Me enternecen la quietud y vulnerabilidad de los árboles de invierno
me remiten al ensimismamiento de mi propia alma siempre tristona
Su vulnerabilidad despojada de hojas me anida
en el cuenco de la ineludible soledad humana
Su firme belleza, brazos apuntando hacia el gris oscurecido del cielo por desplomarse,
me invita a que confíe en el torrente del agua cristalina y gélida por caer
que habrá de lavarme y deshacerse de todo rastro de ceniza y polvo
Todo esto me hace sentir menos sola, menos huérfana y flotante
Me declaran su hermana adoptiva y me dicen que, como ellos,
guardo algo de su belleza y refrendan mi oscura humanidad
En el estío, con sus oscuros y ásperos troncos, sus frondas alardean un verde
casi espeso colmado de clorofila primigenia
Los árboles vitorean este esplendor a la redonda, esplendor que se corre por arroyos
se detiene por un parpadeo sobre yerbas, piedrecillas y flores silvestres
Los árboles siempre anuncian que ellos no sufren el invierno
Se les dio como destino ser siempre muestra de vida y belleza.
¿Cómo no estremecerme cada vez que los veo, vestidos o desnudos?
Tengo en mi cuadra dos favoritos: son dos de copa perfectamente circular y refrescante
Quisiera decir que somos confidentes, pero sólo me regalan su belleza verde manzana
Me basta su quieta existencia para saberme feliz por un instante