Adriana Patricia Torres Jaramillo, Luis Rico Chávez,
María del Socorro Mora Navarro, Rosa Irma Narváez Nieto
Junto con los de Juan Rulfo y Juan José Arreola, el nombre de Agustín Yáñez es de los que más se escuchan, en los ámbitos nacional e internacional, al hablar de literatura jalisciense. Y de los tres, es el más prolífico, aunque como ocurre en la mayoría de los casos, la cantidad en ocasiones desmerece la calidad. Pese a ello, sus cuentos y sus novelas se disfrutan, en particular en ciertos pasajes y ciertos momentos (en el caso de los textos que comentaremos, la paráfrasis del Cantar de los cantares [pp. 85-88] es lo mejor del libro).
En fecha reciente se propuso a la comunidad académica de la Preparatoria 2, de la Universidad de Guadalajara, la conformación de un taller de lectura para docentes. A raíz de la invitación y de manera desinteresada, un grupo de profesores respondió y, por unanimidad, se acordó la lectura del libro de cuentos Los sentidos al aire, el cual se expuso y discutió durante las sesiones del ciclo pasado. Lo que viene enseguida corresponde a las notas tomadas durante dichas reuniones.
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El inicio del libro es un poco engañoso, pues el texto que sirve como introducción, “Obertura”, hace pensar en cierta unidad temática, y el lector considera que los puntos de enlace entre las diferentes narraciones serán el azar, el destino, los astros. Se habla de los signos del zodiaco, y se relaciona la vida con las estaciones del año: la primavera, la niñez; el verano, la juventud; el otoño, la madurez y la senilidad; y el invierno y la muerte. El vaivén de las emociones también depende de las estaciones. Se mencionan, entreverados con lo anterior, los juegos de cartas [cada sección incluye un nombre alusivo: “Brisca de desasosiegos (en el desabrigo del invierno)”, “Conquián de amores (crisis de primavera)”, por ejemplo] y dioses de la mitología griega, así como heroínas de la literatura. Pero mucho de lo que se menciona en esta obertura no aparece en el resto del libro. Sin embargo, este arranque y la subsecuente lectura de los cuentos nos lleva a descubrir que, para el autor, la vida tiene mucho de azar, que el destino juega con nuestra existencia, y que la literatura es el instrumento ideal para recrearla.
Leemos, por ejemplo, en el cuento “Niña Esperanza”: “Como si nada hubiera sucedido, nada en la calle ni el barrio encontré cambiado: las mismas casas, las mismas caras, las mismas costumbres y los ruidos de diario; hasta los mismos vestidos” (p. 38), amargo lamento del narrador, herido por la muerte de su amor imposible. El sentido de esta frase aparece implicada en la “Obertura”, y nos lleva a cuestionarnos sobre cuál es nuestro destino y a la certeza de que el mundo sigue girando después de nuestra muerte. El mundo es cruel: morimos y a nadie parece importarle.
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Entre los múltiples temas que componen Los sentidos al aire, aludidos o no en la “Obertura”, en estas notas nos ocuparemos de tres de ellos:
Estos temas no pueden desligarse unos de otros así que, de manera inevitable, habrá alusiones e incluso reiteraciones al abordarlos. Por ejemplo, uno de los temas del primer cuento (“Niña Esperanza”) se repite en otros: el nacimiento del amor, con su carga de ingenuidad y entusiasmo, la intensidad de enamorarse por primera vez, que lleva aparejados la impaciencia, el desasosiego y su corolario: la desilusión.
El universo existe en función de mi percepción (relacionado con los personajes): es alegre o triste, hermoso u horrible según mi estado de ánimo, mis emociones, mis vivencias. Si el personaje se enamora por primera vez, piensa: “Es el primer día del mundo. Acaban de ser creados la luz, los sonidos, el agua, los hombres” (p. 71), pero luego de largas decepciones la reflexión es otra: “Alguna vez pensé que sería dichosa consiguiendo la simpatía [el amor] de cuantos me conocieran; y ahora, mientras más conocida, más despreciada” (p. 83). Observemos, en este punto, el contraste (los “claroscuros de la vida”).
Ahora nótese la siguiente descripción espacial: “Una tarde imperial, en Guadalajara, en marzo. El sol, triunfal, va alargando las sombras y embriaga de luz. ¿Hay algo como estas tardes tropicales, en Guadalajara, en marzo, cuando se es joven y se comienza a amar?” (p. 70): la percepción de los personajes, la perspectiva del narrador dimensionan los temas de las historias.
La provincia y la religión
Sirva la anterior descripción para introducirnos al primer tema. Aunque todos los relatos transcurren en un mismo espacio, Guadalajara (hay menciones específicas de calles y barrios de la ciudad), capital de Jalisco y una de las mayores ciudades de México, se respira un aire de provincia, se narra la vida apacible y cargada de prejuicios, miedos y certezas incuestionables derivadas de la mentalidad religiosa, omnipresente y ominosa.
Uno de los rasgos definitorios de lo provinciano se palpa en lo que no se dice, en los rumores (lo dicho entre dientes, a media voz, a hurtadillas), en los chismes: elemento fundamental de las relaciones y la realidad.
En el cuento “Las avispas”, cuyo personaje es un director de escuela, uno de los temas es la educación, y la máxima es “la letra con sangre entra”. Subyace como elemento fundamental la hipocresía, la doble moral, los chismes. Las murmuraciones lastiman más que las agresiones físicas, lo cual se subraya en el título: las miradas reprobadoras, las murmuraciones, lo que no se dice de frente, son como aguijones de avispas que destruyen, en un día, toda una vida de trabajo responsable e intachable.