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Poemas

José Ángel Lizardo Carrillo


Efímera

Esta obsesión
de escrutarlo todo
en el ojo ajeno
me puso ante un espejo siniestro
que no sólo delata,
también descuartiza,
devora y entierra.

Cada vez que da la hora exacta
el matusalénico reloj
descarga su brutal guadañazo,
así mata el tedio.

Su vaivén es un verdugo
que decapita en gajos la luna
tras los barrotes de una cárcel
de engranes maquiavélicos.

El tiempo es una naranja
que madura en un péndulo;
no intentes exprimirla…
ella se regala a cuentagotas
colgando del patíbulo.

Me horroriza
el canibalismo del espejo.
No puedo detener
el tren de mis latidos,
siempre paran
en la estación sin nombre.

Soy el Cíclope que se obstina
en seducir a Afrodita.
Luego me petrifico
al ver cómo se lleva el río
la felicidad efímera.


Madame Duplessis

A los dieciocho años
abortó la flor de su castidad
para convertirse en la cortesana
más solicitada de París.
Se entregaba sin pausa
al dinero y la fama
para que los amantes
cabalgaran su pecado.

A los veintiuno
su cuerpo ya no era
la tibia habitación de antes,
sino una alcoba
que se atosiga
con las mariposas
de la tuberculosis.

Cuando murió Madame Duplessis
yo, el sepulturero,
no cometí el sacrilegio
de sepultarla.
Demolí a hachazos
sus lujurias,
las hice leña,
las incineré
para que no reencarnen
las llamas del deseo,
ni vuelvan a domiciliarse
los cuervos en sus ojos.

Olvidaba decir algo:
a petición de su memoria
dejé intacta
la camelia de sus besos.


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