Confieso que la obra de Elena Poniatowska no me apasiona demasiado. En especial la narrativa. Ello no significa que no reconozca sus méritos incuestionables. Sobre todo, admiro su capacidad para presentar en toda su complejidad un ambiente a través de los ojos de los implicados. El primer acercamiento que tuve a los vergonzosos hechos del 68 fue a través de La noche de Tlatelolco. Me impresionó lo impecable de su trabajo periodístico, y sobre todo, la capacidad para profundizar en el aspecto humano de los hechos, transparentando el dolor profundo que causó no sólo en los afectados, sino en todo el país.
Después un libro de cuentos me hizo alejarme de sus obras, hasta que regresé a otros textos suyos de carácter periodístico, y al de Querido Diego, te abraza Quiela, que aunque no me convenció mucho me reconcilió con sus trabajos. Y hubiera pasado por alto su producción, de no ser por el fortuito encuentro con la biografía que escribió sobre Guillermo Haro, en alguna época su marido. Puesto que soy un desocupado lector que pierde sus noches (y gran parte de sus días) en los temas más variopintos, me apasiona la astronomía. Así que, de manera natural, me acerqué a El universo o nada.
Aunque uno quisiera más pasión en estas narraciones, hay otros detalles que lo convierten en un libro indispensable (en especial para aquellos interesados en la historia de la ciencia en México en general y de la astronomía y la astrofísica en particular). En primer lugar, lo que se transparenta sobre la dedicación de Guillermo Haro a la ciencia y la fidelidad a su país, y su interés por las nuevas generaciones.
Junto con los datos referentes a su vida, desde sus primeros pasos y sus primeras inquietudes sobre el cielo y las estrellas, nos enteramos de algunos aspectos de la vida en México y, más importante, del nacimiento y desarrollo de las investigaciones astronómicas, de las que, de más está decirlo, Haro fue pionero y uno de sus mayores impulsores.
Y además de su trayectoria, conocemos su relación con otros intelectuales como Fernando Benítez, José Revueltas, Luis Cardoza y Aragón, Carlos Fuentes, sus andanzas, e incluso el transcurrir cotidiano de su existencia, desde la infancia y la adolescencia hasta sus últimos días, pasando desde luego por su etapa de mayor intensidad productiva, reconocida por una serie de premios de carácter internacional.
En cada uno de sus proyectos se percibe la pasión y la intensa entrega de Haro. El observatorio de Tonantzintla, Puebla, cuya inauguración tiene el mérito adicional de haberse realizado durante la Segunda Guerra Mundial. Y en este contexto, el mérito es mayor por la natural falta de recursos, pues su gestión requiere de esfuerzos superiores a los ordinarios.
A principios de los años 50 la Junta de Gobierno de la UNAM lo nombra director del Observatorio Astronómico Nacional de Tacubaya, a la vez que la SEP lo nombra director del Observatorio Astrofísico Nacional de Tonantzintla (por diferencias con Luis Enrique Erro, con quien compartió inicialmente su gusto por la ciencia, había renunciado en Puebla; posteriormente fue nombrado subdirector y ahora la SEP lo ascendía a director).
En estos años se hace público el descubrimiento de los objetos Herbig-Haro, dos cuerpos celestes cercanos a la nebulosa NGC 1999, y a los cuales Haro llevaba varios años dedicándoles parte de sus desvelos. Herbig lo “madruga” y publica antes que él sus observaciones; por suerte, la Sociedad Astronómica Internacional reconoce el trabajo de Haro e incluye su nombre junto con el Herbig para designarlos. También por estas fechas ven la luz los boletines de ambos observatorios, los cuales serían el antecedente de la Revista Mexicana de Astronomía y Astrofísica.
A finales de 1966, luego de viajar por el país en busca de un lugar que mejore las condiciones de observación a las que existen en Puebla (la contaminación y la luz artificial estorban el trabajo astronómico), comienzan las gestiones para la construcción del observatorio de San Pedro Mártir, en Baja California, proyecto que a final de cuentas no podrá darle fin a causa de las intrigas, envidias y grillas académicas.
Y a propósito de las grillas, uno no puede dejar de asombrarse (pese a estar inmersos en un ámbito académico con condiciones semejantes) ante situaciones aberrantes, en las cuales puede más la burocracia, la pereza y la desidia que el trabajo arduo y honesto, lo cual da al traste con proyectos nobles y desinteresados.
Así, se crea el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica, del que Haro es designado director en 1971, lo cual ocasiona la división en Tonantzintla, pues algunos investigadores se van con Arcadio Poveda, quien se quedó con el proyecto de San Pedro Mártir, llegándose a situaciones tan ridículas como pelearse por una jerga usada (pp. 267-268).
En 1987, luego de un largo proceso para la ubicación del lugar, la gestión de recursos y un sinfín de avatares, se inaugura el Observatorio Astrofísico de Cananea “Guillermo Haro”, a quien en este caso no se le regatean méritos para la concreción del proyecto.
“Con doscientas sesenta noches despejadas al año, el Observatorio Guillermo Haro es el más grande de Latinoamérica: su telescopio pesa cuarenta toneladas y su captación de luz equivale a 360 mil ojos humanos juntos; su espejo pesa tres toneladas y los ópticos lo pulieron en los talleres del INAOE. El edificio mide 24 metros de altura y 15 de diámetro y la cúpula giratoria pesa 42 toneladas. La inauguración de un observatorio de estas características es un orgullo para el país y se debe al empeño de Guillermo Haro” (p. 366).
Excelente remate, sin duda, para la vida de quien dedicó sus esfuerzos a la ciencia y al progreso de México, y a quien están asociados (pese a las diferencias) nombres de las nuevas generaciones de científicos (sobre todo en el campo de la física, la astrofísica y la óptica) que son los que dan sustento y brillo a estas ramas de la ciencia en nuestro país y en el extranjero.
Guillermo Haro, estudiante de Harvard, investigador huésped de universidades y observatorios como los de Monte Wilson, Monte Palomar, Wisconsin, Cracovia, Rusia… Miembro de El Colegio Nacional desde 1953, vicepresidente de la Unión Astronómica Internacional, presidente de la Academia de la Investigación Científica… Recibió la medalla de oro Luis G. León de la Sociedad Astronómica de México, la medalla honorífica de la Academia de Ciencias de Armenia, fue Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1963, y en 1986 recibe, por parte de la Academia de Ciencias de la URSS, la Medalla Lomonósov, “máxima distinción concedida al aporte científico y humanístico, que equivale al Premio Nobel de la Academia Sueca” (pp. 358-359); este mismo año recibe el Premio Universidad Nacional en Ciencias Exactas.
Al margen de simpatías y diferencias, es imposible regatearle el mérito a Elena Poniatowska por acercarnos a este momento tan brillante de la historia de la ciencia y de México, y presentarnos el aspecto humano de uno de los mayores exponentes y pionero en las investigaciones de astronomía y astrofísica.
Poniatowska, Elena (2013). El universo o nada. Biografía del estrellero Guillermo Haro. México: Seix Barral (Los tres mundos. Biografía).