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La terquedad mata

Patricia Bañuelos

¡Eres terca, María!, gritaban aquellos que se atrevieron a importunar a mi bisabuela en su juventud. ¿Qué sería de ti en este tiempo?, me pregunto. Seguro ya nadie te llamaría terca, lo más común por estos días son ofensas como: vieja amargada, mal cogida, lesbiana acomplejada.

Noventa y tres años circulaste por un mundo que se sabía complicado para las mujeres. Apenas una niña en la Revolución, víctima del ultraje, te sacudiste la postura sumisa con la frente alta. Madre de paridos y entenados, independiente, calzonuda y terca hasta el último día de tu vida.

¿Sabes? Ahora puedes votar, estudiar una carrera, no tener hijos si no quieres. Se habla de “amor libre”, aunque no entiendo qué carajos significa eso, tal vez tú lo encontrarías interesante. Puedes usar la falda corta o un escote atrevido, igual te tacharán, como entonces, de ser una cualquiera, aunque si usas el dobladillo debajo de las rodillas tampoco les darás gusto. Conociéndote, sé que optarías por la comodidad.

No entiendo qué fue lo que pasó, María, hoy la terquedad mata. Parece que nuestras victorias recularon o se volvieron contra nosotras. Confío en que la tozudez que me heredaste sea suficiente para sobrevivir sin miedo, sin necesidad de agachar la cabeza. De no ser así, moriré junto con otras tercas mañana.


Solo por hoy

Lo veo venir tambaleante, así, con el ritmo cadencioso de quien no puede con la borrachera. No camina, flota. Reta con descaro a la física y la gravedad. Su estado no entra en la categoría de inconveniente, hace tres niveles que lo superó.

Se detuvo en un poste telefónico para descargar el alcohol procesado. Deja marcado el pantalón con siete gotas de orina, el número de la suerte. Con el cierre a medio subir llega a unos metros de la casa, levanta la mirada al balcón donde lo observo. Sonríe el méndigo. Sin asomo de sorpresa por saberse descubierto, hace una teatral caravana simulando quitarse un sombrero de copa mugroso y aplastado que no tenía.

Mi reina, ¿puedo pasar o vomito aquí afuera?, pregunta con sonrisa radiante. La puerta está abierta, contesto indiferente. No logra subir las escaleras, se precipita inconsciente antes del tercer escalón. El azar sigue de su lado, parece que tampoco hoy me dará la satisfacción de desnucarse en una fatal caída.

Así es un día en la vida del etílico mundo del “solo por hoy”, donde la suerte siempre está de buen humor. Mañana lo intentaremos otra vez.


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