Juan Manuel Ortega Partida
Yésica Cecilia Núñez Berber
El mito de la formación docente en filosofía
En los últimos años la formación docente (disciplinar y pedagógica) de los profesores de filosofía en la Universidad de Guadalajara en lo que respecta al nivel medio superior, ha consistido en cursar un diplomado titulado por competencias, con la suficiencia del diseño de un esquema o guías de trabajo para el profesor, a elegir una de las tres unidades de aprendizaje con orientación filosófica: Identidad y filosofía de vida, Reflexión ética y Comprensión de la ciencia, siendo esta última considerada como de orientación epistemo-metodológica o de filosofía de la ciencia.
En la Universidad de Guadalajara los filósofos vamos de gane: queriendo y no, la filosofía se conserva en el plano curricular, incluso conservando la aseveración de filosofía, dado que en la propuesta de reforma integral impulsada por el gobierno federal en el 2008, la filosofía fue desaparecida y en el acuerdo 488 se reconoce su incorporación sin que a la fecha la inclusión haya sido concreta, pues ha quedado en la intención; la filosofía para los empleados de la Secretaria de Educación Pública del país existe por el hecho de haberse decretado como existente y real, mas no se encuentra incorporada en el currículum de los sexenios del empleo, del vivir mejor y, del actual, de los pactos por un México moderno y democrático.
La Dirección General del Sistema de Educación Media Superior busca la consolidación de líneas de trabajo afines a los colegios departamentales, en lo que respecta a la construcción de diseños para la formación docente, sin embargo los avances son escasos, se ha trabajado en la detección de necesidades de formación, del perfil del profesor, del alumno, de la recuperación y problematización de la práctica docente, del sentido de la formación curricular bajo el enfoque por competencias, de las políticas de desarrollo institucional, de los apoyos al desarrollo profesional de los docentes y de la actualización en los ejes transversales de la ética, la sustentabilidad, la paz, el bienestar, la inclusión y la justicia.
Diseñar propuestas de formación para profesores del nivel medio superior, en particular para el área de filosofía, ha resultado todo un reto para el Colegio de Formadores, ya que por actitud el filósofo no es y no quiere ser un pedagogo, cuestiona los fundamentos de la educación, de las tendencias pedagógicas, de la instrumentación didáctica, de la evaluación, del currículum, de los enfoques áulicos, de la investigación educativa, de las competencias docentes para el desarrollo de competencias y demás ideas voluntaristas y románticas de los protagonistas que han hecho del sistema un caos de proyectos particulares, lo que convierte al filosofó en un consumidor crítico de la teoría y práctica universitaria. En este sentido, el docente filósofo propone una cultura participativa donde la razón imponga al caos un orden, una ruta crítica, donde los consensos como vicios de la democracia no conduzcan al mayoriteo, de la necesidad de hacer y mejorar la práctica verbalista y enciclopédica.
La formación docente que demanda la reforma al bachillerato (2008) es la de las competencias para el desarrollo de competencias, pero se impactan todas las áreas del conocimiento; las ciencias y las disciplinas no cuentan, pues éstas no existen, se desvanecen; ahora la forma de establecer la relación pedagógica es a partir de nociones generales o desarrollo de atributos derivados de un esquema de competencias establecidas en el perfil de egreso. Las estructuras conceptuales son saberes instrumentales que posibilitan transitar a una enseñanza de la filosofía organizada no en función de su historia sino a partir de los problemas denominados competencias genéricas, como serían la cosmovisión, el significado de la vida, la relación del conocimiento y la cultura, la reflexión ética, la moral y los problemas éticos de la sociedad contemporánea, exigiendo del profesor la apropiación de los distintos enfoques teóricos desde los cuales puede ser abordado el problema, la secuencia interna entre núcleos y las posibilidades reales de planeación y administración de la instrumentación didáctica. La formación ciudadana, la identidad y actividad científica no es una cuestión de disciplinas, sino de expectativas de formación para el marco curricular común, el desarrollo de especializaciones sin definir.
Las nuevas unidades de aprendizaje demandan al profesor un manejo conceptual amplio, un tanto enciclopédico, pero lúdico, donde el manejo de la estructura conceptual de las disciplinas no existen, ahora el reto es crear el objetivo de aprendizaje que no se encierre en definiciones sino en la potencialidad de teorización. En este sentido, la filosofía no es una disciplina a la que hay que definir, memorizar, demostrar empíricamente o simplemente describir; la filosofía puede convertirse en instrumento de conocimiento. La filosofía no se enseña, lo que se enseña es la actitud de filosofar, el estar abierto a los cambios y particularidades, el usar sus contenidos. La filosofía no trabaja con definiciones, trabaja con nociones, con ideas desde las cuales se piense, se teorice la realidad.
Los alumnos, por su propia experiencia de aprendizaje, exigen que el profesor haga de la disciplina un campo de interés donde las actividades se presenten sin exigencias conceptuales, sin contenidos, sin definiciones, sin exigencias de datos susceptibles de comprobación, donde la diversión corone el aburrimiento de la teoría, que no se le exijan conocimientos previos, nociones categoriales propias del pensar filosófico, donde la lectura no sea el eje angular de la discusión, sino que se retomen sólo sus opiniones. El alumno exige que la tarea del profesor sea hacer una clase sin exigencias, sin recirculaciones ni reclamaciones por el bajo nivel; la clave es hacer del aprendizaje un juego de gratificaciones, en donde todos sean reconocidos y se sientan felices y contentos.