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El fracaso en la enseñanza del inglés

Luis Rico Chávez

Peces dorados y manzanas

El chisme este de la investigación me fastidia por su rigidez. Porque cuando uno se zambulle en las aguas espesas de los conceptos, o en los sombríos bosques de las metodologías y lindezas semejantes muchas veces siente ahogarse o asfixiarse no por la incursión en ámbitos tan turbios, sino por las criaturas obtusas y monstruosas que, muchas veces, juzgan desde espeluncas inaccesibles los esfuerzos del nadador o del explorador.

Pero, por otra parte, me fascina porque, cuando uno se deshace de los corsés inútiles que lo aprisionan, cuando se da un poco de libertad a la imaginación, al ingenio y, si nos dejan, incluso al humor, se descubren detalles insospechados, con los que no nos hubiéramos encontrado en otras circunstancias. Bueno, que en ocasiones salimos a buscar charales y encontramos peces dorados, o queremos peras y encontramos manzanas; ¿qué hacer entonces, si yo había levantado un edificio teórico-metodológico indestructible y no se ajusta a los peces dorados ni a las manzanas? Pues a destruir todo y a construir sobre las ruinas. Aunque al final resulte que los peces estaban muertos y las manzanas podridas.

¿A cuento de qué viene esta introducción? Hace algunos meses, por puro amor al conocimiento invité a dos grupos de estudiantes, de sexto semestre del bachillerato de la UdeG, a indagar algunas cuestiones relacionadas con su paso por la Benemérita Preparatoria 2, con énfasis en el asunto de las tutorías, tan de moda por estas fechas. Fue poco lo que averigüé al respecto, pero en cambio descubrí detalles que no imaginaba que estuvieran presentes en el desarrollo académico de los bachilleres.

Agua tibia

Repasando las notas de mis estudiantes, las preguntas, test y cuestionarios que respondieron, descubrí el agua tibia, como el detalle de que las matemáticas (y en general las llamadas ciencias duras) son el coco de los jóvenes, de que se aburren de lo lindo en la mayor parte de las materias (sobre todo se quejan de que en español no salen del trillado leer, hacer resúmenes y cosas así; una de mis estudiantes señaló: “En ocasiones se me hace tan aburrido el español, tal vez sea por los maestros que me han tocado que hacen sus clases aburridas y rutinarias: leer, subrayar, hacer resúmenes”) y de que se esfuerzan poco más allá de lo que les exige el profesor o la institución, amén de su nulo interés por la lectura. Transcribo dos citas en las que hablan al respecto:

“No soy de las que lee mucho y menos por placer, no fue algo que me inculcaron desde chica y es más difícil ahora de grande poder hacer de eso un hábito”.

“Dedico más tiempo para ver series en televisión, videos en YouTube, juegos en línea o visitar páginas sociales en internet como Facebook, Instagram, WhatsApp entre otras actividades, y a veces no quieres dedicarles mucho tiempo porque tienes que hacer tarea pero estando en internet el tiempo se te pasa volando, no sientes y va pasando y pasando el tiempo, y sí estoy consciente que me quitan demasiado tiempo para hacer mi tarea o simplemente para leer”.

Y claro, descubrí también las inevitables sorpresas como el hecho de que hay jóvenes a quienes les chifla la filosofía, y otros que quieren “ser un ejemplo para la gente que piensa que estudiar no sirve”, situación que “preocupa” y “deprime” a la estudiante que expresó tan vehemente deseo.

Un fracaso más

Con la amenaza de ampliar en otro momento las notas de mis sufridos estudiantes, me enfoco a continuación en un detalle que saltó a la vista de manera inevitable: el fracaso en la enseñanza del inglés. Entre el montón de notas personales, quejas, observaciones y comentarios sobre la institución, los profesores y las asignaturas descubrí la coincidencia unánime de que el área que se encontraba en los sótanos sórdidos de la inopia y la ineficiencia académica era el de la enseñanza de la lengua extranjera.

Las respuestas que transcribo a continuación se derivan de un cuestionario en el que mis estudiantes hablaron de sus fortalezas y debilidades, de las materias en las que obtienen mejores resultados y aquellas que, por cualquier razón, les desagradan.

Comienzo con la nota amable de una de ellas: “Mi fuerte es el inglés. Desde pequeña me ha gustado este idioma y crecí familiarizada con él por medio de la música y algunas películas. Desde pequeña se me ha facilitado esta lengua y actualmente estoy estudiando en una escuela aparte porque mi madre siempre ha pensado que es muy necesario que aprendamos otro idioma pero que las clases que tenemos en la escuela son insuficientes”.

Fue la única que incluyó el inglés como una de sus fortalezas. Pero notemos el contexto: lo ha estudiado desde pequeña, aunque de manera informal, estudia más allá de la exigencia institucional y con el apoyo de su familia. Pero el foco rojo se enciende al final de la cita: “las clases que tenemos en la escuela son insuficientes”.

Repito que quienes participaron en esta actividad cursan el sexto semestre, lo que significa que, de acuerdo con los programas de la educación oficial, llevan seis años estudiando inglés (tres de la secundaria, tres de la prepa). Y, pese a ello, si quieren aprender deben hacerlo “en una escuela aparte”. Esta joven subraya que sus mejores calificaciones las obtiene en esta asignatura. Podemos imaginar a sus profesores orgullosos de ella, pero el mérito difícilmente se lo pueden acreditar; me recuerda el caso de algunos deportistas de alto rendimiento que han pasado por las aulas de la preparatoria; los Altos Jerarcas se ufanan de sus hazañas, aunque la escuela no ha incidido para nada en sus logros.

Otro estudiante, al hablar de sus planes futuros y de las acciones que emprenderá para mejorar su rendimiento al terminar el bachillerato señala que pretende “estudiar un curso aparte de inglés, ya sea en las vacaciones o entrando a la licenciatura”, con lo cual evidencia que los estudios en esta área en la educación básica sirven de muy poco.

Transcribo más testimonios (donde hasta las matemáticas se ven involucradas): “De las materias que no me agradan ni un poquito son el inglés y las matemáticas, y lo digo porque son de las que se me dificultan más el aprender, una porque no le entiendo al inglés ni papa y en las matemáticas tienes que estar muy atenta”.

“No me agrada mucho el inglés porque no se me quedan grabados los significados de las palabras, y eso de hacer oraciones no se me hace muy fácil porque me revuelvo con los significados de las palabras o simplemente ignoro su significado”.

“El inglés es una de las materias que estudio con pocas ganas”.

“La materia que no me agrada mucho que digamos es inglés, porque me cuesta un poco entenderlo”.

Nótese la relación entre el interés (la motivación), el rendimiento escolar y el nivel de aprendizaje. ¿Los profesores del área conocerán este detalle? Y de ser así, ¿se han planteado la necesidad de subsanarlo? ¿Han ideado actividades o recursos didácticos o pedagógicos para superar estas dificultades?

Obsérvese también la importancia del dominio de cuestiones como gramática, sintaxis, lexicología, semántica y otras ramas de la lingüística vinculadas directamente con el uso de la lengua. También es lugar común destacar el hecho de que si lo estudiantes no dominan lo relativo a su lengua materna, difícilmente lo harán con una segunda lengua. Pero claro, cuando los profesores comienzan a abordar cuestiones de gramática inglesa comienzan los ronquidos o los cortocircuitos sinápticos, sobre todo porque muchas veces al docente se le hace bolas el engrudo y ni él entiende lo que trata de explicar.

Para cerrar este apartado incluyo un testimonio que sintetiza lo que vivieron los bachilleres en el transcurso de tres años en esta Benemérita Preparatoria 2: “La materia en la que más trabajo me cuesta desempeñarme es en la de inglés, porque me han tocado maestros que solo explican lo que viene en el libro pero no nos ponen actividades para practicar en clase. Hasta cierto punto puedo desarrollar bien el inglés, ya sea traduciendo algunas palabras al español, escribirlas correctamente y hablarlo, pero hacer una conversación en concreto se me dificulta un poco más; esta materia es en la que menos ganas tengo de trabajar, por el tipo de aprendizaje que se ha llevado a cabo a lo largo de estos semestres”.

Sin apoyo institucional

¿Y qué hace la preparatoria al respecto? No soy profesor del área, así que solo expongo lo que, como el chinito, puedo constatar como observador.

Hace algunos semestres un profesor me entregó (cuando fungí como jefe del Departamento de Comunicación de la escuela) un proyecto que me pareció interesante: proponía la implementación de un club de conversación (de inglés, obvio). Me hablaba del interés al respecto de algunos estudiantes, y lo único que solicitaba era un espacio (un salón) para reunirse con ellos y trabajar. Adelante, le dije yo, el Jefe de Depto. te apoya. Pero había que sortear no sé cuántas trabas burocráticas (ser Jefe de Depto. es como ser colector de boletos en un autobús sin pasajeros) en las que a mí también me tocaba el papel del chino, de observador impotente. Pasan las semanas, los meses, los ciclos… y es fecha que los Altos Mandos no dan luz verde al proyecto.

Supe, por boca de una profesora de otra preparatoria, que se organizó un viaje al extranjero para profesores de inglés, para que asistieran a seminarios y talleres con el fin de apoyarlos para elevar su nivel académico y profesional. De nuestra Benemérita escuela solo asistió un profesor del área; el resto fueron parientes de los Altos Mandos que, según testimonio de la misma maestra, aprovecharon el turismo académico sin asistir a ninguna de las actividades académicas que tenían programadas. Hubo protestas de la coordinadora, que no trascendieron; y claro, lo paseado quién se los quita.

Una y otra vez he escuchado por parte de los Altos Mandos (he sufrido a cinco administraciones que me hacen sentir que vivo en una película de terror; y cuando pienso que la siguiente no podrá ser peor, el séptimo arte me sorprende) que van a instalar laboratorios de idiomas, tan necesarios para dinamizar las clases y para facilitar y proporcionar más y mejores herramientas a profesores y estudiantes. Creo que lo seguiré escuchando hasta el fin de los tiempos y los dichosos laboratorios nunca se instalarán.

¿Y las tan llevadas y traídas TIC? A mí este acrónimo se me figura más bien una contracción muscular sobre el que he oído un sinnúmero de lugares comunes y aberraciones que solo enmascaran nuestra mediocridad académica. He escuchado a un puñado de profesores quejarse de que los alumnos los superan en el uso de chismes digitales; que hablen por ellos, porque cuando yo he querido implementar cursos virtuales ni siquiera saben hacer algo tan básico como registrarse en la plataforma Moodle. Porque cuando se trata de aprender o de hacer tareas o cumplir con cualquier obligación escolar todo les da flojera; les he dejado de tarea, por ejemplo, ver la tele, y aunque ellos confiesan que pasan horas frente a la caja idiota, al siguiente día que les pregunto quién hizo la tarea invariablemente me contestan: “Me dio hueva”. Si implementara cursos en Facebook, por ejemplo, estoy seguro que ese día todos mis estudiantes cancelarían sus cuentas o cambiarían sus alias para que yo no pudiera rastrearlos.

Bueno, que esta digresión viene a cuento porque las TIC son una herramienta poderosa para la enseñanza y el aprendizaje de idiomas, pero en nuestra Benemérita preparatoria incluso los estudiantes de la asignatura de informática tienen dificultades para acceder a una computadora. Qué decir de cuando se trata de utilizar el equipo en una materia distinta.

Total, que por el lado que se le mire, no podemos más que lamentar el fracaso en la enseñanza del inglés en nuestra escuela.


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