“¡Vamos a ver la exposición artística a la biblioteca!”, me invitó la maestra Elvia Velasco, y acepté. Admiramos obras de tres exalumnos de la Preparatoria 7.
Recorrimos la exposición juntos y comentamos los diferentes motivos expuestos. Llamó mi atención el hecho de que los temas implicaran la feminidad y la masculinidad, aunque los nombres no los aludieran. Por ejemplo, había una serie de cuatro pinturas denominadas Fobia 1, 2, 3 y 4, todas enfocaban insectos: arañas, avispas y cucarachas. En la simbología freudiana, apuntan a la mujer. Luego vimos una pintura con un desnudo de mujer en el que solo se muestra el tronco. Se llama Asfixia. El seno izquierdo presionado con el antebrazo disimula la mama sin volumen; el abdomen parece masculino. La pintura muestra el pubis que difumina el órgano genital y deja en suspenso el género. Primero —cometamos— parece aludir la pintura al cáncer de mama, pero luego nos inclinamos por la suposición de que se trataba de un tórax anfibológico: femenino y masculino a la vez. Lo curioso es que el pecho femenino está en la parte derecha del cuerpo y en la izquierda aparece el masculino, cuando usualmente el lado izquierdo representa la feminidad ¿Qué pasa con los artistas jóvenes?, nos preguntamos.
De allí se desencadenó una charla cuyo desenlace dio lugar a estas divagaciones..., porque no se tratan de un percatamiento ad hoc. ¿Te has fijado en las relaciones amorosas entre los jóvenes de hoy? ¡Son diferentes a las que establecíamos nosotros en nuestra juventud (que se ubica entre finales de los 70 y los 80)! ¡Nunca antes me lo planteé de este modo!
Los jóvenes actuales no saben o no pueden intimar. Sus relaciones pueden ser carnales, pero no íntimas en el sentido de contactar con la mismidad del otro y con la propia. No se dan tiempo para eso. Obsesionados por la imagen, terminan por retirarse del escaparate sexual. Digamos que sus contactos están muy mediatizados por la tecnología. Pesa mucho en ellos la imagen. La maestra Elvia me decía: “Nosotros no reparábamos en el impacto visual de nuestros cuerpos; por lo menos, no en la magnitud que ahora ocurre. ¡Siempre había un roto para un descosido! Había una sensación de confianza en encontrar a alguien y efectivamente lo encontrábamos. Ahora ya no se encuentran. Suelen sentirse insatisfechos con sus encuentros que terminan en desencuentros; no llegan a profundizar. La experiencia de la sexualidad muestra disfunción: rotura... malestar. Cómo si ya ni lo desearan, algunos afirman que prefieren vivir solos que insatisfechos… pero sus expectativas son tan exigentes que nadie las llena. En su expectativa, ¡ni ellos pueden dar el ancho!”
La primera vez que leí las relaciones free fue en la Gaceta universitaria, que mostraba el artículo en primera plana. Me llamó la atención y lo revisé. Me pareció romper con lo que yo esperaría de un encuentro sexual. De acuerdo con ese artículo, la entrega era solo carnal: satisfacer la necesidad fisiológica y punto. De hecho, el acuerdo supone ausencia de implicación emocional y quien rompe ese acuerdo pierde la oportunidad de seguir disfrutando del free. El acuerdo se daba entre personas ocupadas que no podían distraerse en implicaciones emocionales. Simplemente accedían a satisfacer necesidades deficitarias (como las denominaría H. Maslow). Aquello era entre compañeros. Aun cuando resultaba atractivo, me parecía difícil de sobrellevar a la larga por el vacío que necesariamente tendría que implicar. Allí quedó aquella noticia “curiosa” y ya.
No quiero afirmar que el tiempo pasado fue mejor. Recuerdo una anécdota en un curso para maestros como condiscípulo con el maestro Rodolfo Llamas con quien, en un receso, mirábamos con admiración desde el pasillo del Colegio Departamental en aquella fría mañana de diciembre del 2002, a una pareja de estudiantes que se resguardaba bajo un chal calientito asomando solo sus cabezas y cubriendo con él sus cuerpos unidos. Mirándolos desde el primer piso, me decía Rodolfo con nostalgia: “¡Nosotros nunca hicimos eso! ¿Verdad?” Contesté, reconociendo a mi pesar: “No. ¡Nosotros tomamos, en ocasiones, la mano de la muchacha y ya! En cambio, estos chicos pueden hasta tocarse disimuladamente bajo el chal”. Aquel momento, me parece, fue el tiempo de transición entre lo que vivimos nosotros y lo que ahora viven los jóvenes.
El punto es que me dan la impresión de que viven enajenados de su propio cuerpo. Parte de eso es lo que aparece en el arte juvenil. Hace poco fui a una fiesta de quinceañera y los muchachos se reunían a platicar de las imágenes y comunicaciones que mostraban las pantallas de sus celulares o tabletas electrónicas: todos, celular en mano, interactuaban con los demás, pero no sobre ellos mismos, sino de lo que traían en sus dispositivos electrónicos. A la hora de bailar, lo hacían solos, en conjunto, como hordas amorfas en las que lo mismo daba estar al lado de una mujer que de un hombre. Como si vivieran en un momento pregenital en el que permanecen estancados. Sus intereses heterosexuales son reducidos y débiles. Me recuerda el modo de interactuar de primaria o inicios de secundaria en los que nos juntábamos con chicos del mismo sexo para hablar de los del otro sexo. Era un ritual de preparación que orientaba hacia lo distinto. Ahora, es el equipo electrónico el tema de sus intercambios, todos demandan atención a sus propios intereses sin lograr la descentración (de la que hablaba Piaget); se percibe cierta incapacidad para ir al otro. ¿Disminuyó el interés por ir al otro sexo? Ahora parece natural interactuar con quien esté más cerca. Las relaciones bisexuales, homosexuales (femeninas o masculinas) y heterosexuales se valoran como ordinarias.
Freud supuso que la bisexualidad y la homosexualidad son manifestaciones inacabadas de la maduración sexual. Según su teoría, el ser humano iría desde un momento bisexual, pasando por la homosexualidad hasta alcanzar la heterosexualidad genital. Por eso llamó a los otros dos estados sexuales perversos, en el sentido de que se perdieron en el camino hacia el fin último del desarrollo sexual que, para Freud, lo constituye la genitalidad heterosexual. A los homosexuales suele disgustarles la idea de ser considerados perversos o enfermos. Prefieren hablar de elección sexual alternativa sin ponerle más atributos.
Muchas cosas están cambiando, quizá seamos testigos de una juventud insatisfecha de su vida sexual, sin considerar si esta es bisexual, homosexual o heterosexual. Parece existir un malestar en la sexualidad.
Freud, S. (1984). Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora). Tres ensayos de teoría sexual y otras obras (1901-1905). (2a. ed., Vol. 7). Buenos Aires: Amorrortu Editores. (Trad. J. L. Etcheverry).
Maslow, A. (2001). El hombre autorrealizado. Hacia una psicología del ser (14a. ed.). Barcelona: Editorial Kairós. (Trad. R. Ribé ).
Piaget, J. (1988). Seis estudios de psicología. México: Editorial Planeta Mexicana. (Trad. N. Petit ).