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Miguel Reinoso y el compromiso con la poesía

María Teresa Gutiérrez


Si mi memoria no me traiciona, conocí a Miguel Reinoso en 1982. Llegamos el mismo año a laborar en la Secundaria 13 Mixta, él como profesor de grupo y yo como bibliotecaria. En un principio no entablamos conversación, sólo nos saludábamos en los andadores o espacios de reunión de profesores de esa escuela. Llamaba mi atención la finta de hippie o bohemio, siempre de mezclilla, colgando de su hombro un morral de cuero desgastado, su larga melena y su calvicie; su aspecto callado y tímido en un principio, quizá para esconder su tartamudez. Después de entrar en confianza, su palabra dominaba la conversación. En la lista de firmas aparecía como Miguel A. Reynoso López, por lo cual muchos le decían Miguel Ángel; siempre corregía, añadiendo que no era un ángel, sino todo lo contrario. Aclaraba: “Soy Miguel Alberto”.

Poco a poco fuimos notando los intereses comunes ya que, además de coincidir en el espacio laboral, nos saludamos en los pasillos de la ENSJ después de la jornada de trabajo. Habíamos elegido la misma licenciatura: Enseñanza del Español. No recuerdo en qué momento me comentó que escribía y formaba parte del taller de Elías Nandino. Me di a la tarea de investigar qué integrantes del taller eran compañeros de Miguel, al realizar una breve investigación sobre la poesía joven local.

En mi primer año de Normal Superior, en uno de los cursos, el profesor nos pidió realizar una monografía. Entonces decidí investigar sobre la poesía joven en Guadalajara. Además de la escasa literatura escrita que encontré, era la oportunidad de conocer a aquellos compañeros de Miguel, por lo que lo más conveniente era hacerles una entrevista. Investigué dónde se reunían y qué días tallereaban; así conocí a algunos de sus integrantes: Jorge Esquinca, Luis Alberto Navarro, Luis Fernando Ortega, Salomón Villaseñor, Fernando Montes de Oca, Miguel Ángel y Felipe Hernández, Adriana Enciso… son a quienes recuerdo haber visto en la capilla del Exconvento del Carmen.

Pasó el tiempo y la amistad se consolidó. Me presentó a su familia, me invitó a su casa de la colonia del Fresno a comer. Entonces me enteré de las raíces, de la inseguridad y rebeldía con la que caminó toda la vida. Las anécdotas familiares, su relación con su padre y su cercanía con su madre. La exigencia paterna y la falta de reconocimiento lo llevó a aceptar con rebeldía lo contrario a lo convencional y a la propuesta paterna: su aborrecimiento por el futbol y su inclinación a la música y la poesía. El núcleo familiar de Miguel fue un pilar importante desde donde construyó su personalidad y su oficio, tanto de poeta como de profesor.

En el ámbito profesional tuvimos muchas coincidencias: fuimos maestros de Español, y todo lo relacionado con expresión de la lengua oral en distintos niveles educativos por elección, por vocación y por gusto. Respecto al oficio de la escritura creativa, Miguel me llevaba una gran ventaja. Además de su dominio de la estructura gramatical del español, fue un lector asiduo tanto de teoría literaria como de la poesía mexicana, latinoamericana y europea. Por él me enteré de la existencia de muchos poetas desconocidos por mí en ese momento, entre los que puedo mencionar a Rubén Bonifaz Nuño, Alí Chumacero, José Carlos Becerra, Efraín Huerta, José Juan Tablada, entre los mexicanos; de Latinoamérica: Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo, Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, entre otros; de los europeos: Fernando Pessoa, Rainer María Rilke, T. S. Eliot, Saint-John Perce y, por supuesto, el norteamericano Ezra Pound. Esos son los que recuerdo haber escuchado mencionar en pláticas sobre lo que leía. Era muy generoso al compartir lo que escribía y sus comentarios sobre las experiencias de escritura creativa.

Algo que nos acercó mucho como amigos fue nuestra devoción al maestro Adalberto Navarro Sánchez, quien nos dio clases tanto en la ENSJ como en la Facultad de Filosofía y Letras. Nos reuníamos con él al salir de clases o en ocasiones nos invitaba al desaparecido café Konditori, ubicado por avenida Américas y Colomos. Navarro Sánchez era de una personalidad físicamente frágil y de un considerable saber literario. Impecable en su vestir, siempre de traje oscuro, a su paso dejaba un aroma a vetiver; en ocasiones, con una gorra vasca que cubría su pelo largo y escaso; además, una bufanda en tiempo de frío. Su complexión delgada exigía que lo protegiéramos de cualquier amenaza. Lo más imponente de su rostro enjuto era una mirada amable y viva que se escondía tras una armazón oscura y unos cristales gruesos. De su débil voz salían una serie de citas clásicas; era necesario aguzar el oído para entender lo que decía. Aunque no entendíamos mucho. Este gran personaje de la vida literaria de Jalisco dirigía y editaba la revista Et Caetera. Miguel tuvo el privilegio de ser publicado en este medio al que no cualquiera tenía acceso.

La amistad continuó por muchos años, en los cuales vi en Miguel a un poeta comprometido con su escritura; nunca dejó de escribir y siempre se entusiasmaba con sus proyectos poéticos. No había ocasión en que no compartiera lo que estaba escribiendo en el momento, de ahí su vasta obra poética, que lo llevó a obtener dos veces el premio nacional de poesía y reunir siete publicaciones de poesía y participar en un sinfín de antologías literarias. A veces yo le mostraba algunos textos y siempre me hacía sugerencias para mejorarlos. Confieso que, aunque amaba la escritura, no era tan comprometida ni constante con este oficio; no era mi momento.

Después de concluir la Normal Superior, nos volvimos a encontrar en la Facultad de Filosofía y Letras. Aunque yo iba algunos semestres arriba, luego nos encontramos en el mismo grupo debido a mi tiempo fuera por mis licencias de maternidad. Era un grupo pequeño, de menos de diez estudiantes: Miguel, Mauricio Ramírez, Maru Rocha, Ruth Chiu y yo. Éramos inseparables siempre que nos dejaban tareas en equipo. También asistíamos a reuniones bohemias a las que nos acompañaban maestros como Raúl Bañuelos, Dante Medina y Ricardo Castillo. Fue una gran etapa de encuentro.

Una de las amistades que me heredó Miguel fue a Anja Aguilera, compañera amantísima y entusiasta de su compañero poeta. Ellos se conocieron en La Paz, B. C., en el encuentro de escritores Lunas de Octubre. Gracias a esta maravillosa mujer y aconsejada por Miguel, empecé a tomarme más en serio el oficio de la escritura. Me invitaron a participar en una lectura dentro del proyecto “2 poetas 2 y una musa”, que consistía en reunir a un poeta consolidado y un novel en una lectura de poesía; la musa era la cerveza Minerva. En esta ocasión compartí la velada con Lisi Turrá, poeta argentino-mexicana de renombre dentro del medio. A pesar de mis inseguridades, Anja me animó a salir del clóset del anonimato de escritora. Ese fue el inicio de una serie de actividades literarias que me acercó mucho a esta pareja. Me invitaron al taller de la Vesania del Grafógrafo, dirigido por Miguel. Cuando lanzaron su proyecto editorial del mismo nombre, a cargo de Miguel, Anja y Gina Kincowich, me animaron a publicar mi primer plaquette y, dos años después, mi primer libro de poemas. Además, llegaban invitaciones a lecturas en distintos espacios del estado y a festivales y encuentros literarios en distintos estados de la república. Siempre había un proyecto relacionado con la promoción de la lectura y la escritura, como el que se realiza en el contexto de La Otra Fil: La Sombra del Venado.

Hasta sus últimos días y a pesar del diagnóstico médico, Miguel siguió escribiendo y armando distintos proyectos de escritura. En 2022, en el marco de la FIL, se presentó su penúltima publicación, Todo nace de la ignorancia, poemas que recogen la experiencia del confinamiento provocado por el Covid-19. Su última presentación, Balladeer. Balada para el hombre común, fue también en el marco de la FIL pocos días antes de su hospitalización. Nuestra amistad duró desde nuestros primeros encuentros en la Secundaria 13 Mixta hasta el día que se despidió de este mundo para continuar su recorrido por el universo.


Zapopan, Jalisco, 29 de enero de 2024


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