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Abigael Bohórquez y Raúl Bañuelos
Identidades dinámicas de la poesía mexicana

José Antonio Neri Tello

Cuando se habla de poesía mexicana, ¿desde qué perspectiva se habla de lo mexicano? Y más aún, si esta es una constante construcción inacabada y difícil de asir. Tratar de definirla es casi imposible; la implementación de criterios de selección para una antología resulta una tarea imposible si consideramos que la literatura también es parte de un proceso histórico, que además se compone de diferentes realidades.

Cada lengua propone una realidad. Harold Bloom propone, en el Canon occidental, una identidad literaria revisada desde lo histórico, y separa los escritores contemporáneos imprescindibles en tres grupos que corresponden a tres periodos de la historia universal: la edad aristocrática, en donde pone al centro a William Shakespeare, junto con Cervantes y Moliere; la edad democrática, en la que pone a Emily Dickinson, a Wordsworth y Whitman, entre otros, y la edad caótica, en la que figuran Freud, Neruda, Borges, Pessoa, Wolf.

En la revisión de autores propuestos en este libro, Harold Bloom nos acerca a la conformación de un canon entendido como una serie de lectura que de alguna manera nos dan identidad como cultura occidental.

¿Pero qué pasa en México, ya como una región muy delimitada en tiempo y espacio?

En el caso del Canon occidental, se antepone una época clásica que antecede a la moderna, y el escritor mayor recae en la figura de Homero. En México existe el debate sobre cuáles deberían ser las raíces propias que nos configuran como pueblo. Para algunos es necesario partir de la época precolombina, y de allí escritores como Nezahualcóyotl o el libro del Popol Vuh son parte de la poesía mexicana, y autores como sor Juana Inés de la Cruz deberían considerarse parte de la literatura novohispana. Sin embargo, se cuestiona el origen de lo “mexicano” y se propone su configuración a partir de la mezcla de las culturas indígenas originarias y la española conquistadora, por lo que escritores precolombinos y novohispanos quedan como referentes de las raíces, pero lo “mexicano”, ya como una identidad consolidada, está en lo mestizo.

Y si revisamos lo histórico, tendríamos que tomar en cuenta que el México moderno ha pasado por las luchas de independencia, las guerras de intervención, la república restaurada, el porfiriato, la revolución mexicana, el México institucional y la época contemporánea. Y en cada etapa de su historia la configuración de lo mexicano ha ido de la mano de la necesidad de definir lo mexicano con ideologías y características diferentes, por lo que la definición de lo mexicano resulta imposible.

Cada antología de poesía mexicana tratan de definir esta identidad, y paralelamente aparece una discusión en torno a los escritores que presenta. La Antología de la poesía mexicana moderna de Jorge Cuesta, publicada en 1928, estuvo cuestionada por Manuel Maples Arce, quien en 1940 publica su visión de la poesía moderna, retomando el mismo nombre de la antología de Cuesta.

Octavio Paz en Poesía en movimiento propone una revisión histórica de la poesía, en la que ubica a los poetas jóvenes como un origen y al pasado histórico como un destino. Esta antología también estuvo envuelta en el cuestionamiento. Gabriel Zaid propone, como respuesta a la antología de Paz, Ómnibus de la poesía mexicana y Asamblea de poetas jóvenes. Juan Domingo Argüelles también propone una nueva revisión de la poesía mexicana partiendo desde lo histórico en dos libros: Antología general de la poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días y Antología general de la poesía mexicana. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días.

Los esfuerzos por definir están allí, sin embargo la poesía mexicana es imposible de asir, los referentes históricos están en constante movimiento, la obra de autores que en su momento fueron ignorados, o poco valorados, vuelve a salir a la luz y es nuevamente revalorada, encontrando escritores que no figuraban en la escena nacional o que eran relegados. Los nombres de Ramón Martínez Ocaranza, Juan Martínez, Carlos Gutiérrez Cruz o Enrique González Rojo vuelven a ser retomados por los escritores jóvenes, y los referentes históricos se desplazan para dar lugar a una nueva revaloración de poéticas y también forman parte de una concepción poética.

Lo mexicano es imposible de definir, su construcción histórica también está en formación, los poco más de 200 años que llevamos como país independiente no nos bastan para definirnos. La poesía escrita en estos años, y en las épocas anteriores, nos habla también de que hay mucho por descubrir desde los referentes históricos. Las antologías sólo son un acercamiento a esa identidad viva y dinámica. Para mostrar este panorama que conforma una identidad dinámica dentro de la poesía mexicana revisemos dos casos.


Abigael Bohórquez: la configuración de lo árido

En la región norte de México el clima es árido. En Sonora es semiseco, llueve sólo dos meses al año, y han llegado a presentarse severas sequías. El desierto es paisaje que se adentra y nos llama a recorrer nuestros páramos y sombras.

Nuestra primera puerta la situamos en la figura de Abigael Bohórquez. Nuestra decisión de comenzar con él nuestra partida es porque sobre él recaerá uno de los preceptos mencionados en la introducción del artículo, el movimiento de los referentes históricos en la búsqueda de una identidad poética. Además, es brindarle un pequeño homenaje, ya que su producción poética fue poco valorada en su momento.

En la búsqueda de una identidad poética que parta desde los cambios que se han presentado a través de lo histórico, son recurrentes los nombres de José Emilio Pacheco, Homero Aridjis, Hugo Gutiérrez Vega, Juan Bañuelos e incluso de José Carlos Becerra… y ninguno de los estudiosos de la literatura ponen en tela de juicios su aporte y su valor en la poesía, gozaron del reconocimiento que sustentaba su obra. Todos ellos formaban parte de una misma generación, compartieron el mismo contexto histórico, y aunque sus búsquedas poéticas fueron diferentes compartían ciertas coincidencias. Abigael Bohórquez no. Hoy sabemos que durante su vida ir a contracorriente fue la constante, y en la exclusión sistemática e institucional encontró su modus vivendi.

El clima semiseco y la escasez de agua provoca que la gente del norte economice lo más que pueda sus recursos; además, en un ambiente desértico esta condición provoca la unión entre sus habitantes, saben que para salir adelante debe apostarse a la empatía y a la comunicación franca. Es decir, la presentación de la palabra sin tapujos de por medio: “Pero / he aquí / que Abigael Bohórquez / tiene que vivir. / A como dé lugar, se dice. / Resuelve. Vuelve a sentar palabra. / Y premoniza. / Andando. / Hoy es día de muertos. / Y por eso”.

Con estas líneas comienza la recopilación hecha por Claudia Barreda en el libro Poesía en prenda, editado por Mantis editores-Écrits des Forges en 2010. Bohórquez hace de sí un centro poético, no para mostrar ni para vanagloriarse, sino porque tiene que configurarse, ante él, la indiferencia social y la exclusión.

Su desierto interno, en toda su obra poética, no lo abandonará, por lo que su poesía se tornará confesional e íntima. Con ella recorre un mundo que, él lo sabe, no le pertenece.

En sus poemas convive la derrota congénita. El tiempo desaparece y lo que el poeta enuncia no tiene tiempo. La noche evoca sus fantasmas internos y lo obliga a dormir y despertar con ellos: “Suben las escaleras de la noche / con guantes de amargura / mis voces, / porque no pueden irse ni quedarse. / Por acostarse con la soledad / mis huesos, / nadie los quiere”.

La soledad y la melancolía son la constante y la configuración de su ser, la noche se tiende y sabe que sobre la ciudad sólo es un forastero. No pertenece a ningún sitio. Debe explicarse para sí quién es. La conformación de su yo poético, desde lo interno y para lo interno, le hacen crear un espacio lejos de la exclusión y el señalamiento. Él sabe que es, y que la ciudad que recorre no le pertenece, esa es la constante de su diálogo íntimo: la definición de los espacios a los que no pertenece.

Su condición marginal, y de marginado, le provocaron no figurar en los compendios de poesía de su época, pasó casi en calidad de invisible. Murió entre el 25 y 26 de noviembre de 1995, de un paro al corazón. Si su vida estuvo llena de exclusión y soledades, enfrentó su muerte en solitario: su cuerpo fue descubierto días después.

Hoy, a décadas de su muerte, su obra aparece en el panorama de la poesía contemporánea. Los más jóvenes descubren en su poesía una torrencial luz, una poesía llena de vida tras esa máscara decadente. A su muerte, cambia el registro de la identidad poética y comienza la transformación a un nuevo referente histórico.


Raúl Bañuelos: la configuración de la niñez y del barrio

En la búsqueda de un registro nacional, los compiladores pocas veces toman en cuenta que cualquier esfuerzo por mostrar un panorama, dejará de lado recovecos que sólo podrían mostrarse con una mirada microscópica, y en ellos se revelará, sin esos prejuicios regionales o localistas, una poesía con una profundidad y una transparencia universal.

Un caso similar al de Abigael Bohórquez se encuentra en la poética de Raúl Bañuelos. Aunque su poesía goza de un reconocimiento muy cálido en el estado de Jalisco, en el panorama nacional es una voz que se está redescubriendo por los poetas jóvenes.

¿De dónde nace la voz poética? La comunidad es el espacio donde se confieren rasgos y características al hombre. En ella se crean códigos y formas de pensamiento válidos en los que se ha de dirigir lo comunal. La voz poética entonces es una posibilidad y una comunión entre todos.

A Raúl Bañuelos le corresponde ser el poeta de la comunidad, aquel que es capaz de recoger la voz de todos, de sus necesidades, de sus preocupaciones y de sus participaciones y comuniones para ofrecerlas al propio pueblo: “Todos los pobres son comunistas naturales. / Pero no los pueden exterminar a todos. / Los poderosos tendrían que trabajar / la tierra, velar sus fábricas, dar / clases de filosofía y ética a sus hijos, / ponerse a forjar su cuerpo de danzarines, / hacerse músicos y poetas para beber / el tinto de la tarde sin conciencia de culpa, / aprender a mirar la lluvia / sin impaciencia”.

Esta característica le permitirá entrar al poema desde su naturaleza mística. Poesía es comunión: lo que le pertenece a uno le pertenece a todos. La poesía es la palabra abrasadora, cálida, a veces quema, pero otras veces (las más) reconforta.

La búsqueda de una poesía para los demás y la comunión mística nos regresan al origen. En este punto es posible la reconstrucción de la memoria histórica, no desde la narración cronológica de los hechos, no desde la eternización de las fechas, sino desde la eternización de lo sensitivo, desde una lógica y un razonamiento emotivo y poético.

La voz poética de Raúl se nutre de las demás voces. Escucha de los demás poetas y encuentra en ellos la propia.

Con esa voz reconstruye el tiempo, desdobla el barrio y lo trae al presente. El origen del barrio es mítico, de él nace la historia y la colectividad tiene sentido y alma, y todos existen porque son nombrados, y son nombrados porque el alma brota como un ojo del agua para que todos nos bañemos en la nostalgia: “Tú eras un niño en dos piernas / para andar toda la distancia / de la casa de tu vida / a la tienda de la esquina, / por un chicle, dos refrescos, tres estampas / para el álbum de las cosas que viven / y mueren”.

La nostalgia nos lleva irremediablemente a la niñez. En el caso de Raúl Bañuelos, su voz no es una remembranza de la infancia, es su niñez hecha voz. El descubrimiento y el asombro son elementos esenciales para explicarse el mundo. Raúl se desdobla, y sabe que su niño tiene una edad interminable, es decir, los años no acaban o no merman su capacidad de razonar desde una lógica elemental y mística. “Al niño que fui / tengo que decirle tanto. / Que no se suelte de mi mano, / por ejemplo, porque me pierdo / o lo atropellan. / Que lo quiero todavía”.

La poesía de Bañuelos se vuelve generosa, está para todos y en cualquier momento. En su esencia vital, esta es característica de su persona. Su casa está abierta para todos. Durante décadas ha llevados talleres de manera gratuita, ha sido un buen maestro para muchos y para todos aquellos que buscan un acercamiento personal a la poesía, como él mismo lo ha dejado escrito: “A la poesía todo / se lo debo. / Y no tengo poesía / con qué pagarle”.


Bibliografía

Bañuelos, Raúl (2010). Puertas del cielo. Guadalajara: Secretaría de Cultura de Jalisco.

Bañuelos, Raúl, Medina, Dante, Souza, Jorge (2004). Poesía viva de Jalisco. Guadalajara: Secretaría de Cultura de Jalisco.

Barreda, Claudia (2010). Poesía en prenda. Guadalajara: Mantis editores-Écrits des Forges-Instituto Sonorense de Cultura-Universidad Autónoma de Sinaloa.

Bohórquez, Abigael. “Breve antología”. Círculo de poesía. Recuperado de http://circulodepoesia.com/2010/10/breve-antologia-de-abigael-bohorquez/ el 24 de septiembre de 2017.

Enciclopedia de la literatura en México. “Abigahel Bohórquez”. Recuperado de http://www.elem.mx/autor/datos/1952 el 23 de septiembre de 2017.


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