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Menstruación

Beth Guzmán

Tengo las piernas rodeadas con mis brazos, mis rodillas están en mi pecho. Estoy tumbada sobre mi lado derecho. Hace rato que me hice un ovillo, en una esquinita de la cama. Qué chistoso: se supone que cuando estaba en el vientre de mami duré nueve meses en esta posición, nueve meses en que estuve tranquila, hibernando, no nueve horas con tremendos pinchazos en el abdomen. Llevo toda la madrugada así. Mami no sabía que cuando saliera de su vientre volvería a estar en esta posición; es la única que ayuda contra el dolor. No he soltado ni un gritito pero tengo la almohada toda babeada. Mis gemidos ahogados, mis manos empuñadas, mi vientre calcinante. El pequeño dolor comenzó ayer antes de acostarme; pensé que aguantaría toda la noche pero me despertó un aquelarre devastador. Ya no eran presagios; era el fuego, era el rayo. Si consigo dormir no tengo necesidad de tomarme la condenada pastilla pero como no me la tomé ahora lo estoy pagando caro. Tengo las manos frías y la panza inflamada. Mi matriz se hincha y mis tripas lo resienten. Ni siquiera puedo ver bien. Rota, desgarrada, jodida. Pero algún día valdrá la pena, ¿no? Algún día estos óvulos que estoy desechando serán hijas. Hijas sanguinolentas. Hijas de las garras que llevo dentro, de la espalda baja lapidada, del flujo invisible… Y vuelve con más fuerza el choque; me contraigo de nuevo y siento correr por mi cara las lágrimas calientes que desearía fueran a calentar mi vientre. La primera vez que hice que pasara, me fascinó; por fin era una señorita. Qué rico dolía la dulce victoria. Escuché a mami decirle a Marlene que no se asustara, que era natural y que podría doler, que le avisara cuando pasara. Ella no dijo nada y a mí me pasó y no me asusté. Yo deseaba este calvario. Deseaba caer y llorar sangre. Pero solo duele; aún no me ahogo en sangre como para pintar mi cara en un lienzo blanco. Quiero quedarme calientita bajo mis cobijas y sentir en la mano mis pulsaciones. Aquí sí que está hirviendo. ¿Dónde está mi mami? Quiero que alguien venga, que me diga que pronto pasará, que me prepare un té, que me diga que me quiere… Que pare la mole, que mengue la destrucción…

—Eugenio, ¡ya levántate! Hoy tenemos mucho quehacer.

—No puedo levantarme, mami —responde con un hilo de voz el chico lloroso que está encogido en la cama—, tengo muchos cólicos.


Jumb25

La danza de los cangrejos

Alejandro Olivo