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Chiara

Hilda Patricia Plascencia Maravilla


Una mañana luminosa de mayo, Chiara salió de su casa para relajarse y reflexionar. Tuvo que jubilarse por situaciones adversas, aunque aún no había rebasado los 50 años de edad. Se desempeñó como maestra en todos los niveles escolares de una gran metrópoli. Entre estos pensamientos, resonaban una y otra vez en su cabeza las palabras de su madre, que desde su niñez enaltecía la profesión docente, pregonaba que se trataba de una carrera noble y reconocida socialmente. Chiara, más pragmática, se decía que el salario, sin ser para nada exorbitante, le permitía disponer de lo necesario para vivir con su familia con comodidad, sin sobresaltos aunque sin lujos.

Perdida en estos y otros pensamientos, la sorprendió una luz resplandeciente, multicolor, que emanaba de la yerba de la banqueta, proveniente de un objeto que parecía susurrar: “¡Levántame, levántame, te tengo una sorpresa! ¡Llévame contigo!”

Chiara, que no creía en nada relacionado con fuerzas celestes, magia o esoterismo, pensó que aquello sólo era producto de su imaginación y prosiguió su camino. Unos pasos más adelante encontró una banca y se sentó. Por curiosidad, miró de nuevo hacia el punto donde había percibido el objeto brillante. Para su sorpresa, el brillo no había desaparecido. Entonces, comenzó a observar a las personas que pasaban junto al objeto luminoso y susurrante. Más sorprendida aún, descubrió que nadie parecía reparar en él: pasaban a su lado, lo pisaban y seguían su camino con las prisas y la indiferencia de un día normal, cotidiano.

Chiara se acercó de nuevo al objeto, que pareció reaccionar: emitió nuevos destellos, más intensos. Intrigada, miró en torno y observó que los transeúntes continuaban con sus prisas, pasaban de largo, indiferentes, algunos con sus audífonos y sus celulares. Optó por retirarse.

Regresó a su casa, a su rutina, sin poder sacar de sus pensamientos el gran destello de luz, la hermosura y brillantez de los colores que emanaban del objeto, preguntándose constantemente por qué las personas que pasaban por ahí no lo veían ni trataban de levantarlo. ¿Qué era el objeto? ¿Un simple vidrio tirado en la calle? ¿Su posición era la responsable de la emisión de esos destellos tan maravillosos? ¿Qué factores intervenían para producir tal fenómeno de refracción de la luz? ¿Por qué parecía ser ella la única en darse cuenta de su existencia?

Terminó su jornada y se fue a dormir, con las mil interrogantes sin respuestas y con otras mil reflexiones añadidas. Al despertar determinó regresar. Todo seguía igual: el objeto se distinguía a lo lejos, las personas continuaban con su rutinario e indiferente deambular. Las emociones de la víspera la asaltaron ahora con mayor intensidad. Escuchó el susurro: “¡Levántame, levántame, hay sorpresas para ti! ¡Llévame contigo!”

Lo tomó entre sus manos y, al verlo de cerca, el asombro por los miles de reflejos de colores aumentó: entre la bruma cromática aparecieron, poco a poco, imágenes que no tardó en distinguir: un grupo de estudiantes manifestándose y, ante ellos, militares dispuestos a detenerlos por cualquier medio. “¿Qué es esto?”, se preguntó sin salir de su sorpresa. Esta visión de armas, violencia y sangre la turbó y la dejó perpleja. Un poco indecisa, optó por guardar el prisma y regresar a su casa; en el trayecto no dejó de pensar en la sorprendente transformación en el interior del objeto.

Luego de horas de darle vueltas, Chiara recordó que había nacido en 1968. ¿El prisma le mostraría su vida? Intrigada, lo tomó de nuevo entre sus manos, expectante por lo que le fuera a mostrar. Otra vez, la cascada de colores va transformándose y le muestra, poco a poco… ¿Los Picapiedra, los Supersónicos? Aunque no dejó de dibujarse una sonrisa en su rostro, a Chiara le pareció un poco absurdo mirar estas imágenes de caricatura. Una ola de nostalgia la invadió. Este recuerdo —instigado por el prisma, se dijo— la llevó a una serie de reflexiones sobre la familia. Cómo han cambiado las cosas, pensó, y repasó una serie de hechos que definieron su relación con sus padres y con sus hermanos, y en la actualidad, con su esposo y con sus hijos. Los tiempos cambian, concluyó.

Desde ese día, siempre que tenía oportunidad, Chiara miraba el prisma, que siempre le mostraba imágenes diferentes y, en apariencia, un poco arbitrarias. Al paso del tiempo, fue identificando algo que ella podría organizar por “temas”: se veía a sí misma, alegre en sus juegos de la infancia, en las pequeñas cosas que la hacían feliz; y veía a la generación de sus hijos, en dinámicas muy diferentes, interesados por juegos y distractores que ella nunca imaginó, y que aun ahora, a su edad, no le parecían atractivos; entre todo eso, también miró los regaños de sus padres, así como las travesuras de sus hijos, y descubrió que en el fondo no eran tan diferentes.

Las imágenes, en general, le ayudaban a evocar situaciones sepultadas en lo profundo de su inconsciente, recuerdos de hechos que no recordaba. Veía también realidades sorprendentes: aparecían ante sus ojos los aparatos más sofisticados, que ya eran una realidad en países con el suficiente adelanto tecnológico para crearlos: edificios inteligentes, robots, vehículos no tripulados…

Todas estas imágenes la llevaban a plantearse miles de interrogantes, las cuales le permitieron revalorar su pasado, mirar su entorno con ojos renovados y desechar sus miedos al futuro. Se dio cuenta que el prisma le ayudó a ver la vida de otra manera, a perdonar a sus padres, a aceptar las manías de su marido y los desatinos de sus hijos; a final de cuentas, ella había tenido un comportamiento semejante a lo largo de su vida. Todo ello le brindó la oportunidad de sentir un cúmulo de emociones y de estados de ánimo; le ayudó a evocar tanto pasajes históricos personales como sociales, que se mezclaban en un mundo único e insustituible: el suyo.

Al descubrirse como un ser excepcional —al igual que todos los que la rodeaban— el brillo del prisma se intensificó. Escuchó de nuevo, como un susurro, la voz, que ahora le rogaba que lo llevara a cualquier lugar, donde otro ser desorientado lo necesitaba para ordenar su mundo y descubrirse y descubrir a los demás.

Chiara agradeció en lo más íntimo este maravilloso hallazgo. Su mente y sus emociones se habían transformado; ahora amaba más a su familia, a sus amigos y a todos los que conformaban su universo. Ahora consideraba que los años venideros, posteriores a su jubilación, serían más alegres y felices. Al final no pudo evitar recordar los versos del poeta español Ramón de Campoamor:

Que en este mundo traidor
nada es verdad ni mentira:
todo es según el color
del cristal con que se mira.


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