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Alma en pena

Marvin Salvador Calero Molina Nicaragua


Alma en pena

Mi madre me dijo que las almas en pena sí existen. Vivíamos en la casa de La Batea, a principios de 1990.

Me pregunto: si los espíritus de los difuntos pueden ver el futuro, ¿por qué se empecinan en cosas tan simples como mantener las cosas al mismo nivel económico y no dan noticias grandiosas como el número de la lotería o una buena idea para invertir?

Mi padre recién había muerto. Y la quesera en la comarca La Ardilla en Zelaya Central fue el único patrimonio para una familia con niños.

—Vendé la máquina descremadora —le dijo el alma en pena de mi difunto padre a mi madre, luego de apagar por tres veces la luz del cuarto.

Mi madre no supo qué hacer, pero días después embargaron la máquina.


Nunca es buena idea fumar con los vidrios cerrados

Creo que Edwin nunca ha fumado mariguana. En el Toyota Yaris iba rumbo la ciudad próxima con Sinclair, que había abandonado la escuela de Bellas Artes porque según él solo le enseñaban a pintar vasijas, con un amigo que recién venía del extranjero y con Carlos.

Sinclair le preguntó a Edwin si le molestaba que fumara en el vehículo.

—¡Claro que no! —sonrió.

Después de una hora llegaron a la fiesta, tomaron algunas cervezas y regresaron a la ciudad. Edwin le dijo a Carlos que había amanecido con resequedad en la boca y había pasado con mucha hambre el resto de la noche. Carlos se carcajeó y recordó el aire acondicionado y los vidrios de las ventanas cerrados.


Cuando has perdido la moral

La noche anterior había sido de fiesta y cervezas. En el bar más concurrido de aquellos días en la Gran Ciudad. Entre los nuevos conocidos de Sinclair estaba un sujeto que lo invitó a fumar mariguana en el baño. Al día siguiente la policía tenía un retén cerca de Lóvago. Un policía de tránsito le hizo señas a la camioneta Tupson que conducía.

—Sus documentos.

—Aquí están.

—Parece que tiene el seguro vencido.

—¿Lo conozco?

—No creo, señor.

—Sí lo conozco, ayer en la noche fumamos en el baño.

—Que tenga buen viaje, señor.


El Cadejo

La anciana me dijo que si alguna vez volvía a encontrarme con El Cadejo le dijera sin temor: Salvador, acompáñame tres noches. Mientras comía rosquillas con café en San Pedro de Lóvago, le comenté que había un perro parecido a un pastor alemán negro que me esperaba en las madrugadas en la esquina del zoológico Thomas Belt de Juigalpa.

Eran las cuadras más peligrosas porque a veces había drogadictos esperando a algún transeúnte para apuñalarlo y robarle. No sé de quién era el perro, pero siempre me esperaba puntual, y desaparecía en una cuadra antes de llegar a casa.


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