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Glaciar(es)

Dora Angélica Torres Ruelas


El glaciar se está derritiendo, se está rompiendo, se está colapsando, se está desplazando, ya no hay vuelta atrás. No sé por cuánto tiempo había estado allí, admirando a lo lejos los glaciares que se asomaban entre la bruma. El aire gélido entumecía mi cara y el blanquecino paisaje me mareaba. El sol estaba a mitad de camino, necesitaba llegar al final para encontrar la respuesta antes de que fuera demasiado tarde.

El silencio era abrumador, escuchaba el eco de mis propios pasos y las voces de mi mente me atormentaban, estaba sola en aquel lugar. Apuro el paso para llegar frente al primer glaciar, no es tan grande como parecía a lo lejos. Escucho cómo unas piedras caen de la pendiente del pequeño glaciar, sin duda será fácil pasar por él. No lo pienso mucho y confiada camino por la pendiente. Mientras subo siento mis ojos secarse y se vuelve más difícil respirar. El aire es seco, me irrita la garganta. Al llegar a la cima me recibe una brusca ventisca de aire. Tengo frío de la cabeza a los pies, tiemblo. Cuanto más me adentro al camino el ambiente se torna hostil. Fijo mi vista y veo una fractura en el glaciar, se está rompiendo. Mi respiración se agita. Acelero mi marcha, pero leves crujidos del hielo hacen que me detenga, comienzan a sonar como si de gruñidos se tratase. Hay furia en el glaciar. Mi estómago se revuelve cuando la rotura llega a mis pies. Sin mirar atrás corro con fuerza hacia el final del glaciar, doy un paso en falso cuando la rotura me alcanza, pero logro tirarme al piso estable del segundo glaciar.

Me tomo mi tiempo antes de volver a incorporarme, respiro con fuerza y continúo. El segundo glaciar es distinto. Es más grande, pero por alguna razón confío en que no será igual que el anterior. Es más fácil respirar. No hay ventisca. No estoy titiritando. Me siento feliz aquí. Poco a poco disminuyo la velocidad de mis pies. El camino se ve más largo. Avanzo y de la superficie comienzan a aparecer picos, formas extrañas. Se está deformando. Parece interminable. Es como si estuviera dando vueltas, la imagen del camino no cambia. Siento que ha pasado mucho tiempo. Me desespero. Los mismos picos, la misma forma del hielo, las mismas piedras del camino. Me estoy volviendo loca. El piso tiembla con cada paso que doy, se vuelve inestable. Empiezo a sudar frío. Creo ver el fin, pero resbalo y lastimo mí pie. Duele. El glaciar se está derritiendo. Se deshace y la desilusión se esparce. Caigo de bruces y el agua fría en mi cara hace que me avispe. Estoy empapada y con el pie torcido. Ya no quiero seguir, pero el sol se está escondiendo. Me apresuro, no hay tiempo. Cojeo.

El tercer glaciar es gigante y compacto comparándolo con los anteriores, pero eso ya no me importa. Ya no tengo expectativas. Trato de subir, pero no puedo. Es imposible. El glaciar no me deja adentrarme a él. Nada me detendrá. Lo rodeo ignorando el dolor. Detengo el paso. Me tenso. No hay nada después de él. Solamente agua. Veo el infinito océano moviéndose con tranquilidad. No tiene fin. El sol cae. El aire es helado. El paisaje desolador. No sé qué hacer. Estoy perdida.

Pensé que al interrogarme a mí misma y a todas las versiones podría llegar al fondo de mis problemas, pero no es suficiente, aún no es suficiente. Me di cuenta de que no existo por mí misma. Mi alma arde de coraje. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Por…? Un crujido me pone en alerta, algo se avecina, se siente en el aire, otro crujido en el sepulcral silencio, el glaciar que parecía estable se rompe, cae con fuerza una parte de él al océano, el oleaje golpea violentamente el pedazo de hielo del que me aferro con mi vida, pero es imposible porque el glaciar empieza a desmoronarse y las olas a golpearse con más ímpetu. Se está colapsando. Me siento avergonzada por haber confiado y creer que habría alguna respuesta.

Es demasiado tarde. Mis manos arden y mi fuerza se acaba, las olas no paran y no puedo ver nada, la negrura del paisaje me hace desorientarme. Los pedazos de glaciar que caen sobre la marea me aturden. No puedo sostenerme más. Con dificultad miro hacia donde estaba el enorme y compacto glaciar, ya sólo queda un último pedazo, que sin previo aviso cae justo como sus demás partes y me enreda entre las olas. No hay más que hacer. No hay nada, sólo oscuridad y densidad. En el fondo del océano el dolor es sordo.


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