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El asceta

Rubén Hernández Hernández

Había llevado una vida entregada al sacrificio de sí mismo en aras del Señor. Fue extrema y escandalosa su renuncia a los bienes materiales. Antes de fallecer, el propio santo de finales del siglo XX inventarió, sin falsas modestias, todos y cada uno de los actos de su existencia y no pudo menos que inferir (con inobjetable convicción) sino su segura levitación espiritual hacia el gozo eterno.

Después del estertor final, se vio de pronto transportado, con toda su apariencia terrena (flaco, débil y chaparro) a un pasillo de dimensiones infinitas donde una gran muchedumbre de seres cuya cifra solamente podía ser calculada por el mismo Dios, parecía expectante y ansiosa, al borde de la locura. Todas las miradas convergían a una puerta metálica, naturalmente de color azul celeste.

—¿Dónde me encuentro? —preguntó a nadie con voz medrosa.

Un tipo rechoncho y bajito (de menor estatura que el asceta, lo que ya es decir mucho, ¿cónclave de enanos?) se acercó, le mostró una credencial que lo acreditaba como ángel informante y explicó: “Usted llegó a la antesala del cielo, compañero. El ascensor se encuentra descompuesto desde hace seiscientos mil años, una bicoca de tiempo si tomamos en cuenta la acendrada virtud de la paciencia que cultivaron, a lo largo de su vida terrenal, quienes ahora aquí nos acompañan. Me he comunicado ya dos veces con el servicio de reparaciones, pero parece que no les corre la menor prisa. Si a usted le urge, puede usar la escalera de servicio. Aunque le advierto que todos regresan a la mitad del trayecto y, aquí están, mírelos, esperando que el único elevador funcione. Francamente, es cosa de dar pena. Sabemos que en la tierra cuentan con aparatos de avanzadísima tecnología, pero si usted se detiene a pensar que billones de billones de años luz nos separan de...”

El asceta asintió con aire desolado y se sentó al igual que los demás en un comodísimo sofá. Como los otros, dirigió su mirada febril, anhelante hacia la puerta metálica azul cielo.

* Del libro O esperando tu olvido. Colaboración especial para www.agora127.com

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