Identidad, compromiso y responsabilidad social del docente

Abstrac
El presente escrito es una reflexión sobre el docente universitario desde la exigencia impuesta por la modernidad, esto es, como una constante reivindicación ideológica del proyecto de formación de ciudadanos propuesto desde la racionalidad positivista y de la construcción del estado nación, que en el caso de la sociedad mexicana, está urgida de legitimidad social y de arribo a las exigencias planteadas por la globalización, una educación de calidad con fundamento en las competencias y las innovaciones requeridas por las nuevas tecnologías de la información, la comunicación y el aprendizaje, como exigencia ética y social del docente a fin de asegurar prácticas educativas y formativas en correspondencia con el desarrollo sustentable.

Palabras clave: Docente, identidad, responsabilidad, educación, compromiso, formación, profesional.

La ciencia es un asunto demasiado serio para ser dejado únicamente en manos de los científicos. Hay que decir también que la ciencia es una cosa que se ha vuelto demasiado peligrosa para ser dejada en manos de los hombres de Estado. Dicho de otro modo, la ciencia se ha convertido también en un problema cívico, un problema de ciudadanos.
Edgar Morin

El presente ensayo tiene como finalidad establecer un acercamiento a la construcción social y cultural de la profesión docente y de las implicaciones existentes entre las prácticas comprometidas con la tarea de formar a las nuevas generaciones de jóvenes y la responsabilidad de asegurarnos un uso consciente de los saberes técnicos científicos que caracterizan a una sociedad que aspira a un alto grado de desarrollo humano.

Se considera que los docentes son los pilares donde descansa un sistema educativo competente; este supuesto debe entonces ser reflexionado en su dimensión social e histórica, esto es, como resultante de las contracciones de un sistema educativo, lo cual implica que el desempeño del docente es ante todo un proceder humano inspirado desde un proyecto ideológico que sufre cambios significativos; implica, en nuestro medio o circunstancia, transitar al pensamiento sistémico, a una red de quehaceres y procederes, de un medio aislado a otro cooperativo, de la realidad percibida como dada a la realidad pensada desde la información, de la autonomía individual a la autonomía colaborativa y de responsabilidad colectiva.

La sociedad del conocimiento y los deberes de los maestros
“El sueño de la razón crea monstruos” ha creado la modernidad, la idea del progreso de la sociedad a partir del conocimiento, de las redes de la información y la comunicación, esta es una inspiración que cobra fuerza a mediados del siglo XIX, es el punto de partida acuñado por Augusto Comte en su curso de filosofía positiva; hoy esa idea se concreta en lo que hemos denominado sociedad de la información y la comunicación; en Comte se exalta el abanderamiento de la ciencia como condición de progreso. En dicho curso se enarbola la tesis de que la sociedad industrial capitalista aseguraría una estructuración de la vida, de la producción y de los bienes de consumo a partir de la ciencia; incluida, claro, la educación. Para este pensador francés la muerte de la religión era inevitable; en su lugar, el laicismo del pensamiento científico sería la constante.

El legado de los siglos XVIII y XIX para la educación fue el abanderamiento de la racionalidad científica. Sin embargo, la encomienda a los actores de las escuelas los conduce a la doble moral, a la búsqueda de la verdad física (de acuerdo al objeto de su disciplina) por una parte, y la verdad de la vida eterna por la otra. Es por esto que nuestros grandes pedagogos viven pidiendo perdón de sus pecados al tiempo que abanderan una política de progreso respecto de explicaciones científicas.

El hombre moderno de aquellos años buscaría que los hospitales no fueran asilos para el buen morir, como lo fue en su momento el hospital Fray Antonio Alcalde en Guadalajara. El reto de esa generación sería transformar el concepto de que la vida es un don divino, que la enfermedad es una consecuencia no deseada del estado armónico llamado salud. El llamado positivista sería explicar a partir de la razón todo cuanto existe, y en particular explicar la enfermedad a partir de causas científicas. Las escuelas no serían más de tipo religioso, habría que cambiar el concepto de educar no para alcanzar la divinidad, las buenas conductas, hábitos piadosos y para la alcanzar la transterrenalidad, ahora las escuelas serían la normalización de los bárbaros, la preparación en las artes y los oficios para la vida moderna.

Los modernos son modernizados. El ser o razón docente en nuestra tradición es un apostolado o sacrificio con pasión por el desposeído, el ignorante, el que no puede explicar la realidad, sino a partir del credo, la fe, la esperanza. La modernidad de la modernidad emerge, dejamos de buscar la democracia, la justicia, el estado nación del priismo egoísta y a partir del presente siglo y después de los sexenios del cambio regresamos a la búsqueda de la soberanía y el buen gobierno, el reto es avanzar en la modernización de la era digital, esto es, arribamos a toda prisa a una nueva modernidad, la de la sociedad del conocimiento, pero lo hacemos en un mundo líquido donde nada parece sólido, donde todo es jabonoso y sin forma.

Con la revolución tecnológica se ha impulsado la informática y las telecomunicaciones, acelerando el desarrollo de las actividades empresariales, fomentando la globalización, la optimización de las formas de acceso a los conocimientos y, con ello, replanteando la función de las escuelas, los institutos, los centros de enseñanza e investigación, pero sobre todo, modificando radicalmente los procesos de producción y consumo de conocimientos.

En la sociedad de la información, todos somos responsables de la falta de sentido de vivir, de la contaminación, del agotamiento de recursos, de la falta de prevención en la conservación del medio ambiente, del hombre mismo; o por lo menos así lo quieren suponer los medios de comunicación.

El terreno para discursos y prácticas voluntaristas de intervención y cambio en el ámbito educativo es una constante de los últimos 20 años. El docente debe ofrecer un cambio y se le prepara para ello, sin embargo la crisis medio ambiental y social de la inseguridad siguen a pesar de más doctores miembros del Sistema Nacional de Investigadores y profesionales de los servicios educativos. El reto es asegurar que el perfil ético de estos docentes e investigadores sea el aseguramiento de una democracia cognoscitiva, tal como se expresa en el epígrafe del presente ensayo.


Docencia e identidad profesional

La docencia es una actividad laboral que se ha delimitado en un ámbito específico de actuación, en este caso la pedagogía o capacidad e intervención en la acción educativa se percibe desde el sistema escolar con una preparación técnico científica para resolver problemas propios del desarrollo de capacidades para su actuación en el espacio social de lo escolar, compromiso por su actualización y perfeccionamiento, pues no basta con saber de la disciplina y acumular una cierta experiencia o certificación para su ejercicio. Se establece como ser social con autonomía en la actuación y compromiso deontológico, esto es, delimita su actividad en un implícito de reglas afines al poder instituido, asume y reconceptualiza su proceder a partir de un código de derechos y deberes para con la actividad que realiza.

Respecto de la actividad o profesión docente no hay una sólida tradición que indique una conciencia clara de su valor o desempeño. En los albores de la modernidad porfirista la valoración común que se puede considerar es la de ser un oficio de esperanza y resignación por la posibilidad de garantizar la humanización de la barbarie. En la posmoderna sociedad del tráfico de compromisos y lealtades corporativos es una actividad intelectual con compromisos y aceptaciones de la esperanza por una buena vida.

El profesor, el docente, el maestro da sentido a un reconocimiento o profesionalización de la tarea académica. El prestigio social no se cuestiona, es para algunos una actividad artesanal. Según esto, lo que da sentido a la profesionalidad docente es 1) el conocimiento fundado en el saber teórico; 2) subordinación del profesional al interés y bienestar del cliente; 3) derecho a formular juicios autónomos exentos de control extraprofesional.


Se considera que el docente, además de su tarea vinculada a la información, debe atender los procesos de formación en sentido extenso y debe mostrarse frente a sus estudiantes como persona, esto es, compartir y orientar. Se le solicita que aprenda a escuchar y aconsejar en un momento dado. De ahí que sea difícil adoptar la tarea de coordinación operativa de un grupo de estudio.

El docente se concibe como un profesional de la escuela, de la coordinación de una asignatura que tiene tras de sí una concepción mítica del conocimiento científico. Es un científico de su área de especialización. En este marco, lucha contra su misma formación y el contexto poco ético que le es circunstancial, le puede gustar o no, se puede incorporar o no en la lucha contra los procesos que se le exigen en las instituciones educativas, contra la imposición de un sistema de representatividad, contra el rol docente de tutor, facilitador, emancipador y guía, aun cuando sea el más indeciso y frustrado profesional laboralmente hablando. En síntesis, el docente se inventa su máscara, se concilia y vive con ella con un sueño de realizaciones, sabores y sinsabores.

El rescate de lo anterior es la definición no dada, no explicada del papel de la ciencia. Por su parte, la educación es una constante pregunta, por todo cuanto es conceptualizada y trasmitida al otro. Educar es saltar de una pregunta, más que a las respuestas, a otra y otra, hasta que nuestras confortables explicaciones nos presenten nuevas preguntas. La educación es un diálogo educativo y por tanto es asimétrico; es, para decirlo de alguna forma, una representación triangular donde el conocimiento es la finalidad de la relación entre el sujeto que aprende y el profesor que provoca, coordina la actividad grupal o enseña al otro a pensar, a gestionar la información y a resolver problemas por sí mismo o en forma colaborativa.