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José María Pulido, nos vemos

Raúl Caballero García

Cuando nos conocimos llegaste a reforzar el equipo que formábamos los correctores de estilo en El Occidental de Guadalajara. Ahí comenzamos a construir nuestra sólida amistad y ahí también —en su redacción, en sus talleres— comenzamos en el periodismo.

Recuerdo que las madrugadas —tras las jornadas— se volvían memorables cuando caminábamos por aquellas calles, volviéndolas legendarias para toda la vida. Nunca las olvidaríamos, siempre recordábamos, pasados los años, la magia en lo alto de las noches, cuando nuestras charlas —por la Calzada, por Pablo Valdez— eran un repaso de la vida que acabas de dejar, querido amigo.

Cuando supimos que te nos ibas, Pulido, Ita y yo nos vimos profundamente dolidos. Luego, cuando supimos que ya no te alcanzábamos, yo me refugié en ciertos silencios que me ayudan con el luto que te guardo; en tanto que ella, en un principio, se encabronó y elevó un reclamo fúnebre que una vez rezó Carlos Fuentes: “Qué injusta, qué maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos”… y volamos a decirte nos vemos. Volamos a decirte de cerca —entre la muchedumbre que acudió a decirte lo mismo que nosotros— que nos seguimos viendo. Volamos a decirte que te quedas con nosotros. Cuando supimos que te nos habías ido, Ita y yo nos abrazamos, y luego volamos a decirte que te llevas una parte de nosotros y que eso nos consuela un poco.

Ahora que llegaste al final de tu camino sabemos que vamos a extrañar tus visitas, esos encuentros con los que hicimos una entrañable historia, esos encuentros que celebrábamos desde antes de que ocurrieran, desde semanas o hasta meses antes de que llegaras, lo mismo Ita que yo, anticipábamos con gran gusto tu visita. El júbilo se nos iba amontonando, alimentándose de pedacitos de nostalgias, nutriéndose con trozos de recuerdos de las visitas anteriores. Una alegría se formaba de reminiscencias y resonancias de nuestras lejanas cercanías. Un contento, una satisfacción nos crecía de día a día recobrando aquellas mágicas vivencias compartidas y entonces cuando llegabas siempre era una fiesta. Ahora que culminaste tu vida todos esos días se han detenido, ahora son la memoria compartida, un collage de magníficos hechos vividos contigo. Recorremos la casa y te sabemos con nosotros. Te quedaste en no pocos de nuestros libros, de nuestros discos, de nuestras películas. Observamos cosas que nos recuerdan tu presencia y la mirada se detiene, miramos, por ejemplo, las esculturas de Rodo Padilla que le traías a Ita en tus viajes, y entonces uno repasa recuerdos: Rememoro y veo a Ita eligiendo un lugar para tal o cual escultura, a veces contigo, a veces con tus observaciones y ahora uno ve al panadero gordo en bicicleta, con una gran canasta llena de pan en la cabeza o a la niña con trenzas, sentada en el suelo y comiendo una enorme rebanada de sandía y sí, te sé en ellas. Tu generosidad rayaba en lo religioso, quiero decir que dabas y te dabas religiosamente, bendita amistad. Te nos quedaste en tantos momentos de nuestra vida cotidiana y por eso te sabemos con nosotros. Te pensamos aquí en casa. Te sabemos aquí en el corazón, en cada uno de nosotros y por eso sabemos que no te has ido: Para nosotros te has quedado y estamos contentos de saberte.

Sin embargo, sí, hoy sabemos que vamos a extrañar esos encuentros, pero los seguiremos revisando vivamente, seguiremos comiendo y charlando y emborrachándonos y debatiendo y planeando futuros contigo. Seguiremos oyéndote decir “al cabo es diciembre” cada vez que pedíamos postres en algún restaurante. Seguiremos leyéndote escribiéndote abrazándote compartiendo Julios y Elenas y León Felipes y Césares y Jaimes y todos esos incondicionales que nos acompañan. Apreciaremos de nuevo tu llegada Pulido, con tus “chavos”, esos hermosos jóvenes a los que en su momento les llamabas “mis enanos”; celebraremos de nuevo esos momentos cuando ustedes, tú y tus chavos, bajo la nieve o en algún lugar de la casa, rodeaban a tu dulce Isabel prodigándole amor y respeto y uno sopesaba más todo tu valor.

Reconoceré de nuevo con nuestra amistad intacta, nuestros encuentros en Guadalajara, cuando yo viajaba a los momentos trascendentes de mis hijos y tú siempre, siempre, estabas presente celebrando conmigo. Todos estos años —más de tres décadas— siempre has estado a mi lado, a nuestro lado, prodigándote, aquí y allá, generoso, solidario: amigo. Descansa, nos vemos.


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