Pese a la importancia de los archivos municipales, cuya principal encomienda es rescatar, salvaguardar y custodiar los documentos que atesoran el acontecer cotidiano de los cabildos, “ninguno de los ayuntamientos en los que yo trabajé se preocupa por los archivos”, lamenta el maestro Rafael Cosío Amaral, cronista de Autlán de 2008 a 2018 y jefe del Archivo Municipal en 2010.
Sostiene que su labor se desarrolla sin que se les tome en cuenta; los trabajadores del archivo se encuentran en malas condiciones, no reciben aumentos ni apoyos porque “el archivo no produce nada, no reditúa para pagar el sueldo de los empleados”; el archivo es un lugar de castigo, explica, así que recibe a personas sin capacidad, sin conocimientos, y como responsable tiene que “amarrarle las manos” a ese personal, al que está obligado a preparar, asesorar y cuidar, porque “hacían lo que podían, lo que querían, y lo que no también lo hacían”.
Desde luego, no disponían de material ni nada para trabajar, pero él, como historiador, se sentía satisfecho por tener a su alcance las actas de cabildo, la más antigua correspondiente a la década de 1840; explica que una de ellas refiere un hecho de 1831, cuando el ayuntamiento autoriza la realización del evento más importante de Autlán: el carnaval.
Evoca el momento en que, a petición de sus compañeros de generación, preparó una charla para celebrar 50 años de haber egresado de la secundaria. Se le ocurrió revisar las actas de cabildo de los tres años que cursaron ese periodo, suceso que le permitió, tanto a él como a sus compañeros, valorar el pasado, en retrospectiva, pues mientras uno está en la secundaria sólo se preocupa por los problemas del momento; “a esa edad qué nos importa la historia; nos la pasamos dándonos coscorrones, escondiéndoles los lentes al que usa lentes, y sacándole la butaca a la compañera más sexi para reírnos todos de ella”.
En retrospectiva, menciona que cuando estudió preescolar sólo había una escuela de ese nivel en Autlán, el jardín de niños “Josefa Ortiz de Domínguez”. Subraya la importancia de su primaria, el Centro Escolar Chapultepec, fundada en 1944 gracias al apoyo de Marcelino García Barragán, quien a pesar de ser un personaje polémico “fue un gran benefactor para Autlán; durante su gobierno se preocupó por la educación; a cada pueblito le dio su escuela; tuvo un desempeño y una actitud para la región increíblemente positiva”.
El Centro Escolar es una escuela enorme, inspirada en el Colegio Militar de Popotla, de la Ciudad de México; cuenta incluso con una alberca olímpica y con un aula magna mayor que el teatro Diana, decorada con murales de José Atanasio Monroy. Más significativo que este aspecto material, destaca las personalidades que pasaron por sus aulas: el guitarrista de proyección internacional Carlos Santana, y el escritor y filólogo Antonio Alatorre.
En 1998, como presidente de la junta patriótica, se encargó de organizar los festejos de la Independencia. Se le ocurrió invitar a Antonio Alatorre y a Luis González y González a sostener una charla en el vestíbulo del centro escolar. El 13 de septiembre, cuando iba a mandar un vehículo del ayuntamiento a recoger a Luis González, el historiador se excusó de asistir porque su esposa, Armida, estaba muy enferma; ella murió el 17.
“Le propuse al presidente municipal entregar las llaves de la ciudad y un reconocimiento como hijo distinguido a Antonio Alatorre”. Aceptó el funcionario, pero durante su estancia, este “hijo distinguido” tuvo un comportamiento despótico, arrogante, todo le parecía poco, se sentía como en una ciudad feudal.
“El presidente, que había sido mi alumno, me puso una bailada por el comportamiento de Alatorre. ‘Tú cálmate’, le dije, ‘no sabes quién es él, a los genios todo se les permite’. A los pocos meses le entregaron el premio nacional en Ciencias y Artes en el área de lingüística y literatura. ‘Date cuenta, antes que el presidente de la República, tú lo reconociste en tu pueblo; ¿tú crees que, así como es, hubiera aceptado venir después de que le dieron ese premio?’ ”.
En cierta ocasión, continúa el maestro Cosío, en un evento sobre la lengua celebrado en Zacatecas, los periodistas le preguntaron a García Márquez sobre lo que leía para aprender y manejar la lengua como lo hace; contestó que su libro de cabecera era Los 1001 años de la lengua española “y Antonio Alatorre es mi maestro”, añadió el oriundo de Aracataca. “Después de Carlos Santana, no hay hombre que le dé más lustre y proyección a Autlán que Antonio Alatorre”.