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“Y no soy profeta aunque me llame Elías”

Atzimba Mondragón Galindo


Hacer arte es una manera holística de alimentarse. De este alimentarse resultan beneficiados más seres que el propio que lo realiza, lo sé no porque lo he leído en varios libros sobre el tema, lo sabía desde antes porque crecí con un artista. Elías Mondragón es un hombre jovial porque supo combinar la obligación laboral con el placer de crear, y porque, además, ha tenido la suerte de estar acompañado de mi madre, quien ha comprendido al hombre y al artista desde hace ya cincuenta años. Juntos, nos han mostrado, a quienes vivimos con ellos, o cerca de ellos, que algunos mitos son desechables y ciertos lugares comunes tienen eterna validez.

Don Elías se perfiló como un hombre simple, pero con el paso de la vida y a pesar de sentirse así, en esta época —como en otras, caray— en que los farsantes con caretas convenientemente móviles navegan en la sociedad confundiendo lo básico, resulta que Don Elías no es común, ni simple. Los años han mejorado en él su esencia crítica, creativa, aventurera, leal. Hace tiempo que miro alrededor con ojo antropológico y me digo que mi padre es humano, sí, pero no cualquiera, sino de esos que ponen varios ejemplos de cada cosa para que nos quede claro que la vida es difícil, pero tiene opciones.

Nació solo, como muchos, en una época que quisiéramos ya pasada, cuando a los niños y las niñas del campo se les llevaba al trabajo porque faltaban manos para completar la labor que diera alimento, que asegurara la tierra donde pararse a dormir por las noches. Se nacía y ya, nadie esperaba un arrullo, o un cobijo en el frío. El padre y la madre se habían ido aún antes de lo esperado y había que cumplir la vida para llegar a la muerte.

Elías

Elías Mondragón en su estudio, a un lado del instrumento que, además de su arte, permite mostrar su generosidad: el tórculo en el que imprime sus grabados. Fotografía Luis Rico Chávez

Se crio con su abuelo materno, primer maestro en observar la vida, a quien se llevó con sus recuerdos cuando aún niño le fue preciso moverse, y de quien constantemente ha retomado mosaicos mentales para nutrir de paz su espíritu. El origen de su amor por la filosofía está en los dichos de su abuelo. El campo y los paisajes son la raíz de su interés por la palabra y las descripciones, el marco de su gusto por la literatura. Su propia vida social activa ha movido su fascinación por la historia. Todo lo anterior ha formado a su Ser pintor y grabador, su estilo en el arte.

Le agradó y le agrada la escuela, aunque asistió a ella en periodos no consecutivos debido a la necesidad de trabajar en labores diferentes para mantenerse y luego para mantener a su familia. Estudiar, ya fuera en instituciones o de forma autodidacta, se convirtió para él en el sendero a seguir para sostenerse vivo. Por ese valor que siempre le ha dado a la educación creyó en su quehacer como profesor a lo largo de treinta años en la Universidad de Guadalajara, y aún sigue siendo maestro de quien quiera acercarse a su experiencia. Su casa y su estudio han tenido siempre la misma puerta abierta.

Cuadros, caballetes, vasos de vidrio soplado con diversos pinceles, la paleta, bastidores, óleos, gurbias, charolas de fibra de vidrio, pasteles, carbones, acuarelas, se movieron junto con la familia, como los artículos del hogar que eran, las veces que fue necesario rentar una casa para vivir. Cuando al fin fue posible tener un propio espacio, en el que ya cabía un poco más, Elías sumó un modesto tórculo. Habitantes creadores del mundo común que desde niña identificaba con él porque habían estado desde el origen.

Es notable pensar que en medio del trajín de la vida, se diera tiempo para hacer arte. Aún lo veo poniendo una placa en el ácido dentro de una charola en el patio, mientras una xilografía se fragua en la mesa y las tintas se secan en el tendedero de los grabados. Pienso en Don Elías y no hay manera de separarlo de esa imagen que ha sido la salida de su personalidad y la entrada a las múltiples formas en las que se expresa su pensamiento crítico… ¿y acaso también sus profecías? Hoy, la gente que lo conoce pregunta por el Maestro artista, un nombre no fácil de conseguir sin un porcentaje considerable de coherencia.

Suele decirse que quedamos atrapados en un tiempo determinado por añorar reales pasados mejores, que nos volvemos anacrónicos por hablar de justicia, fuerza de la unión, derechos, Patria, y que rehusamos el futuro si nos negamos al cotidiano uso de eufemismos de términos como represión, explotación, estado fallido, crisis. Elías quiere a México de veras, todo y cada parte, sin poses nacionalistas, sin tibias concesiones progres. Por eso ha puesto en su arte al México afortunado y al desafortunado México, sin detenerse mucho por la gente que no quiere entender que su supuesta evasión del mundo es hacer política y niega la posibilidad de la estética en ello.

A pesar de haber llegado al mundo por Tierra Caliente, ha caminado el país con los ojos de quien valora el gran terruño donde nació y quiere mostrarlo, como otros antes, con el compromiso de quien toma su lugar en una cadena que no debe romperse. Sus creaciones manifiestan multiplicidad de colores y temperaturas orientados por la rosa de los vientos como ruleta al azar en la naturaleza, manos artesanas y artistas hacedoras de mitos y tradiciones, cosmogonía nativa, hombres y mujeres fuertes sostenedores de la vida mexicana mermada por el saqueo, situaciones históricas que se repiten y por eso hay que volver a señalarlas. Realidades.

Expresiones de quien conoce, porque se informa; debate, porque argumenta; y luego se deja llevar por su necesidad de compartir su estremecimiento ante el presente que traerá un futuro. Figuras, ideas que en sus obras expresan constantemente su dicho: “Y no soy profeta, aunque me llame Elías”.


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