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Luka

Christopher Valladares Mondragón


Ella está loca, le sobra la dispersión, sufre de agonía por la indiferencia, anda suelta, distante, ajena, cautiva, maniaca; camina alzada de frente, con un andar frondoso, las corvas se le contraen al andar, las ancas enmarcan su textil figura, es cobarde, con la emoción suele temer el cambio que trae consigo el movimiento de la circunstancia, es una constante en su manera de agitarse en la vida, baja despacio a la voluntad, que no reprime, no cambia desde afuera, sólo le aprieta la intención hacia dentro.

Es en la intuición de la búsqueda que tocamos sin reserva hasta diluir la última gota que rompe en caída libre, donde tomamos con plena ansia sin límite de intenciones hasta elevar el ritmo de la respiración, donde apretamos para sostener sutilmente lento y suave hasta que se quede, el tiempo aquí no pasa más, ella se pudre entre miedos de escurrir el alma por entre la rosa carnosidad, aprieta por la locura de esa renuencia por sentir, nos lleva a palpar, a ir por todo, por más, por rozar, por llegar, por penetrar, por quedarse ahí, en el fondo, en el interior de nuestro espejo.

Hay un alma que grita entre sábanas, que aprieta entre almohadas, que se esconde para no mojarse más, tiene un ritmo, emite un sonido, ese ruido que invita, que eleva, que mueve, que seduce, que entrega y que lleva por encima de todo, escurre sensible con un olor dulce, ese aroma a hiel, ese sabor ligero, lascivo de algunas hojas que seguro has habitado, eres un sueño incomprendido, con viscosa polución, residuo de tu presencia.

Te agitan las ideas, te mueven las palabras, te aprietan las piernas, te moja los muslos, te sostiene sin levantar, te eleva sin planear. Vas cordial y cortante de miedo, para qué cerrar si en la apertura la nostalgia se aleja, el miedo se contrae, la distancia se acorta, eriza, moja, acelera, inmoviliza, mueve todo sin moverse más, tiene el vientre noble, mojado, sensible, terso, le suspiran los vellos cercanos del ombligo cuando le rozas al tacto, por encima, para poderle dejar tersa la mano, por su solo manoseo, sin permiso, sin don, sin condición.

Es en su calor que encuentras la sed, el hambre, el sueño, el deseo, la calidez de esas letras que buscas cuando escribes tus pensamientos que no son tuyos, sino sólo el cúmulo de todas las lecturas sin concluir, es ahí que el alma se sostiene llena, gorda, sublime, por todas las maneras que tienes de reinventarte, por la sabia forma de apreciar, por la sublime forma de distorsionar la acción de ser, de esas ideas turbias entre sueños que revientan en la ola, cuando la marea nos mueve sin siquiera pensar, buscando los días grises para entre esa llovizna lenta, que recuerda cómo existe siempre un alma que se alegra por oírla caer, por verla por ti y contigo escurrir.


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