

La Ciudad de Toscana
Quizás el título pueda confundir al querido lector, a quien desde ahora aclaro que esta reseña no se refiere a aquella hermosa región italiana —qué más quisiera yo que haber presenciado ya con mis ojos esos paisajes—, sino al escritor mexicano David Toscana.
          Hace  poco tiempo tuve en mis manos, por cortesía de un maestro, tres libros de este  autor de quien hasta aquel momento no había escuchado palabra alguna. Uno de  ellos se titula La ciudad que el diablo  se llevó, y no, no se refiere a ningún lugar de la península itálica, sino  a Varsovia, la capital de Polonia.
          
La lectura  me despertó varias cuestiones que me gustaría compartir: ¿cuándo un lugar deja  de ser lo que fue? ¿Los vivos sólo aprecian la vida en el último segundo? Y por  último, pero no menos importante: ¿cuál es el refugio de las personas?
          
Sobre  la primera pregunta, basándose uno en el libro, se puede leer que la ciudad de Varsovia  había entonces dejado de ser Varsovia. Así es: nos encontramos en la Segunda  Guerra Mundial. La capital de Polonia fue invadida por los alemanes, y después  sometida por los rusos. Paulatinamente, los sobrevivientes sintieron ese  enajenamiento con la ciudad; inclusive sus moradores ya no eran los mismos varsovianos  que solían estar ahí, haciendo lo que cualquier polaco haría. La ciudad sufría  entonces porque había más polacos muertos mientras disminuía el número de nacimientos  y las cifras, poco a poco, marcarían un mayor contraste. La ciudad estaba  muriendo porque las ciudades mueren cuando el espíritu de las personas se va  extinguiendo.
          
En  cuanto a la segunda incógnita, se encuentra uno con que los personajes están  siempre festejando quién sabe qué cosa. Siempre están consumiendo alcohol: a  veces coñac, a veces vodka, o tequila o whisky: festejo perpetuo. Sólo cuando  recuerdan que Kazimierz queda abandonado en la tumba de la señora Kukulska se  preocupan. Sólo cuando Ludwik está a punto de perder su espalda a causa de una  infección por una verruga removida, quieren llevarlo con un médico. Sólo cuando  Feliks parece haber muerto lloran por sus desgracias. Así pues, se podría concluir  que las personas vivimos demasiado despreocupadas por la vida y que  irónicamente nos preocupan sólo nuestros últimos momentos de vida.
          
Por  último, y quiero destacar la pregunta: ¿cuál es el refugio de las personas? ¿Acaso  los escenarios que aparecen en la obra: la casa, el trabajo, el sepulcro, la  niñez, la iglesia…? No. Creo que el refugio de las personas son las personas  mismas, aunque sólo a un nivel superficial. Así se ve que los personajes  principales: Feliks, Ludwik, Eugeniusz y Kazimierz —en algunos momentos también  el barbero y el novelista— se acompañaban para emborracharse, para olvidar las  penas por un momento, por más efímero que éste fuese. No eran amigos, sino algo  más: su refugio. Para ellos no era importante lo que pasara o dejara de pasar  tanto en Varsovia como en México, no importaba mientras estuvieran reunidos,  viéndose las caras sin decir palabra, simplemente bebiendo y acompañándose. El  mismo caso se percibe en los personajes secundarios: Olga, Marianka y la puta  adoptada por Feliks hacia la conclusión de la obra. Olga no ama a Feliks, lo  detesta hasta cierto punto y sin embargo ahí estaba junto a él todas las tardes  y todas las noches. Lo único que tenían en común era el compromiso nupcial y  sus dos crías. Y aunque Olga, Marianka y la puta no amaban ni querían a sus parejas,  sí estaban con ellos. No era una compañía obligada, sino una compañía que uno  hace para no quedar expuesto, vulnerable al mundo, aquel mundo tan hostil,  lleno de bombas y de frío, de destrucción y de muerte. Lleno de realidad.
          
Concluyo externando la invitación para leer a este autor regiomontano. David Toscana ha escrito varios libros, entre los que se encuentran Los puentes de Königsberg y El ejército iluminado. Tanto en éstos como en La ciudad que el diablo se llevó Toscana muestra la imaginación, el alcohol y la convivencia humana cotidiana como métodos de escape hacia una realidad idealizada, en contraste con la que se vive actualmente en nuestro país, inmerso en violencia y corrupción. Dicho escape es totalmente necesario para mantenernos suficientemente cuerdos y suficientemente locos.