo
conejo luz sale
sombras y abismos y péndulo…


Los pájaros

Los pájaros unen a la ciudad con las tumbas
se enredan en sus calles, van urdiendo
un hilillo suelto
pero cae y torna en raíz
y sin embargo vuela
también
nace un árbol que sostiene
el cielo de cenizas
que mata las alas
y las raíces que se enredan.

Los pájaros nos miran
como un entramado,
como una sofisticada broma,
como una arquitectura imposible;
no nos dejan salir y nos escupen
Ariadna los alimenta: sueñan
que llevan, pero su pico es roca desnuda
que descalabra, troca en aire
toda carne.
Volarnos en nuestros cuerpos:
nuestra vagina Coatlicue
nuestros brazos Coyolxauhqui
soterrados, esperando la verga del conquistador
con sus edificios arrancándonos la piel
humeando
sólidos hasta nuestros epitafios
Los pájaros han enviado un mensaje muy claro
Los pájaros quieren piña
que sólo sabe a carroña
Y nuestros cuerpos
ansían sepulcro:
la oquedad de serpientes,
de falda de serpientes;
de serpientes que se besan,
de corazones extirpados
nuestros senos que tributan un río de Tlallocan
Nuestros hijos allá
Nuestros hijos Tlatelolco.
Los pájaros y nuestros cuerpos
como un sarcófago lineal donde el tiempo
arde de rodillas con el olor a carne quemada.


* Libros invisibles, colección Cantar de las semillas. Publicado con permiso del autor

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