Logo

La literatura como herramienta fundamental en el desarrollo de la lectoescritura

Andrea Azucena Avelar Barragán

El lenguaje es un sistema de signos que permite la comunicación entre individuos. Al contrario de lo que se piensa, no es una cualidad específicamente humana, porque al ser un hecho social, otras especies que también viven y se desarrollan en comunidades precisan de él. Es el factor más importante en la vida y desarrollo de tales individuos. Cuando nos referimos al lenguaje humano, este se compone de signos lingüísticos y podemos dividirlo en dos grandes partes: la lengua oral y la lengua escrita.

El objetivo del lenguaje es la comunicación y esta claramente es una función que comparten la lengua oral y la lengua escrita: ambas surgen para la comprensión mutua y efectiva entre los integrantes de una sociedad. Sin embargo, las podemos dividir por el medio en que son expresadas y su forma de producción: la primera precisa de una vía auditiva y es formulada, en los seres humanos, en el aparato vocal fonador que si bien existe porque sus funciones principales son otras (como la respiración y la primera fase de la digestión), permiten al hombre articular y controlar sonidos, y la segunda se vale de una vía visual y se expresa por medios físicos. Se distinguen además por la temporalidad: el lenguaje oral responde a situaciones más inmediatas, mientras que el escrito tiende más a lo permanente.

Debido a estas diferencias existentes es natural pensar que el desarrollo del lenguaje oral y el escrito acontezcan en los menores de maneras muy diferentes y a tiempos distintos. El aprendizaje de la lengua en los menores guarda una estrecha semejanza con el desarrollo histórico. Para Baldwin (citado por Vygotsky, 2009, p. 161), “hay tanta involución como evolución” durante este proceso de aprendizaje y asimilación.

“A diferencia de lo que ocurre con la enseñanza del lenguaje hablado, en el que los niños avanzan espontáneamente, el lenguaje escrito se basa en una construcción artificial”, señala Vygotsky (id., p. 159). Con sus trabajos, este investigador ruso demuestra la estrecha relación entre el proceso que sufre un niño adquiriendo el lenguaje escrito con un hombre de las cavernas y siglos y siglos de trabajo arduo.

Al igual que los primeros hombres, el bebé comienza a producir sonidos, pero a diferencia de los pioneros en la lengua, el bebé tiene un recurso extra: la imitación. Philip S. Dale (1980, p. 19) reconoce las primeras expresiones verdaderamente lingüísticas emitidas por el niño alrededor de un año. A partir de ahí la evolución y aumento de su vocabulario y destreza para expresarse tendrá un crecimiento exponencial. Este es el primer gran logro de un individuo social. “Hablar significa haber llegado a un grado determinado de maduración neurológica y de integración social, capaz de permitir la comunicación” (Sánchez, 1988, p. 20).

Decir que el lenguaje escrito es un reflejo total y fiel del oral sería por lo menos insensato, puesto que al ser humano le tomó incontables siglos desarrollar el uno y el otro y por ello guardan un sinnúmero de diferencias entre sí. Nos dice Luis Fernando Lara (2009, p. 55): “La escritura no nació de una conciencia perfecta de la convención que se estaba creando”. Plasmar sonidos con correspondencia a trazos se convirtió en uno de los más grandes avances del ser humano.

Los niños primero reciben del seno familiar la lengua materna (de una manera exclusivamente oral) y cuando ingresan al círculo social de la escuela deben aprender la lengua escrita, que es un sistema completamente convencional y artificial.

El niño, como describen Emilia Ferreiro y Ana Teberosky, pasa también por etapas similares a las históricas del lenguaje escrito. No todos los infantes sufren el proceso de la misma manera, el cual no es necesariamente lineal, pero presenta un patrón estándar. En primer lugar, la etapa presilábica, donde escribir el nombre de un objeto equivale a dibujar el objeto. Vygotsky describe una etapa que bien puede ser anterior, aquella donde al dibujar los niños “no ejecutan las partes, sino más bien sus cualidades generales” (2009, p. 163) y la denomina como un gesto. Los dibujos son, pues, “un lenguaje gráfico que surge a partir del lenguaje verbal” (id., p. 169).

Después aparecen las escrituras indiferenciadas (marcas gráficas como garabatos o letras conocidas); existe un momento en el cual el niño apoya esta escritura con dibujos, para darle consistencia. Más adelante, esta transición termina y “el lenguaje hablado acaba por desaparecer como vínculo intermedio” (id., p. 174).

Viene a continuación lo que se consideran como escrituras diferenciadas, ya sea con letras inventadas o conocidas o las letras del nombre, pues recordemos que por cuestión de tradición es lo primero que todos aprendemos a escribir, sin ser necesariamente conscientes del lenguaje escrito.

Emilia Ferreiro distingue también dos propiedades de un texto, los aspectos cuantitativos y los cualitativos. Los primeros son los que el niño toma más en cuenta, y puede relacionarlos con los referentes y no con los sonidos (el ejemplo de la niña que escribe con más grafías el nombre de su padre que el propio, porque su padre es mucho más grande). Los segundos requieren de más tiempo y es entonces cuando el niño se da cuenta de que las combinaciones diferentes implican cosas diferentes (no podemos escribir cosas diferentes con las mismas letras en el mismo orden).

Después aparecen las escrituras silábicas, para las cuales “la intención subjetiva del autor es decisiva para la interpretación” (Ferreiro, 1980, p. 85) y posteriormente las alfabéticas; en esta etapa, el niño comprende la escritura como la relación entre el fonema y la grafía.

Una vez adquirido el código es que podemos hablar de errores ortográficos.

En el caso del español, la relación fonema-grafía se muestra más transparente que en el caso de otros idiomas; aun así, no podemos hablar de que su escritura sea fonológica. Personalidades como Raúl Ávila, Gabriel García Márquez y Andrés Bello han propuesto medidas para fonologizar el lenguaje y así, por lo menos Raúl Ávila, erradicar los obstáculos en el perfeccionamiento del sistema escrito adquirido. Pero esa es una cuestión aparte, pues el código ya pasó por todos los procesos necesarios para ser adquirido.

Hasta el momento han sido descritas las etapas por las que el niño pasa para adquirir el lenguaje escrito, pero una parte muy importante es la motivación que se le da para pasar por este arduo proceso. Vygotsky señala que “la enseñanza debería estar organizada de modo que la lectura y la escritura fueran necesarias para algo” (id., p. 176).

Nosotros, como adultos que probablemente ni siquiera recordamos cómo fue nuestro proceso de aprendizaje de la lectoescritura, reconocemos que saber leer y escribir es una necesidad actual para cualquier circunstancia. Estar incomunicado para un ser social sería igual a la marginación. Saber leer y escribir no son necesidades vitales, pero mejoran enormemente la calidad de vida de una persona. Además, por su carácter atemporal, la escritura es un elemento determinante de conocimiento. ¿Cómo inculcar en los niños y los jóvenes la curiosidad necesaria para no concebir la lectoescritura como una obligación que podría derivar en frustraciones e incluso en deserción escolar?

“Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho”, recomienda Antoine de Saint-Exupéry. La profesora María Teresa Sánchez Fragoso, en Didáctica de la literatura infantil, sostiene que “el lenguaje es un fenómeno afectivo antes que intelectual” (1988, p. 21).

Desde pequeños, cuando escuchamos historias y poemas o versos, nos estamos acercando a la literatura y la literatura produce sensaciones y emociones que incentivan la curiosidad del niño a seguir experimentando y aprendiendo. En el área afectivo-social las actividades de la literatura pueden ser para el niño el medio por el cual exprese sus ideas, sentimientos y libere tensiones.

El arte en general se convierte en una parte vital en la formación de los seres humanos al sensibilizarlos ante el mundo que los rodea. Y desde una perspectiva biológica y psicológica, ayuda a mantener un cerebro sano y esto se ve reflejado, por ejemplo, en la mejora de la memoria y el aumento de la creatividad.

En otras palabras, en cuestiones del área cognoscitiva, la literatura ofrece la oportunidad de favorecer la actividad de las funciones mentales superiores: memoria, atención, juicio, razonamiento, análisis, síntesis; el desarrollo de las nociones de espacio y tiempo, de número y cantidad: cuestiones de vital importancia para la maduración psicomotriz necesaria para enfrentarse al proceso de aprendizaje de la lectoescritura.

Existen discrepancias sobre cuándo es mejor iniciar el proceso de la lectoescritura, si durante el último año de estancia en el jardín de niños o los primeros años en la educación primaria. Esta discrepancia se origina en la cuestión de identificar cuándo el niño es maduro en habilidades sensomotrices.

Con una adecuada estimulación y motivación por aprender a conocer su entorno a través de la escritura, impulsada por la literatura, esa madurez puede alcanzarse más satisfactoriamente y por lo tanto el proceso de aprendizaje del lenguaje escrito puede cursarse satisfactoriamente.

En el caso de las áreas psicomotoras, por ejemplo las expresiones gestuales y corporales y la articulación del habla, también se pueden desarrollar con ayuda de la literatura y actividades relacionadas con ella, especialmente en un ambiente lúdico, que debería desarrollarse en el salón de clase en la educación preescolar. Un excelente escenario sería la participación activa de los niños durante una sesión de cuentacuentos o de títeres.

Raffaele Simone, en el capítulo tres (“La necesidad de historias”) del Diario lingüístico de una niña, presenta un caso más específico en el que un niño se involucra directamente con un fenómeno literario singular: “las historias en forma de cono”. Con la literatura los niños pueden identificarse y con la repetición y sistematización de una historia particular se sienten seguros e involucrados con los acontecimientos descritos, es decir, pueden encontrar comodidad dentro de un texto y se concibe a sí mismo a partir de la historia cuando asume esta posición.

También se menciona cómo la utilización de algunos recursos literarios en un poema, como la rima y la aliteración, pueden ayudar al ejercicio de la memoria: “Silvia por fin logró aprender la poesía sólo porque se dio cuenta de que la rima podía constituir un hilo conductor y permitirle anticipar el verso siguiente” (Simone, 2009, p. 31).

Es por esto que al acercar la lengua escrita al niño este puede encontrar una manera de satisfacer sus necesidades afectivas, sociales e intelectuales, y no sólo considerarlo como un complemento de la lengua oral. Otra de las ventajas es que después de adquirido el lenguaje escrito, la literatura también puede ayudar a su perfeccionamiento tanto en el sentido ortográfico como léxico.

Escribir y leer son actividades complejas y demandantes que exigen un proceso cognitivo, pues requieren interpretación y construcción de significados. Al integrar la literatura a la vida cotidiana de un niño, saber leer y escribir se convierte en una necesidad impulsada por un placer estético y social, y no sólo por una obligación impuesta.

Vygotsky tiene muy clara la importancia de incentivar el lenguaje escrito como una necesidad; para empezar, no dándole el mismo valor que al lenguaje oral. Actualmente el método utilizado para la enseñanza de la lectoescritura tiende a la imposición. El tinte de obligación y no de necesidad que cubre este proceso lo convierte en un desafío para muchos menores.

En una enseñanza efectiva debe, más que imponer, procurar incentivar un mayor interés, una motivación intrínseca en el menor para así lograr una mejor participación y comunicación, cooperación e interacción que finalmente desembocará en una madurez psicomotriz y psicosocial y la literatura representa un medio efectivo, lúdico y de fácil acceso y aplicación.

Finalizo con una cita de Luis Fernando Lara (2009, p. 55) sobre la importancia de la lectoescritura: “El aprendizaje de la lectura y la escritura es una práctica comunicativa social cuyo principal valor reside en la capacidad individual para adentrarse en la cultura y en el dominio de la civilización donde vive”.


Bibliografía

Dale, P. (1980). El desarrollo del lenguaje. Un enfoque psicolingüístico. México: Trillas.

Ferreiro, E. (1980). Psicogénesis de la escritura.

Lara, L. (2009). “La escritura como tradición y como instrumento de reflexión”. En Relaciones (in)dependientes entre oralidad y escritura. México: Gedisa.

Oseas, F. (Sfe). Mis 301 dinámicas para la adquisición de la lectoescritura. Bogotá: Gil Editores.

Sánchez, M. T. (1998). Didáctica de la literatura infantil. México: Secretaría de Educación Pública.

Simone, R. (2009). Diario lingüístico de una niña. ¿Qué quiere decir Maistock? México: Gedisa.

Vygotsky, L. (2009). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Madrid: Crítica.


Jumb30

La mentalidad divorcista

Juan Castañeda Jiménez


Jumb31

Clase media deslactosada

Jesús Loza Sánchez


Jumb32

Ubicuidad virtual

Ortega | Núñez


Jumb33

Escritura creativa

Julio Alberto Valtierra


Jumb41

Klimt y los signos

Andrea Avelar


Jumb40

Carlos Villaseñor

Blanca Brambila Medrano


Jumb38

Escenas de sol y de luna

Ernesto Loza