¿Es posible cambiar?

Una condición
Después de intentar una y otra vez abandonar una pauta de conducta, un hábito nocivo, sin éxito, pude surgir la pregunta: ¿Es posible cambiar? ¿O estamos fatalmente predeterminados a vivir por siempre igual? La duda es aún más fuerte cuando se vive atado a una adicción: al alcohol, al tabaco, a comer, a hablar, a comprar, etc. Mas, si el cambio es posible, ¿qué se puede cambiar: las ideas, las emociones, el cuerpo...? ¿Por qué no todos pueden cambiar? ¿Dónde está la clave? Las respuestas a estas preguntas no son fáciles para nadie, pero quizá mucho de ese cambio tenga que ver con la forma en que se asuman. Watzlawick (1980, 9) ofrece pistas para la respuesta:

Se puede quitar a un niño las verrugas, mediante el recurso de “comprárselas”. Para ello, se le da una moneda por su verruga y luego se le declara que ya es de la persona que la ha comprado. Generalmente, el niño pregunta, divertido o extrañado, cómo se le puede quitar la verruga y entonces se le responde simplemente que no tiene que preocuparse, que la verruga misma se irá pronto, y por sí misma, al nuevo propietario.

Existe no sólo la posibilidad de cambios de ánimo, sino también de cambios a nivel celular, sólo que no hemos encontrado la clave, ¡quizá porque ni siquiera habíamos pensado que existía! ¿Cuál es la diferencia entre nosotros y los que cambian? ¿Cómo se asumen ellos y cómo nos hemos asumido nosotros? ¿Qué sabemos sobre lo que somos? Si bien, el niño que elimina su verruga no necesita saber quién es, sí necesita creer que la verruga puede irse con su nuevo dueño. El niño entendió que aquello “era una verdad evidente para todos” aunque aún desconocida por él. Al creer, lo hizo posible. Entonces, ¿al creer algo como lo cree un niño, será posible producir realidades que aún no se verifican en el presente? Presumiblemente así es.

¿Se puede cambiar a cualquier edad?
En un curso para maestros, comuniqué el fragmento de Watzlawick citado antes y un maestro, no menor de setenta años, al final de la sesión me preguntó aparte: “¿Eso puede funcionar en una persona mayor?” Le contesté que no lo sabía pero que si era capaz de creer como lo hace un niño, no veía razón para que fallase. Me contó que lo operarían en tres meses de una mancha en un párpado y ahora trataría de eliminarla usando el “método para eliminar verrugas”.
En la fecha que debía ser intervenido, ya no fue necesario pues la mancha prácticamente había desaparecido. Dijo que él cada mañana y durante todo el día, cada vez que lo recordaba, se decía a sí mismo que la mancha ya no estaba aunque se viera allí, pues la realidad lleva tiempo en manifestarse. Eso ocurrió alrededor de 1997. En ese año, el suceso me pareció que pudo haber sido casualidad o coincidencia. Sin embargo, el hecho real fue que no lo operaron.
Un terapeuta genial, Milton H. Erickson, cuenta que la clave del éxito de su terapia reside en la actitud que mantiene con las personas que acuden a sus servicios. La actitud es la siguiente: “Usted logrará su propósito, su objetivo. Y lo digo muy confiado. Parezco seguro y actúo en consecuencia. Hablo con confianza, y mi paciente se inclina a creerme” (Zeig, 1980, 73). Subrayamos que creer es clave para el cambio.
Cuando mencioné a un amigo el caso del maestro de la mancha en el párpado, me sugirió leer a Deepak Chopra y allí supe que según la ayurveda, antiguo sistema de medicina hindú, y la moderna ciencia médica como Chopra la ve, el cuerpo se rehace constantemente y lo que pensamos y hacemos hoy condiciona, a nivel cuántico, lo que seremos desde ahora. Según él, tanto el cuerpo como la mente están dotados de inteligencia y en cierto modo, son armónicamente una sola cosa pues somos “potencialidad pura” que puede manifestarse de muchas formas y por supuesto también de manera material. “Toda la creación, todo lo que existe en el mundo físico, es el resultado de lo inmanifiesto, transformándose a sí mismo en lo manifiesto” (Chopra, 1998, 9). Para este autor, el “éxito incluye también buena salud, energía y entusiasmo por la vida, relaciones plenas, libertad creativa, estabilidad emocional y psicológica, sentido de bienestar y una mente en paz” (ib., 8).

Existen evidencias científicas —y también evidencias provenientes de tradiciones filosóficas y religiosas— que podrían explicar la forma en que ocurre el cambio, pero quizá ni siquiera sea necesario comprender cabalmente esas explicaciones para que el cambio se haga: basta considerarlo como el más profundo de nuestros deseos.
Para el psicoanálisis, y muy específicamente de acuerdo con la perspectiva de Françoise Dolto, el reconocimiento del deseo puede condicionar la salud psicológica y hasta física de una persona. Según Dolto, el deseo de los padres determina en gran medida al hijo, aunque reconoce que no todo el bebé puede ser totalmente condicionado por sus padres:

El niño es como el objeto de los deseos de sus padres y sus mayores, así como de la angustia y el amor de éstos. Y tal cosa ocurre porque están diferentemente interesados por su persona en devenir. Así y todo, él nunca es condicionado por completo. El niño está dotado de función simbólica (Ledoux, 1990, 103).

El ser humano, desde su origen, cuenta con recursos que lo hacen capaz de orientarse hacia el desarrollo de sus potencialidades. El medio puede posibilitar que él crea que es capaz de desarrollarlas y comportarse como si ya las tuviera y simplemente es cuestión de tiempo para que ellas aparezcan. Por cierto, los recursos del bebé no podrían ser llamados “intelectuales” en el sentido convencional, ya que aún no ha madurado su órgano fonador: “Tenemos una vida afectiva o emocional, y tenemos una vida cognoscitiva o intelectual. Y desde el principio se nos enseña a poner el acento en la inteligencia, como si eso fuera realmente lo importante. Lo importante es la persona en todos sus niveles” (Zeig, 1980, 67).

 

 

 

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