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No quiero

Tania Anaíd Ramos González Azula Puerto Rico


No quiero

No quiero ser paraje de contemplación fugaz
donde posas la mirada y recreas los sentidos,
ni tránsito sublime de un efímero manjar,
que va quebrando el cuerpo y alimentando un capricho.
Ni cántaro, ni ánfora, ni territorio feudal
de un viejo espacio en el tiempo desamparado y baldío,
ni delirio articulado de una palabra dormida
que entre unos viejos estantes queda atrapada en un libro.
No quiero y no, para qué… ser luna rota en silencio
o reliquia visitada de un monasterio perdido;
no quiero, no, para qué... oscura noche olvidada,
por donde suele pasar el alma por las moradas,
mejor torrente de lluvia que repique en el océano
o rayo ardiente entre sombras que palpita en la madrugada,
pues no soy presa del lobo que susurra en su coartada
para asfixiar implacable con arrogancia feroz,
ni mis oídos lugar do depositas la rabia,
ni voy pidiendo, entre bocas, limosnas al corazón.


La mentira

La mentira tiene cara redonda
y se esconde debajo de los puentes,
se disfraza de niño por las noches
y se oculta entre árboles y duendes.
Lleva sombrero y viaja a oscuras,
atraviesa el silencio y lo llena de muerte,
pulsa con los nudillos el tiempo
y se enreda misteriosa entre la gente.
Es una voz sin cuerpo, un látigo en la boca
que entrampa la belleza vilmente;
un alma torturada balbuceando cosas,
un verbo anquilosado, una verdad aparente.
Es un rumor, una provocación porosa,
una puerta mohosa que entre los labios hiere;
un delirio cabalgando entre las sombras
un país ensimismado y prepotente.
Es una calle sin salida, una ventana rota,
una murmuración desaliñada y sin suerte;
es el preludio de una lágrima eludible
por donde se cuela el dolor ferozmente.
La mentira es una grieta que se moja,
es un desdén pesado que se extiende,
una ilusión inversa desatando mariposas,
una impostura sin piedad que asciende;
es un engaño airoso, un sauce sin hojas,
un cuento inverosímil, una historia decadente.


No sé

No sé en qué mar te viste para derramar sobre mí tanta belleza,
no sé qué hice para que embelesaras así las palabras
ante el quejido perenne de la sombra que palpita en mi corazón...
no sé si un golpe de ternura desgarró tu frente
y encumbraste del océano caudales a una minuta,
no sé en dónde, en qué lugar de esta espiral
te atrapó la lumbre de un querer que yace encerrado en la arena,
sólo advierto que si atraviesas este mar
verás cómo mis ojos acunan peces detrás de las estrellas.


Hoy

Hoy el viento posará su mirada hueca
en mi mañana
y secuestrará de mí el silencio;
el corazón se sentará a escuchar
la refractaria voz aduladora
que llena la cotidianidad de crepúsculos viejos;
el mar, o la noche, borrará, como siempre,
la huella del sol en la arena,
y pasadas las cinco
platicaré con la lluvia,
y la tarde zurcirá el desdén de este día
mientras las gaviotas
me enseñan a volar.


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