

La muerte del libro
Se habla de la  muerte de libro, en su formato tradicional. Se habla de nuevas formas de  entender el ejercicio de la literatura. Se habla de la muerte del romanticismo  que trae consigo abrir un libro a manos de la tecnología. Algunos opinan que es  benéfico acercarnos al libro electrónico, porque llega a un mayor mercado, que  con tan sólo dar un clic los libros aparecen. Hay que hacer uso de los nuevos  aditamentos que la tecnología ofrece: computadoras, tabletas, celulares, todo  realmente al alcance de nuestras manos, todo a favor de la inmediatez. Después  de todo, los principios de la imprenta de Gutenberg eran facilitar el acceso al  conocimiento mediante la impresión en volúmenes de un libro.
          
          Hoy resulta nostálgica la frase que hace treinta o veinte años nos  lanzaban como una invitación al futuro: “El mundo de mañana será el mundo de la  computación”. Hace mucho tiempo que esta frase nos rebasó. Vimos cómo la  computadora trajo consigo el internet, el internet trajo los chat, el correo electrónico, los messenger, los blogs, hasta llegar a las redes sociales y los twitter. Presenciamos cómo en estas últimas décadas nos instauramos  en lo que algunos sociólogos afirman como la era de la aldea global. Con un  solo clic podemos saber lo que realmente pasa en otros lados del mundo, qué  sucedió hace unos instantes, lo que sucedió hace millones de años. La  información y la comunicación se volvieron atemporales y sin geografía. No  existe ningún tiempo ni espacio, a pesar de que nuestros pies no estén en  China, o en India, o en el lugar más recóndito, nuestra presencia puede ser  real. Cualquier país está al alcance de un clic o de una aplicación.
          
          ¿Cómo ha influido todo esto en la lectura y escritura?
          A las generaciones que nacimos en las décadas de los setentas y los  ochentas no nos tocará ver la muerte del libro. Para nosotros el libro  significó la entrada a nuevos mundos, la entrada a una tradición literaria  forjada desde hace siglos. Cada libro leído representaba un eslabón de esa  cadena literaria. Por medio de los libros adquirimos cultura, conocimiento,  identidad, formación. El libro representó la posibilidad de conocernos como  personas instauradas en una sociedad, por el libro cuestionamos esa sociedad,  por el libro reprobamos pero también nos incluimos y rescatamos la sociedad  donde vivimos. Por el libro conocimos las tradiciones de nuestros pueblos, leímos  con gran entusiasmo historias del Popol  Vuh, la Visión de los vencidos de  León-Portilla, leyendas del México virreinal, los poemas de Quevedo y Sor  Juana, de Juan de Dios Peza, de José Juan Tablada, novelas como Los de abajo de Mariano Azuela, el mundo  postrevolucionario de Agustín Yáñez o Juan Rulfo, los autores del Boom latinoamericano como Carlos  Fuentes, Elena Garro. La literatura nos daba identidad y tradición, los libros  se convertían así en un espacio íntimo con nuestra historia, con nuestros  espacios y tiempos anteriores. Los libros nos confirmaban como seres  universales, que accedían con el diálogo que iniciaron generaciones pasadas.  Era sentirnos parte de un mundo, de un todo. Era saber que no éramos los únicos  ni tampoco los primeros o últimos hombres en la tierra y actuábamos en  consecuencia. Y buscábamos nuestro lugar en ese momento histórico.
          
          Pero también a nuestra generación nos tocó la entrada a nuevas formas de entender  la comunicación y búsqueda de nuestro lugar en ellas. La entrada de los blogs significó una ventana muy  accesible a la publicación. En Guadalajara, Jalisco, los años ochenta  significaron una masificación del ejercicio de la escritura y la producción literaria,  y en los noventa la escritura y la producción de revistas y editoriales llegó a  un clímax con la profesionalización del quehacer literario. Lo que se escribía  contaba con el compromiso del propio escritor que se sabía parte de una  tradición, y los editores buscaron una mayor profesionalización en su trabajo:  se exigían para sí calidad en textos, en los diseños y formatos de revistas y  editoriales. De esta generación en Guadalajara vimos resplandecer una camada  importante de escritores y editores: Raúl Bañuelos, Avelino Sordo Vilchis,  Felipe Ponce, Luis Armenta Malpica, Patricia Medina, Luis Vicente de Aguinaga,  León Plascencia Ñol, Pedro Goche, Jorge Esquinca, Mauricio Figueras, Ernesto  Lumbreras, Ricardo Castillo son sólo algunos nombres de esta enorme lista.
          
          La entrada de la computadora y los programas de diseño implicó una mayor  cobertura en la producción de revistas y libros. La computadora en la década de  los noventa reemplazó las publicaciones hechas con mimeógrafos o a base de  fotocopias. Las grandes máquinas para imprimir pronto se vieron renovadas con  las publicaciones en offset, los que  representó que tanto revistas como editoriales presentaran un trabajo de mayor  calidad, las cuales casi siempre fueron hechas por jóvenes entusiastas. Sin embargo,  en la siguiente década las páginas personales significaron una baja en la  producción tanto de revistas como de editoriales.
          
          El número de revistas era escasa, lo que se alcanzaba a editar era más  por la inercia de la década anterior. De la primera década del siglo XXI en  Guadalajara se editaron muy pocas revistas. Las que mayor trascendencia  tuvieron fueron Parque Nandino, Tragaluz,  Luvina (que precedía una década anterior) y las revistas hechas por  jóvenes: Metrópolis y Reverso. De ser una ciudad con gran  producción de revistas como fueron República  Literaria, Bandera de Provincias, Eos, Pan, Summa, Et Caetera, hasta llegar  a Trashumancia, Luvina, Juglares y  Alarifes, en la primera década de este siglo Guadalajara había mermado  considerablemente la producción de revistas. Lo mismo pasó con el mundo  editorial: la década de los noventa vieron fortalecer proyectos editoriales que  hoy en día gozan de una buena aceptación a nivel nacional. Arlequín, Mantis,  Literalia son ejemplos de proyectos que se consolidaron en este paso; de la  década pasada no hay proyectos editoriales consolidados, sino proyectos que  están abriéndose pasos con sus respectivos obstáculos, a los cuales aún les falta  tiempo de maduración. Viaje, Papalotzin, Memoria de la Voz, o Va de nuez aún  tienen mucho camino por recorrer, quizá sea La Zonámbula ya que tenga una mejor  proyección con respecto a las otras.
          
          A esta generación de jóvenes escritores nos tocó otra realidad. En la  década pasada nos vimos inmersos de lo que el internet ofrecía. Y si bien es  cierto que la producción de revistas y editoriales mermó. También es cierto que  la cantidad de jóvenes aprendices a escritores aumentó considerablemente. El  internet significó para muchos la posibilidad de crear páginas personales en donde  lo más importante no era mostrar un trabajo comprometido o de calidad, sino de  tener un registro para figurar en el mapa literario de Jalisco. El internet  significó la posibilidad real de insertarnos en un espacio geográfico mayor.  Dejamos de ser localistas, descubrimos escritores de nuestra generación en  otras partes del país, y conocer que la realidad jalisciense no distaba mucho  de otros estados. Las publicaciones en revistas y libros de escritores jóvenes  habían disminuido. Sin embargo aumentó el número de blogs, de revistas electrónicas, de proyectos editoriales jóvenes.  El escritor joven se vio inmerso en un mundo más complejo y al mismo tiempo más  competido (que no es lo mismo que competitivo). Dejó su Guadalajara para  asistir a encuentros cada vez con mayor naturalidad, accedió a proyectos  editoriales en otros estados, se insertó en un diálogo nacional. Y aparecieron  en esta década un sinfín de libros electrónicos.
          
          A esta generación nos tocó utilizar los medios electrónicos para buscar  la inmediatez y encontramos lo fugaz. Hoy aparecen, cada vez más fácil y  gracias a las redes sociales, nuevos nombres de escritores jóvenes pero de la  misma manera pueden desaparecer, con tan sólo un clic. Sin embargo y a pesar de  los nuevos adiamientos que exigen nuevas formatos de lectura, el libro no  morirá pronto. El buen escritor y el buen lector exigen algo que va mas allá de  la inmediatez, exige su lugar en el espacio, en el tiempo histórico, aspira a la  trascendencia de las palabras, no a la inmediatez del acto. El buen lector  busca en las obras aquello que le repercute, no la inmediatez, aquello que le  trasciende, no inmediatez, aquello que lo hace universal. El libro no morirá  porque representa la metáfora de la memoria histórica.