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Cotidianas

¡Contratada!

Margarita Hernández Contreras


Qué cruel el tiempo. Todo es una ráfaga borrosa. Cuando te detienes a alcanzar aire para seguir, de repente se te viene a la mente aquello que consideras actual y presente, pero te das cuenta de que en realidad ya son recuerdos borrosos. Por eso la importancia de escribir, esfuerzo inútil por domeñar al tiempo (domeñar, verbo que me enseñó mi esposo poeta).

Por ejemplo, ya entrada en mis 60, hace seis meses volví a conseguir empleo. Yo, según ya estaba jubilada. No creí que volvería trabajar; quién iba a contratar a una ’ñora ya entrada en su sexta década y, además, discapacitada que deambula por su estrecho mundo en silla de ruedas. (Yo intuyo que esto no me hubiese ocurrido en México. Según recuerdo, todos los anuncios de empleos empezaban con el primer requisito “buena presentación”.) Once meses me duró la tal jubilación. Mis antecedentes como hija de campesinos michoacanos me empujaron a seguir lanzando mi ridiculum vitae cual botellita al mar esperando que llegara a buena playa. Aquí y allá enviaba yo mi CV; tal vez, como decimos los mexicanos, “andaba buscando queriendo no encontrar”. Y un día que me contratan en una universidad del lado del Pacífico de Estados Unidos. Y yo acepté la plaza.

Ya creo sentirme más o menos acoplada al ritmo de trabajo de recepción y entrega de mis proyectos de traducciones médicas. Hay días muy pesados. He tenido por lo menos 2-4 en los que la carga se hinca pesada en los hombros. Luego sale mi supervisora, una mujer joven y profesional, que me anuncia que estoy en plena libertad de decir que no a los proyectos que van llegando, si mi carga es mucha. ¿Qué empleado está acostumbrado a eso? A estas alturas de mi vida, estoy aprendiendo a decirles a los gerentes de proyectos que por equis cantidad de tiempo, no podré aceptar más asignaciones. Heme aquí, yo diciendo que “no” en el trabajo ¡Habráse visto!

Pero volvamos al tiempo. Hace seis meses, cuando inicié en mi nuevo trabajo, empecé con todas mis dudas neuróticas y de inseguridad. No iba a aprender el rollo de la tecnología, conectarme a su plataforma (trabajo desde casa), volver a todas las minucias de los procesos (mi trabajo anterior era una montaña de minucias), etc. Me iban a ver tonta y culpar a mi edad.

Fueron unas semanas, vueltas meses, en que aprendí a trabajar en la memoria de traducción, a traducir y a corregir textos de mis otros dos colegas (una argentina y un hondureño, ambos generosos y prestos a compartir sus amplios conocimientos). Nunca me topé con un gesto de impaciencia, incomprensión ni condescendencia. Parece que mi asimilación ha sido aceptable; mi supervisora ha cambiado la frecuencia de nuestras juntas a quincenales en lugar de semanales porque cree que ya estoy acoplada a la chamba.

Hubo altibajos emocionales en este lapso; en un par de ocasiones quise tirar la toalla y recuperar mi estatus de semi-jubilada; la tecnología a veces me quiso vencer y quise sacarle la vuelta. Me provocaba angustia, ansiedad y episodios de pendejez. Me hacía dudar de mí misma y de mi inteligencia. Lo triste es que me hacía considerar sacarle la vuelta. Y pues no, eso no va, ni en el trabajo ni en la vida. Como hija de tigres, pulí mis manchitas y le di la cara a mi miedo y desconocimiento de eso que a los jóvenes se les da como respirar y que a mí me suena a japonés. Aprendí a conectarme y desconectarme de la red virtual personal que aún no sé qué hace (¡todos los días!), a desconectar el router y volver a conectarme a la wifi (horror, ¿y si ya nunca se vuelve a conectar?), etc.

Yo sólo me jacto de saber mecanografiar, de usar veloz el teclado de esta compu, aunque como soy “la unimano” ya no es veloz como en mi pasado, cuando ambas manos revoloteaban sobre el teclado cual picaflores sobre las rosas. Aun así, mi mano derecha, torpe torcaza, no deja que me retrase en mis entregas y en cumplir con mis plazos.

Les cuento todo esto porque, si no estuviera escribiendo esto, difícilmente mi cerebro me ayudaría a reconstruir lo que he vivido en este medio año. Yo diría: “Hace seis meses empecé a trabajar de nuevo”, pero esos sentimientos que me obligo a rememorar escribiendo estas “Cotidianas” le dan sentido a mis días ahora que ya soy una señora sesentona. Tal vez, algún día, mis nietos, si hablan español, puedan conocer un poquito de su abuela, que antes de nacer ya los imaginaba tanto que hasta nombres les tenía.

Escribir… esfuerzo (no tan) inútil por domeñar el tiempo.


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