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Los gorditos de Rodo Padilla

Claudia Verónica Villanueva Guevara


Ingresar a la galería de Rodo Padilla, en Tlaquepaque, resulta una experiencia agradable, relajante. La información que en algún momento, luego de pasearnos por los diferentes salones, se nos proporcionará sobre la obra expuesta, adquiere significado en cada una de las esculturas. La información es la siguiente:

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“Estas figuras tienen su origen a partir de las formas geométricas u orgánicas, siempre con el deseo de representar el carácter de los mexicanos en su vida cotidiana, mostrando las virtudes personales que nos caracterizan, sencillos, amables, amigables, simpáticos y trabajadores. Tomando las formas de la esfera, el cono, el óvalo, el pino de boliche, la pera, la manzana, la uva y algunos más, no tomando en cuenta la anatomía humana, para así crear estos personajes”.

Porque, en efecto, siendo mexicanos, cada representación hace pensar en uno mismo, o en algún familiar o amigo que reúne las características que el escultor nos atribuye como esencia de nuestro ser. Observamos y miramos no nada más la representación de uno mismo, sino que cada escultura nos remite a un momento específico de nuestro día a día: el ser y hacer del mexicano, en su cotidianidad, tanto en la intimidad del hogar como en el ámbito público donde también nuestra personalidad se manifiesta.

Y este viaje, interior y exterior, también se ejecuta en el tiempo, pues nos vemos retratados en las diferentes etapas de la vida, desde la niñez hasta la edad madura. “Cada modelada, cada vez que toco el barro, trato de plasmar un sentimiento, una actitud y un carácter”, expresa Rodo en su página (https://www.rodopadilla.com), y con placer constatamos que así es, mientras nuestro recorrido nos sumerge en la meditación de este hecho tan íntimo que fácilmente olvidamos agobiado por las urgencias y el estrés de las responsabilidades inmediatas.


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