Tres rostros del humor
Parodia del discurso amoroso en el cuento
“La mujer que no” de Jorge Ibargüengoitia

       

¿Existe un argumento para refutar la afirmación que Roland Barthes sostiene en su libro Crítica y verdad, en el sentido de que la obra literaria es transparente? Dicho de otra manera: en un texto sólo podemos leer lo que el autor escribió, y no otra cosa. Entonces, ¿qué queda para la crítica? El mismo Barthes responde: “continuar las metáforas de la obra, no reducirlas” (Barthes, 1983: 75).

¿De qué manera podemos desarrollar esta labor, nada sencilla desde luego? De nuevo Barthes tiene la respuesta: “Toda objetividad del crítico dependerá, no de la elección del código, sino del rigor con el cual aplique a la obra el modelo que haya elegido” (id., 20). Para la realización del presente trabajo creemos que será suficiente definir unos cuantos conceptos, y su aplicación —esperamos que con el rigor requerido— en el texto elegido.

Utilizaremos los conceptos “mundo posible”, “tema” y “rema” como los define Teun A. van Dijk en su obra Estructuras y funciones del discurso, y los aplicaremos en el texto “La mujer que no”, cuento del escritor guanajuatense Jorge Ibargüengoitia, incluido en La ley de Herodes. La justificación, reiteramos, nos la da Barthes: la “elección del código” resulta secundaria con respecto al rigor de su aplicación, y esperemos no fallar en este punto.

¿Qué buscaremos en el cuento de Ibargüengoitia? Si bien el humor resulta el aspecto más evidente de la historia, de momento preferimos no adelantar hipótesis, y optamos por avanzar como simples lectores (ib.); los resultados o conclusiones vendrán al final (momento en el cual dejaremos de ser lectores, para transformarnos en críticos, según la terminología de Barthes).

Para Teun A. van Dijk, un mundo posible se establece por un conjunto de hechos particulares, y estos hechos pueden considerarse como sinónimos de un tema, es decir, cierta información con que se comunica un mensaje. Una vez enterados de tal información, pueden proporcionarse hechos nuevos, lo que constituye el rema que funciona como enlace para un nuevo tema, y de esta forma se configura el mundo posible.

Esta relación entre tema y rema para configurar un mundo posible está enlazada por ciertos elementos que establecen la coherencia necesaria para comprender lo que se quiere comunicar. Un cuento representa un mundo posible, y las secuencias o los sucesos que ocurren representan tanto el tema como el rema que configuran la totalidad de la narración. Las acciones de los personajes —y su caracterización—, las descripciones de lugar, las indicaciones de tiempo representan elementos de coherencia, las cuales podemos agrupar en haces de significaciones denominadas isotopías,1 que nos permiten entender tanto la coherencia de cada una de las secuencias —denominada lineal— como la coherencia global de todo el relato.

De acuerdo con esta conceptualización, podemos dividir el cuento de Ibargüengoitia en seis secuencias, cada una de las cuales expone un tema particular y, a la vez, incluye el elemento rema que nos permite enlazar con el siguiente tema.

Mencionamos enseguida, de manera esquemática, las secuencias en que pudiera dividirse el cuento, con el tema principal (y su división, si es el caso), además del indicador temporal que nos marca la coherencia del relato:

  • Introducción: Desde el comienzo conocemos a los dos personajes que ejecutarán las acciones principales: el narrador, Jorge, y ella; el tema se define por la descripción de un retrato (que se vuelve caricaturesco) y las sensaciones que su contemplación despierta en el narrador. Indicador temporal: evocativo, no especificado; Jorge rememora el suceso que se narrará enseguida.

  • Primer encuentro (dividido en dos temas): la casualidad une a los personajes (indicador temporal: “un mediodía brillante y esplendoroso”), pero la posibilidad de tener un encuentro íntimo lo frustra la madre de ella; se encuentran de nuevo, otra vez de manera fortuita (indicador temporal: por la noche de ese mismo día, después de las siete y media), y concertan una cita. Indicador temporal de todo el tema: alude a un suceso pasado (“Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y más bello”) que ocurre “en los días cercanos a la Navidad” (aunque no se especifica el año).

  • Segundo encuentro: la madre vuelve a aparecer como obstáculo para que Jorge consiga su propósito; obtiene, como consuelo, la foto descrita en la introducción, y la promesa de recibir un telegrama si se presenta la oportunidad de un nuevo encuentro. Indicador temporal: “al día siguiente”.

  • Encuentro que termina en decepción: el narrador cree recibir un correograma de ella, pero lo envió otra mujer (quien en otra época fuera “el Amor de mi Vida”). Indicador temporal: “un mes después”.

  • Último encuentro: no existe indicador temporal específico, pero ocurre algún tiempo después del segundo encuentro (ella “se había ido a vivir a otra parte de la República”); él va a la ciudad en que ella reside ahora; llega a su casa y comienza sus ofensivas: a) se dan “entre doscientos y trescientos besos”, hasta que llegan sus hijos; b) éstos se van a dormir y sigue la “segunda ofensiva”, frustrada por la llegada del marido; c) el marido recibe un telefonazo y tiene que salir, comienza entonces la tercera ofensiva, y lo que impide el contacto sexual es el cierre de los pantalones de ella, que “no se abrió nunca”.

  • Conclusión: aunque hubiera podido, Jorge nunca regresó a “terminar lo empezado”, y sólo le queda la foto “y el pensamiento de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a todos los grandes seductores de la historia), son más numerosas que las arenas del mar”. Indicador temporal: han transcurrido “mil y tantos días” desde el último encuentro hasta este momento que evoca el suceso (que nos remite a la introducción).

Cada una de estas secuencias está marcada por un buen número de isotopías que no sólo refuerzan la coherencia lineal (correspondiente a cada una de las secuencias) sino también la coherencia global. Exponemos enseguida tales isotopías:

La primera que salta a la vista se refiere al hecho de que todos los encuentros tienen un final negativo: no se consigue el propósito que se persigue. Este objetivo se define desde el título: “La mujer que no”. La elipsis nos refiere la frustración de no obtener a la mujer deseada, y el lector tiene libertad total para completar la oración en el sentido que se le antoje.

En todos los encuentros existe un elemento que obstruye la consecución del fin anhelado: la madre de ella (en dos ocasiones), un malentendido por parte de Jorge, los hijos, el marido de ella, y por último el cierre de los pantalones verdes de ella. También, aunque no se menciona de manera explícita, los prejuicios o los principios morales o religiosos funcionan como obstáculos. Ella lo confiesa en una ocasión, luego de una de esas frustraciones: “¡Gracias, Dios mío, por haberme librado del asqueroso pecado del adulterio que estaba a punto de cometer!” La madre refiere algo similar para “moderar” los “impulsos primarios” de Jorge hacia ella: “Su mamá me recordó que su hija era decente, casada y con hijos”.

La escatología representa una isotopía importante: menciona, en la introducción, un pañuelo sucio de maquillaje que conserva de uno de los “momentos cumbres” de su vida pasional; al hablar de sus relaciones, señala que ambos se conocen desde que se orinaban en la cama; alude a un oficio que la hacía sudar; en el primer encuentro, luego de la primera separación y antes de que la casualidad los vuelva a reunir menciona que estuvo en una cantina “hasta las siete y media, hora en que vomité”; en el último encuentro destaca el hecho de que uno de los hijos de ella lo escupe todo el tiempo; una vez que el marido se va, le besa la palma de la mano, con lo cual consigue más de lo esperado, obligándola a salir de la cocina “tambaleándose con un altero de platos sucios”.

En el cuento también resulta notable —por la reiteración— una parodia al discurso amoroso desde tres perspectivas diferentes:

  • El melodrama y la novela rosa.
  • La religión y la moral.
  • La sexualidad como manifestación natural del organismo.

Ya adelantamos un poco al mencionar los prejuicios de ella y de su madre, correspondientes al inciso b), al igual que el siguiente fragmento: “¡Oh dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparcimiento de los intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gracias, Señor, por habernos concedido el uso de estos artefactos, que hacen más que palatable la estancia en este Valle de Lágrimas en que nos has colocado!”