Cuánto lo quise, lo confieso. Pero el amor no acepta traiciones. No acepta un “lo siento” que pudo haberse evitado. Cuánto lo quise. Mis cuentos, poemas y versos eran para él. Todo era para él. Pero más que su amor, era como su madre. Lo guiaba, lo procuraba, lo alentaba… a decir sí y a decir no. Pude haber hecho cualquier cosa con él, porque siempre he sido egoísta. Pero el amor me lo impedía, doblegué mil veces mis intereses y caprichos sólo por verme en sus ojos. Sólo porque me sonriera y entonces el mundo lo hiciera también...
Cuánto te amé. Tu cara, tu sonrisa, tus lunares, tus piernas, tus brazos, tu sangre alteña.
Tus ideas tontas, tu manera de creer en Dios. Por supuesto que él observa, pero observa el amor entre las parejas y no hay pecado en ello. Quizá ese fue nuestro principal problema. Mi Amor, amor, no conocía prohibiciones, ni penas, ni prejuicios. Y para ti siempre fue más importante la mesura, moderarnos, limitarnos y mutilar lo que sentíamos. Yo no pude con eso, estaba cansada; era suficiente. Pudimos haber sido tan felices juntos, o quizá no. Quizá no. Pero pudo haber sido entonces menos doloroso el adiós, el corte y queda, el borrar y seguir. Cómo creí de nuevo en ese sentimiento a tu lado y no me arrepiento, pero aún me sigue doliendo cómo terminaron las cosas. Me convertí en tu enemiga, en esa mujer no digna de ti... según tú. ¡Qué tontería cuando me pedías volver al amor inocente! Yo no sé cuál es ese ¡y no me importa! Pero a ti te importó más. Cariño, he releído mis cuentos para ti y me duele. Y lo único que me consuela es saber y sentir que no eres quien más me ha dolido y a quien más echo de menos. No eres tú. Pero, esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...