Tal vez no sea una palabra con un sonido muy grato, pero su significado lo es. Normalmente se piensa que quiere decir quietud y serenidad, pero más que eso es “imperturbabilidad”. Es no dejar que nuestras pasiones dirijan nuestros actos; dicho en español de la calle, quiere decir que hay que pensar con el cerebro, no con el estómago. No es que no sintamos alegría, pesar, rabia o tristeza, sino que no debemos dejar que esas emociones dominen nuestra parte racional. Según la escuela filosófica del estoicismo, la ataraxia es la condición necesaria para la felicidad. En los tiempos de la pandemia, en que la incertidumbre, aliada con la ignorancia, hizo que incurriera en el yoquepierdismo, convenía tener un mínimo de ataraxia. Eso nos ayudaba a controlarnos y a evitar que, llevados por nuestros impulsos, cometiéramos actos que luego podríamos lamentar.
La RAE nos dice que es “noticia falsa propagada con algún fin”. Para que algo sea un bulo, el requisito de la falsedad no es suficiente; es necesario que haya un objetivo o interés para su propagación, que puede ser económico, político, ideológico, o simplemente lúdico (sí, hay personas que gozan viendo cómo los demás creen sus mentiras, pero esas patologías quedan fuera de esta obra). En ese sentido es casi igual a las fake news. En francés se conoce con el nombre de canard. Los bulos han circulado siempre y en muchos casos son relativamente inocuos; pero en lo más duro de la pandemia debimos extremar nuestras precauciones, porque creer en alguno podía tener gravísimas consecuencias para la salud y para la vida. Tuvimos que aprender a conducirnos con escepticismo y ver si podíamos falsar los bulos.
Según la Real Academia Española: el que se queja demasiado, y la mayoría de las veces sin causa. Todos conocemos a alguien así: se queja si la comida está salada, o insípida, o caliente o con demasiado picante. Al ser tan quejicas, pierden de vista que tienen suerte por tener alimentos e ingresos para pagarlos. Con la pandemia, la actividad de los quejicas aumentó de intensidad y se volvió más enfocada: ya no aguanto el encierro, no puedo ir de viaje a Europa, extraño ir a la cantina/al restaurante/al gimnasio/a la iglesia, quiero ir a bailar/hacer deporte/entrenar/ver a mis primos/papás/amigos… El repertorio es estrecho, pero las quejas son sonoras. Aquí cedo la palabra a Fernando Savater: “Pienso que hay algo que sí deberíamos aprender o tomar muy en cuenta: que nos quejábamos mucho en nuestra vida anterior y no sabíamos que, en realidad, éramos personas que gozábamos de cierta estabilidad en todos los ámbitos. En fin, quizá estaría bien que ya no nos quejásemos tanto ni discutiésemos tanto con aquellos que nos rodean y que son parte importante y querida de nuestra vida”.
A pesar de que la actividad del quejica parece inocua, corre el riesgo de quedarse sin interlocutores: ante la precariedad (laboral, sentimental y hasta vital) los sufridos amigos pueden decidir que no tienen tiempo para perder con alguien que no encuentra placer alguno en su propia vida, y cortar la relación con él.
Se refiere a la actitud irresponsable del que hace lo que quiere sin pensar en las malas consecuencias para los demás; la pregunta que se hace es: “¿Y yo qué pierdo con esto?” Es una actitud que debemos evitar siempre, y especialmente en momentos de amenaza colectiva.
La respuesta a la pandemia, que es un fenómeno inicialmente biológico, es un producto social. Si una persona no obedece las reglas (escritas o no escritas) de algún acuerdo social (digamos, que tira un papel en la calle) el resultado no es grave. Pero si muchas personas incumplen ese pacto social, las consecuencias para todos sí lo son. En el ejemplo, el exceso de basura ocasiona muchos problemas. Esta parte es la que no tienen en cuenta: las consecuencias no son sólo para el que no cumple las normas, sino para toda la sociedad.
Para algunos, la pandemia fue una oportunidad de manifestar su yoquepierdismo. Para otros, más solidarios, de reflexionar y abandonarlo.
