Durante siglos, el mundo occidental estuvo dividido en cristianos y en no cristianos. Hoy, tras la aparición de internet, el mundo entero adquirió una poderosa frontera tecnológica. Gracias a esta frontera, el espacio social pasó de ser, de nada más que urbano y rural, a virtual. Los dos grandes espacios por los que la modernidad había distribuido las culturas en dos grandes dimensiones: culturas de la civilización y culturas ancestrales, han venido desdibujándose junto con el uso cada vez más habitual de la comunicación cibernética. La aparición de las nuevas tecnologías y el uso vital que con ellas ha venido ocurriendo, ha provocado una profunda transformación social. La virtualidad del ser y del estar en que hoy grandes cantidades de individuos viven su cuerpo en el mundo, dista mucho de asemejarse al modo de vivir que durante siglos estuvo presente en los cuerpos de la sociedad.
Hoy tendríamos que aceptar, de acuerdo con la última gran frontera que surgió a finales del siglo XX, que los seres con lenguaje articulado estamos padeciendo las diferentes formas sociales de interactuar. Hay quienes nacimos antes de internet y hay quienes nacieron después de internet. Es necesario reconocer esta distribución fronteriza, ya que significa mucho más que configurar dos clases de sentido, esto es, de desarrollo o de retraso en la historia de las sociedades. Por el contrario, es con esta frontera que se significan modos de vida diversos; significa modos de conseguir y de hacer cosas en el espacio virtual; significa modos distintos de pensar, de comprender y de interpretar a los de otras épocas; significa modos de interactuar con otros según ciertos códigos. Hoy el destinatario de nuestras comunicaciones bien puede estar más allá, mucho más allá de lo próximo y de lo conocido.
La experiencia —es decir, el padecimiento que nos obliga a pensar en los diferentes modos en que nos relacionamos con lo inmediato, y que durante siglos fue la manera de alcanzar conocimientos imprescindibles para afrontar las diferentes realidades que existen en el mundo— ha sido desplazada por las fuerzas de la creencia y de la fe. Confiar en los medios de información y de comunicación se ha convertido en una exigencia. Según parece, debemos creer en todo eso que nos dicen que existe en el mundo. No sólo sobre lo que existe, sino de cómo son y cómo existen, en el mundo, esas formas de la realidad. Es verdad que el lenguaje ofrecido en los textos lingüísticos, desde épocas inmemoriales, ha sido el gran mediador. Es por este lenguaje articulado que hemos podido alcanzar la imagen y la conciencia de sabernos seres humanos; sensibles e inteligentes. Pero no es ya —según parece— el lenguaje verbal, textual, el que está encarnándose necesariamente en los seres que nacieron después de internet. No es ya el lenguaje del conocimiento —por el que Adán tuvo que ser expulsado del paraíso— el que ocupa un lugar prominente en el acontecer social de nuestros días. En los últimos años ha estado actuando con mucha mayor fuerza el lenguaje de lo hipertextual: el lenguaje de las múltiples formas por las que se conforman, simultánea y potencialmente, los sentidos y sinsentidos que subyacen en el espacio virtual. Hoy son más poderosas las fuerzas de la incomunicación y el desconocimiento que la fuerza de las experiencias como vías para alcanzar íntegramente el sentido de realidad según el sistema de interpretación latente en la sociedad en que vivimos. Hoy, el lenguaje articulado no posee la suficiente fuerza para sostenernos en el lugar de los reconocimientos que en otras épocas ocurrían en la plaza y el barrio.
¿Por qué contar así, de ese modo, todo lo anterior? Porque el objeto que hoy nos convoca tiene, entre quienes participaron para su elaboración, a personas que nacieron después de haber iniciado internet y a otros que nacieron antes de esta gran frontera tecnológica. Dichas así las cosas, les parecerá, tal vez, un discurso insustancial o un modo de ver las cosas con la resistencia que caracterizaba a los abuelos. Lo cierto es que no es baladí lo que estoy afirmando ni es un modo de hablar según las resistencias propias de un modo de pensar académico.
Para asegurar y aclarar lo que he venido afirmando, quiero citar algunas líneas de las personas que participaron en la elaboración de este objeto llamado Taco de ojo. Muestra de poesía visual contemporánea de Guadalajara. No haré referencia del nombre del autor o de la autora, por respeto a todos los otros que también colaboraron en este proyecto cultural. Como se percatarán, las citas tienen que ver con el modo de relacionarse de cada uno de ellos con el proyecto. En total son seis citas las que quiero presentarles. Las agrupé en dos bloques: en el primero están las citas de quienes nacieron antes de internet, y en el segundo, de quienes nacieron después de internet. Debo aclarar que el estilo de presentación es también diferente; están quienes se presentan a sí mismos de manera directa, y están los otros, quienes se presentan de manera indirecta. Es por esto que, como escucharán, resultan estas voces claramente disímbolas en su enunciación.
Primera cita: “Siempre con una perspectiva de compromiso y crítica social, mantiene un interés por la vulnerabilidad humana, la exploración intrasubjetiva y la experimentación como motor creativo”.
Segunda cita: “Digamos que mi línea rectora es ese intento por descubrir el momento en que las técnicas representativas de la poesía visual se ajustan en el mundo de la literatura y ver cuánto se pueden explotar las distintas maneras de transformación de los signos escritos”.
Tercera cita: “Me gusta ser parte de esta clase de actividades porque me dan una visión más amplia del mundo de las letras, en sus diferentes formas, y aprendo de personas expertas fuera de la universidad, por esto me pareció interesante probar con la poesía visual y descubrir si es para mí”.
Primera cita: “Para ella, la poesía visual es una manera muy bella de expresión que te permite manifestar alguna emoción o dar un mensaje sin necesidad de utilizar palabras”.
Segunda cita: “Jamás he sido una verdadera amante de la poesía, exceptuando algunos poemas de José Emilio Pacheco. […] Siempre me había sentido excluida de la poesía, de esa parte de la literatura que tantas personas decían amar pero que para mí era incomprensible, hasta que descubrí la poesía visual”.
Tercera cita: “Para ella la poesía visual tiene un sentido abstracto que, sin necesidad de palabras, le ayuda a expresar su sentir respecto de los temas que le interesan”.
Sin buscar la simplificación sino, antes bien, la dirección que expresan, puedo decir que son notorias las diferencias que existen en las diversas voces.
Quienes nacieron antes de dicha frontera tecnológica, la relación entre poesía visual y palabra —esto es, palabra como instrumento crítico y analítico del pensamiento— presenta el valor de una relación inextricable, inseparable e incuestionable; no así para los otros autores que nacieron después de internet. Para estos, será la imagen —más que la palabra— la que estará ocupando primordialmente el sentido de la expresión. Para estos jóvenes, la relación entre poesía visual y palabra no parece ser muy necesaria. En sus poemas visuales hay una clara distancia que los distingue de la tradición verbal-poética y de la experiencia por la que el verbo se hace conocimiento. En vez de experiencia, se avienen con el experimento; en vez de la tradición, se abandonan a la forma mediada por lo actual.
A semejanza de lo que ocurre con la llamada “literatura electrónica”, en la poesía visual no podríamos tampoco hacer citas de ella. Son composiciones que no admiten la sustracción fragmentada con fines ejemplificadores o aleccionadores. Son obras que sólo aceptan ser consumidas en la totalidad codificadora de un lenguaje multimodal. Al igual que en la literatura electrónica, la pregunta que subyace para su comprensión no radica en saber si se trata de tal o cual género literario, sino en intentar dar respuesta a la pregunta que dice: ¿Qué cosa es esto? ¿Qué significa esto? Donde esto es una referencia abstracta de neutralización plena; es esto, más que un signo, un indicio de algo extraño, en absoluto familiar para nuestros sentidos, y por el que a veces logramos interesarnos y por el que, a veces, el mismo objeto nos expulsa.
Taco de ojo. Muestra de poesía visual contemporánea de Guadalajara pertenece a la clase de objetos producidos en la época de internet, con las marcas propias de lo heteróclito y de lo diverso, con las energías que hacen, del ser poético, un fenómeno que se agota en los efectos de lo instantáneo, y con la fuerza que apela, mediante la imagen de lo simultáneo, a la percepción de los sentidos. Algunos de los poemas visuales que aparecen en el libro no implican el padecimiento de los abismos del pensamiento. Otros, conllevan el sentido figurado de la ironía o, también, del humor amargo que nos coloca en el punto exacto de la reflexión.
Texto leído el 25 de septiembre en el Auditorio Adalberto Navarro Sánchez,
del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad
de Guadalajara, durante la presentación de Taco de ojo. Muestra de poesía
visual contemporánea de Guadalajara, selección de Federico Jiménez,
Francisco Villarreal, Javier Ponce, y M. Hernández. Edición de Amate y
la Secretaría de Cultura. México, 2018.