No hay mejor manera de conocer a un artista que adentrándose en su obra. Hoy, frente al discurso plástico de Alberto Navarro Cuevas, siento como si tuviera la oportunidad de abrirle el abdomen y deambular por sus entrañas, en medio de acrílicos derramados y letras escondidas en transparentes coloridos que evolucionan en escenarios incorpóreos y mágicos.
El dominio en las versátiles técnicas que emplea el artista convierte el lienzo en la culminación de un proceso interior que nos permite escudriñar su pecho. Por eso, no es raro encontrarnos con un ardiente corazón, una onírica mirada abstraída en un flagrante ojo o en los majestuosos rayos del sol.
Al contemplar estas obras es inevitable sentirse cautivado por la fuerza expresiva del carbón, la armonía del pastel y la revelación del carácter instantáneo del óleo, donde el mensaje y la naturaleza en cada mítico signo confluyen en múltiples sensaciones vivas y dinámicas.
Gratamente me encontré con que Alberto nos presenta una serie de sueños donde cada uno tiene su espacio determinado en un color, un lugar en franca evolución del alma y su destino final en una textura, conservando siempre el plano positivista y el cambio espiritual que conlleva su obra.
Conozcamos al artista fluyendo entre las reminiscencias de sus gamas, trazos y esa peculiar lírica sensualidad con la que aborda las telas.
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Nacido en Cuernavaca, Morelos, el 2 de julio de 1971, de signo cáncer, autodidacta, desde pequeño dibujaba con lo que tuviera a la mano. A los doce años experimentó con unas acuarelas y a los quince empezó a crear imágenes surrealistas con óleo, hasta que a los dieciocho años ingresó a un diplomado de dibujo publicitario, en el cual estudió nuevas técnicas como el gouache, pasteles, acuacolors, acrílico y lápiz, además de anatomía y dibujo del natural. Su trabajo de entonces lo estuvo reservando casi para sí hasta los 21 años, cuando trabajando con el fotógrafo José Escalante como diseñador, éste adquirió un cuadro y le sugirió que se dedicara a la pintura. Navarro Cuevas tomo a la ligera la sugerencia, pues viajaba a Guadalajara para trabajar en mercadotecnia. Después de siete años se dio cuenta de que realmente la pintura era su vocación y entonces, impulsado por su esposa Rocío Rivadeneyra, se decidió a estudiar la licenciatura en artes visuales en la Universidad de Guadalajara, donde se le abrió un mundo de posibilidades técnicas e intelectuales, así como el refinamiento de su estilo. Actualmente radica en Guadalajara, Jalisco, viviendo su vocación.
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