La lectura, el espacio de la vida

de Estratón. Por el tono y la temática de los poemas, suele crearse una discusión que enfatiza ciertos aspectos de la realidad sobre los que vale la pena que nos dedi­quemos a reflexionar: la brevedad de la vida, la importancia de las emociones, la corrupción de los poderosos... Aunque ésta es una de las actividades que tienen mayor éxito, también hay ocasiones que no funciona como yo quisiera. La última vez que la implementé una aspirante a poeta —y que de seguro no pasará de ese nivel— me preguntó: “Maestro, ¿no nos va a traer poemas actuales?”

Hay actividades que, considero, siempre funcionan, pero dependen de di­versos factores que no pueden preverse, ya que ocurren en el momento en que se implementan, y su eficacia o pertinencia derivan de la sensibilidad y la astucia del promotor, que debe decidir su aplicación o no, y en este caso tener prepara­do material adicional para no perder la sesión.

Entre éstas debemos poner en primer lugar la narración oral. El acervo de historias de que podemos echar mano podríamos decir que resulta prácticamen­te infinito; por lo menos será muy difícil que podamos agotarlo durante nuestra vi­da activa de promotores de lectura. Así que para diversas situaciones podemos contar una pieza narrativa —cuento, relato, fábula, mito, leyenda, narración po­pular...—; algunos trucos pueden darle variedad y picar la curiosidad de los escu­chas; yo suelo, sobre todo cuando narro una historia conocida, suspender el final, y pedirles que ellos consulten la fuente directa y se enteren en qué termina el cuento. Eso acabo de hacer—no recuerdo en qué circunstancias surgió la nece­sidad de contar la historia— al relatar el cuento egipcio “Los dos hermanos”, em­parentado con la historia de José incluida en el Génesis bíblico. Un auxiliar para el promotor desmemoriado es tener un acordeón con los sucesos más importantes de la narración y de esa manera poder seguir con fluidez el hilo de la historia. Por supuesto que para que esta narración oral tenga éxito debemos ser muy hábiles para darle sabor a la anécdota, para matizarla y crear situaciones de tensión que mantengan interesados a quienes nos escuchan.

Otra actividad que por lo general funciona son las lecturas de atril. Muchas veces se puede contagiar el gusto por el teatro con la simple lectura de la obra, e incluso los propios asistentes sugieren que se realice la representación de la pieza teatral. Por supuesto que debemos considerar ciertos factores para que la lectura tenga más éxito. En primer lugar, la selección del texto, que se recomienda que no sea muy largo. Las que manejan por lo menos cierta dosis de humor se leen con gusto. Otro punto importante es que por lo menos uno de los papeles protagónicos lo represente (bueno, lo lea) quien tenga un buen dominio del manejo de la voz, y sobre todo que posea la habilidad de matizar las emociones y los sen­timientos que se proyectan en la obra, que sea capaz de dirigir —sólo con su voz— los diversos tonos del texto. Ése, claro, es mi papel en estas lecturas.

Una actividad por demás tradicional —el teléfono descompuesto— que me funciona muy bien yo la adapto a los mitos griegos. La implemento de la siguiente manera: divido a los asistentes en grupos —si son pocos, la actividad es indivi­dual— y les asigno una ciudad griega: Tú serás de Atenas, tú, de Creta, de Troya, de Esparta, Macedonia... Les explico que hablaremos de la manera como se di­fundieron los mitos y las leyendas en la antigüedad y, en general, cómo pasan las historias orales de pueblo en pueblo y de generación en generación. Sale del salón un representante de cada ciudad, sólo se queda uno de ellos, que será el primer aedo que viajará después a una ciudad lejana a contar su historia. Cuento enseguida cualquier mito griego —la última vez lo hice con el mito de Orfeo— y quien lo escuchó se lo cuenta, como lo recuerde, al poeta de la siguiente ciudad, que ingresa al salón. El proceso se repite hasta que entra el último de los partici­pantes, quien al final tiene la obligación de contar a todos el mito que escuchó. Como es natural, se alteran nombres, circunstancias y sucesos que desfiguran por completo la narración original y que provocan la hilaridad de quienes han segui­do la historia en todas sus vicisitudes.

Otra actividad —sin duda ésta ha sido siempre la más exitosa— a la que re­curro continuamente es la lectura del Códice Ramírez, que a todos los grupos —incluso cuando se trata de uno numeroso— entusiasma y que, una vez iniciado el trabajo, no desean que concluya. Consiste en la lectura de los horóscopos azte­cas. Curioso que cuando les pregunto: “¿Creen en los horóscopos?” todos contes­tan que no, y la mayoría está de acuerdo en que no se trata más que de una es­tafa. Sin embargo, todos desean saber cómo define el carácter de cada indivi­duo el pueblo azteca. Cada fragmento —horóscopo: izcuintli, cipactli, mázatl, atl, tochtli, miquiztli, calli, etcétera— se corresponde con cada uno de los asistentes, cotejando su fecha de nacimiento con el equivalente del calendario azteca es­tablecido por Francisco Javier Clavijero en su Historia antigua de México.

Y pudiera parecer cuento de nunca acabar. Ya sólo diré que, al paso de los años, van implementándose nuevas actividades y otras, a pesar de sus ventajas, se dejan de lado; parece natural —el marco de la literatura es ilimitado— renovar­se una y otra vez, y descubrir, mirando hacia atrás y proyectándose hacia el futu­ro, que aún falta mucho por hacer, que aún hay muchas actividades por estrenar. Y el propósito último —o único— no consiste en divertir, sino en demostrar a los par­ticipantes que la lectura es el espacio donde cabe toda la vida, con sus gustos y sus sinsabores, con sus dudas y sus certezas, con sus horizontes inmediatos y sus es­pacios inalcanzables. Sí: la literatura y la vida son cuento de nunca acabar.

 

 

 

 

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