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El acierto estilístico de No se culpe a nadie *

Javier Ponce


Aunque el microcuento o minificción1 es un género muy antiguo que data de los sumerios o egipcios, en los últimos tiempos se ha cultivado mucho por los escritores de habla hispana. En apariencia fácil por la brevedad de su contenido, en realidad es complicado de trabajar porque, si no se logra el efecto deseado en la brevedad elegida, se puede malograr el texto o incluso el libro.

Este es un género híbrido porque tiene la concisión del poema pero la estructura de la narrativa. En unas cuantas líneas, párrafos o páginas, se tiene que plantear el problema, desarrollar la intriga y resolver el asunto de forma ingeniosa. Los personajes son apenas esbozados con trazos a manera de bocetos, pero estos tienen que ser funcionales para la historia. No le tiene que sobrar nada. La economía del lenguaje es parte importante del procedimiento.

En No se culpe a nadie, Rubén Hernández Hernández nos presenta 49 microcuentos que tratan, de manera entretenida, temas de interés cotidiano tales como la relación de pareja, los amores imposibles, el acoso callejero, el suicidio, lo dulce de la venganza, la forma de vida de la clase media alta o baja, la migración, el racismo, entre otros. El lenguaje, en apariencia coloquial y sencillo, nos muestra un universo de posibilidades en los que es absorbido el lector.

Regularmente en el libro se cuentan historias de vida que son transformadas en asuntos sorpresa. Otro rasgo importante es que se requiere de la participación activa y de la inteligencia del interlocutor para poder descifrar la intriga. Dinámicas por naturaleza, las minificciones apelan a la agudeza intelectual de su interlocutor. Esta es una de las razones por las cuales los textos nos mantienen absortos, ya que siempre estamos esperando un final en el que casi siempre existe un giro de tuerca que nos mantiene interesados. Uno se pregunta: ¿y ahora cómo hará el narrador para poder resolver tal o cual situación?

Para los formalistas rusos la forma lo es todo. El texto literario en realidad es un artificio en el que la suma de procedimientos nos dan los efectos requeridos: ya fuera de tristeza, de alegría, de solidarizarse con los personajes, entre muchas otras posibilidades. De esta manera, en No se culpe a nadie se presentan recursos formales tales como la ironía, el humor (negro en muchas ocasiones) o el sarcasmo. En el libro de relatos también se pueden apreciar intertextos de maestros del género como Julio Cortázar, Juan José Arreola, Max Aub y, no podía faltar, Augusto Monterroso. Dichos intertextos son reelaborados de manera que el nuevo relato se apropia de los autores citados pero, por supuesto, sin caer en el plagio. Es el homenaje del que se sirve el escritor para rehacer sus ficciones.

Fue una grata sorpresa leer las historias del libro ya que, de manera bien escrita y amena, nos mantienen siempre al pendiente de lo que está ocurriendo en la narración. El buen Rubén Hernández en ocasiones nos hace sufrir como lectores con los finales abiertos, pero en otras ocasiones el recurso de la epifanía nos reconforta y nos pone contentos. Así, con altibajos en su carácter, los cuentos se disfrutan uno a uno a través de la delicia de su lenguaje.

Para finalizar, diremos que el libro No se culpe a nadie se inscribe en la tradición latinoamericana del microcuento posmoderno como un gran acierto del escritor.


Nota

1 Para el caso, manejaremos ambos términos como sinónimos, con el fin de no entrar en discusiones de especialistas.


* Prólogo de No se culpe a nadie de Rubén Hernández Hernández, presentado
en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalakara.

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