En cuanto a la formación de la ciudadanía, podemos decir que una persona, al nacer, se convierte en ciudadano, condición que le proporciona ciertos derechos y responsabilidades que le reconoce el Estado, entidad colectiva que brinda un sentido de pertenencia y de origen; pero, de cierto modo, estos atributos son otorgados independientemente de la voluntad de la persona, por lo que podemos pensar en este proceso como una forma de ciudadanía pasiva que el Estado otorga a cambio de la lealtad absoluta.
De acuerdo con Rosario González (2002: 4) se puede observar a la ciudadanía como el resultado de las prácticas sociales que han ido institucionalizando las relaciones de la esfera pública, la vida asociativa de la comunidad y los patrones de cultura política.
La formación de patrones de conducta del ciudadano se construye en gran medida durante la escuela, ya que ésta ocupa aproximadamente la mitad del tiempo de vigilia de una persona, por lo que resulta una infalible vía para la construcción de las representaciones sociales; con el sustento de Althusser, como lo cita la autora (id.), la escuela cumple un importante papel ideológico en la reproducción y mantenimiento del orden social. Según Althusser, la escuela forma parte de los “aparatos ideológicos”, mismos que define como parte de los “aparatos del Estado”; estos aparatos ideológicos tienen como meta garantizar la reproducción y la continuidad ideológica en que se sustenta el orden social, ejerciendo la violencia de manera simbólica; mostrando la forma del orden social existente, las escuelas cumplen con importantes funciones como las referentes a mantener las relaciones de producción.
Partiendo de este punto, el capitalismo ve la escuela como el canal para la difusión y aceptación pacífica para transformar la manera de pensar y actuar de la sociedad, haciéndolo posible a través del espejismo llamado “mito liberal de la educación”, que concibe la educación como la transformadora que saca a la gente de su estado de ignorancia para llevarla hacia un estado de ilustración y civilización, haciendo creer que el desarrollo y crecimiento educativo llevarían al crecimiento y bienestar social, terminando con las inequidades e ineficiencias, pero sobre todo con las desigualdades sociales, asegurando la democracia, soñando con la posibilidad de una elección objetiva, donde el individuo mejor capacitado e inteligente ocuparía los cargos más elevados en la sociedad (op. cit.).
Hasta aquí podemos decir que la escuela debe ser proveedora del bienestar social, pero ¿cuál es la realidad que se vive actualmente en México? El escenario en que se desarrolla políticamente es construido y mantenido por los grandes corporativos que se ven favorecidos por las conductas de consumo y el manejo pasivo de los ciudadanos que, inmersos en su papel de tecnócrata, se transforman en otros productos que consumen productos; para poder formar parte de esta élite de los que tienen es necesario contar con un empleo que garantiza la nueva forma de esclavitud, por lo que las industrias exigen mayor capacitación en cuestiones particulares y también de forma poco oculta demandan obediencia y conductas sumisas; pensando la actual crisis de desempleo y el terror promovido por los medios de comunicación masiva, es natural que se obtengan respuestas de pánico que sujetan al ciudadano a aceptar condiciones poco higiénicas desde una perspectiva laboral.
De acuerdo con Bourdieu (1995: 114), la escuela ha promovido una cultura progresista que se ha concretado en la posibilidad de que grandes masas se incorporen a la producción a través de ciertas destrezas que desarrolla la escuela.
No es sorpresa que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se organice con el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y otros organismos internacionales con el propósito de conformar los sistemas educativos y orientar la revolución informática de acuerdo con los intereses de las economías dominantes.
El matiz con que se presenta el modelo por competencias presume contar con tintes de humanismo, mostrando una propuesta que demanda la selección de los competentes y a la vez humanistas. Condición imposible, ya que son bastantes contradictorias las cosmovisiones de ambos modelos: por una parte, el humanismo se muestra como un modelo que reconoce los valores, los intereses de la colectividad antes que los propios, etc., y por otra parte la selección del competente implica que quien es llamado de esta forma se encuentre en situaciones donde es un competidor que ha ganado múltiples escenarios; de esta forma, no significa que sea el que más sabe o es diestro en su materia; se pretende mostrar las competencias como un sinónimo de habilidades y destrezas, donde un punto de vista humanista no implica la descalificación del otro, sino la construcción de nuevos espacios de desarrollo y bienestar común. El discurso llega al aula y se exige en los trabajos de las academias o trabajos colegiados para que, desde las esferas intelectuales puestas al servicio de los mercados, la educación adopte una visión orientada a los resultados bajo una visión empresarial, dejando de lado la forma y resaltando el objetivo. Esto nos lleva a la pregunta crucial: ¿Cuál es el verdadero propósito de las reformas integrales a la educación, específicamente de la propuesta de las competencias en la conservación de las estructuras sociales en México?
El fenómeno de la globalización ha iniciado un proceso de reestructuración en las condiciones sociales, políticas, económicas, tecnológicas y culturales que demanda una constante competencia entre los países y sus organizaciones; en respuesta a este fenómeno se han impuesto exigencias para vincularse con el mundo del trabajo, teniendo como consecuencia el cambio en las concepciones que dentro de la educación superior se vienen manejando en la formación de sus profesionales.
El crecimiento acelerado de la educación profesional en México poco o casi nada ha contribuido a impulsar la diversificación y el enriquecimiento de la enseñanza en el país; en realidad ha repercutido más bajo el signo de un empobrecimiento general de la calidad de sus funciones educativas que en lo referente al desarrollo, la renovación o la innovación de sus quehaceres esenciales.
Cuando observamos esta particularidad del escenario en la formación universitaria salta a la vista la cuestión de la aplicación de la reforma educativa llamada educación por competencias, que promete, ambiciosamente, un desarrollo de saberes, habilidades y valores que permitan al estudiante insertarse de forma exitosa al campo laboral; estas competencias designan un conocimiento inseparable de la acción, asociado a una habilidad que depende de un saber práctico. En este sentido, la competencia es aquello por lo cual un individuo es útil en la organización productiva.
Pero la implicación inherente a este modelo es la impresionante limitación del conocimiento, de tal suerte que quienes promueven el modelo por competencias están buscando que la enseñanza se limite a lo “útil y aplicable” que sirva a la economía del país, que responda a la productividad de los corporativos que invierten su capital con la expectativa de tener empleados cautivos que consuman los mismos productos que venden y olvidando la realización integral de las personas, dejando al olvido que la universidad es una fuente generadora del saber y que expresa una visión globalizadora de toda la realidad; la mortificación continúa porque los estudiantes que están siendo formados bajo este modelo educativo serán los adultos que tomarán las decisiones en un futuro no tan lejano. ¿Qué futuro nos depara si nos ponemos en manos de personas que han dejado de elaborar la cosmovisión del hombre y su esencia más primitiva?
Para comenzar a describir lo que sucede en torno a las competencias y su abrupta instauración es necesario hablar de los mercados internacionales y el beneficio directo que representa una reforma en el currículum como la llamada formación en competencias aplicado en la educación.
El punto central es que, de acuerdo con las políticas educativas globales, impulsadas tanto por el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el Banco Interamericano para el Desarrollo (BID) y la Organización Mundial del Comercio (OMC), es primordial la visión de la comercialización de los servicios educativos, es decir, el paso de ser un derecho social (conquistas sociales de décadas y aún de siglos de nuestras sociedades) a convertirse en una mera mercancía, susceptible de ser comprada y vendida.
A dichos organismos les interesan los niveles educativos superiores, por lo que su mercantilización, bajo el esquema de la llamada globalización, está en pleno auge. Los servicios educativos básicos, por razones políticas más que académicas y por tener un carácter estratégico, no pasan por este esquema; son pocos los países (lamentablemente México es una excepción) que no se encuentran dispuestos a ceder a las presiones mercantilistas en este nivel, ya que en él se desarrollan los conceptos mínimos de identidad nacional, social y cultural. Lo anterior no implica que no haya presiones de grupos y organizaciones de la derecha (eclesiásticos y empresariales, principalmente) para imponer sus propuestas de uso mercantil de la educación.
El mensaje es más claro cuando la entonces secretaria de Educación Josefina Vázquez Mota (en la reunión de trabajo que tiene la indicación de no citar) convoca a las empresas a que “vuelvan a la escuela” para “enseñar currículos”; la cuestión es transformar las escuelas en los centros de capacitación para los empresarios, de tal forma que no tengan que invertir en la capacitación de su personal. Pero el camino no termina ahí: de acuerdo con el documento publicado por la OCDE en 2007 existe una recomendación de privatizar las universidades, así que no sólo no le costará al empresario tener centros de capacitación pagados por el estado, sino que habrá quien tenga que pagarle a la empresa por ser capacitado y, no siendo suficiente, al final de su camino será un logro que le toque ser empleado por esta empresa. ¿Será lo que se estaba buscando cuando se escribió el artículo 3° de la Constitución Política de los Estados Unidos de México? Está por demás decir que los intereses están preferentemente enfocados en la formación de adolescentes y jóvenes, ya que son la fuerza de trabajo y quienes tendrán la capacidad de consumir los productos que los mismos corporativos ofrecen, es decir, la nueva tienda de raya.
Las nuevas generaciones tienen, en particular, un constante contacto con la tecnología, por mencionar un ejemplo, de la computadora; podemos decir que, de acuerdo con la estadística realizada por el INEGI en el 2005, el 20% de los hogares de la población cuenta con una computadora; cuando se les preguntó al resto por qué no contaban con una, el 60% respondió que debido a que no contaban con los recursos económicos que les permitan acceder a una de éstas; del 20% podemos decir que más del 50% se encuentra en el rango de los 12 a los 24 años, de esta forma confirmamos que son los jóvenes quienes tienen mayor contacto con esta tecnología; lo que se pretende hacer notar es cómo el recurso que representan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) nos remite a una nueva era impregnada con mayor fuerza por una producción técnica. “Alrededor de este eje que se convierte en proceso político destacado por programas gubernamentales y convocatorias internacionales, todo lo relativo a la civilización toma un sesgo diferente por el valor dado a una energía derivada de las telecomunicaciones que se transforma en economía para el desarrollo” (Macías, 2010). Para definir a qué se refiere Macías Navarro con el “uso mercantilista de la educación” podemos decir que es la invasión total y absoluta del marketing, dando como resultado una educación de dudosa calidad, sin tomar en cuenta que la venta de estos cursos provoca no sólo severos atrasos en el desarrollo de los países, sino también el empobrecimiento del pensamiento de los estudiantes, puesto que dichos programas se basan en modelos que crean dependencias.
Hoy más que nunca los gobiernos democráticos deben apostar a una formación basada en el conocimiento y no en cursos cuyo único fin es el lucro y, por ello, son como los “fuegos artificiales, porque detrás no tienen nada”.
El introducir la educación al mundo del capital implica serios peligros. Uno es que se comenzaría a formar toda una generación de jóvenes con un pensamiento inmediatista, lejos de la profundización que requieren para comprender los problemas de su entorno.
Los cursos que se venden ahora, sin tener las mínimas garantías de calidad, se basan en modelos obsoletos de tipo conductista. Esto quiere decir que tanto a alumnos como a profesores les dicen exactamente lo que deben hacer sin tener la posibilidad de entender y emprender otras alternativas. En otras palabras, ese esquema coloca una especie de “barrotes al pensamiento” y le pone “un corsé a cada profesor”.
Se trata de modelos comerciales rígidos, poco operativos y que crean dependencias porque sólo ofrecen una única plataforma. Lo anterior conduce al empobrecimiento de los procesos cognitivos y de los procesos del pensamiento del individuo.
Bibliografía
Bourdieu, Pierre (1995). Respuestas por una antropología reflexiva. México, DF: Grijalbo.
González Hurtado, Rosario (2002). “La escuela y la reproducción social, Escuela y ciudadanía”. Trabajo de investigación inédito. Pág. 4.
Macías Navarro, Alfredo (2010). “Las RIEMS, un fracaso anunciado”. Odiseo revista electrónica pedagógica. Enero-junio 2010, enero, 12. http://www.odiseo.com.mx/2009/6-12/pdf/macias- riems.pdf. Recuperado el 26 de septiembre de 2012.