Hablamos por algunas horas en la sala de su casa luego de que ella atendiera a un paciente. Le leí algunos microrrelatos. Continúa empecinada en que la escritura debe enmarcarse en la realidad de la sociedad. Creo que ella comprende mucho de literatura. Leí por Whatsapp la imagen del manuscrito que versa sobre la idea de un microcuento.
“Estoy pensando en la fórmula que acabe con tanto individualismo, aquel pensamiento egoísta que impera en el corazón…”
Por algunas horas analicé las posibilidades y las probabilidades estaban en la amplitud del libro que ahora escribo. Aquí es posible un mundo común sin escalones de poder. Pero al final, todo termina jodido, irremediablemente jodido.
Días después de su entierro iniciaron los interrogatorios.
—¿Qué hizo la abuela Cándida con el dinero del pago de la leche de estos últimos meses? —interrogó Maritza a los demás familiares.
Juan recordó que el día de su vela habían colocado una almohada extra dentro de su féretro con el propósito de acomodar en una posición más firma la cabeza de la difunta. Luego de buscar los posibles sitios, la familia llegó a la conclusión de que a la abuela la habían enterrado con más de cien mil pesos.
—¡Qué pecado! —exclamó la Maritza—; pobre de mi madre.
Todos fingieron olvidar lo ocurrido y juraron jamás contarlo a nadie.
Al finalizar la fiesta en las ferias Prodesa de Juigalpa, el reloj Made in China marcaba las 2:03 de la madrugada. Decidió, como buen caballero adolescente, ir a encaminar a su compañera de baile hasta su casa. Caminar en aquellos tiempos de principios de siglo era cotidiano. Se despidió con un adiós. Pasados diez minutos una avalancha de piedras azotó las paredes de las casas contiguas a la calle que de desierta pasó a campo de batalla. En medio de aquella reyerta de dos pandillas juveniles sólo era posible pedir un milagro para evitar ser desguapado por una piedra. Entre los miembros de lengua de suegra se escuchó una voz decir: “Calero, vení”. Al instante entró al patio y subió a un árbol de jocotes; la avalancha de piedras continúo. Luego de ser salvado por el milagro, descubrí al poeta Nadir Marín como un héroe sobre las ramas medias del árbol, riendo de aquella epopeya juvenil.
Más de algún poeta se habrá aventurado en las madrugadas a salir por los patios traseros de la casa de su amada, seguramente inspirado por los libros de José Zorrilla. Este poeta tenía una colección de bikinis de sus musas. Posiblemente el reloj marcaba las 3:00 de la madrugada cuando una patrulla de la policía lo interceptó:
—A ver, chavalo, ¿de dónde venís?
Sabía que debía guardar el secreto de aquel amor misterioso. No tuvo más remedio que mentir, mientras era cateado en plena calle cerca del restaurante Casa Deyfilia, mientras un oficial sacaba la prenda de la bolsa derecha de su blue jeans.
—¡Vengo del putal de doña Martha! —exclamó el poeta.
Un oficial un poco más aterrizado intervino y solicitó dejaran libre a aquel personaje, que actuaba en un microcuento años después.