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Klimt, Manet, la mirada y la luz

Paulina García González

No existe ningún autorretrato mío. No me interesa mi propia
personalidad como objeto de un cuadro, sino más bien me
interesan otras personas, en especial mujeres, otras
apariencias… estoy convencido de que como persona no
soy especialmente interesante.
Gustav Klimt

Acercarse a la vida de un pintor simbolista como Gustav Klimt, (1862-1918) permite descubrir en sus obras un lenguaje propio de símbolos, la magia de los clásicos de la mitología griega y, a la vez, la historia de la cultura de su ciudad natal: Viena.

La pintura de Klimt vista por los ojos de Michael Foucault nos adentra en el uso del color oro que utilizaba el pintor en su llamado “periodo dorado”, el cual correspondió a un momento de gran esplendor para toda su obra.

Klimt innovó al utilizar oro molido como parte de la decoración y color que daba vida a su pintura. El artista manifestó una gran predilección por el retrato de mujeres desnudas, sobre todo pelirrojas, por ser consideradas en aquella época lo más cercano a una femme fatale.

De cierta manera el manejo del personaje femenino dentro de la pintura de Klimt se asemeja a la pintura de Manet, en la cual el pintor no busca el prototipo de belleza clásico; Klimt, por su parte, retoma los mitos griegos y temas clásicos llevados a una época diferente, dando movimiento a sus pinturas por medio de la fuerza femenina.

De igual forma, el manejo de la iluminación es importante para ambos artistas. Sin la iluminación de la que nos habla Foucautl en La pintura de Manet, las obras de Klimt no tendrían el toque que tanto las caracteriza, no reflejarían el tema central de la pintura y lo que se busca no quedaría en primer plano a los ojos del observador.

A pesar de que Manet es un pintor impresionista y Klimt, simbolista, ambos comparten planos similares al momento de proyectar su obra. En distintas obras del artista vienés percibimos el uso de las propiedades materiales del espacio y cómo el artista juega con ellas, tal es el caso de El Beso, Las tres edades de la mujer, Palas Atenea, Judith I, entre otras.


Klimt

En Judith I observamos que Klimt coloca, en un primer plano, a la mujer como símbolo de fuerza y poder, y en un segundo plano el hombre aparece en el extremo izquierdo del cuadro. Klimt utiliza distintos símbolos tanto para la mujeres como para el hombre; en el caso de las mujeres utiliza óvalos, y en el de los hombres, una especie de figuras cilíndricas. Lo anterior es muy notorio en el collar que lleva puesto la mujer.

En distintas obras de Manet, como Baile de máscaras en la ópera, tenemos la impresión de que el cuadro no termina ahí, queda la sensación de que hay algo más después del contorno que termina con la pintura, provoca que nos movamos de un lado a otro para apreciarla mejor, como queriendo descubrir la otra parte del rostro del hombre. Foucault considera que con ello se pretende hacer olvidar al espectador que la pintura descansa sobre una superficie material por un espacio delimitado, para mantener la posibilidad de contemplar la obra desde diferentes ópticas.

De alguna manera, al contemplar Judith I es inevitable pensar en la Olympiade Manet, la cual fue censurada por la sociedad de la época, tal como sucedió con varias pinturas de Klimt por considerarlas escandalosas e inmorales.


Manet

En ambas obras observamos que la mujer no corresponde al prototipo de belleza clásico; Foucault las califica como extremadamente feas; desde mi punto de vista, se trata de una belleza estética distinta a la convencional. En la pintura de Klimt, las mujeres suelen tener rasgos muy bellos aunque en ocasiones un poco toscos.

Pero la similitud más importante que encuentro entre ambas obras es el hecho de que las dos mujeres miran al espectador sin miedo. Miran hacia el frente sin esconder el rostro o agacharlo, incluso en Judith I el mentón se levanta un poco como símbolo de superioridad; observo algo parecido en Olympia; en todo momento se puede observar a una mujer que descansa desnuda sin importar quién la observe. Ambas mujeres existen al ser observadas por el espectador.

Y es precisamente este punto en donde ambas obras toman el sentido que quizá ambos pintores buscaban. Así lo explica Foucault:

“La propia mirada del espectador sobre la desnudez ilumina a Olympia. Nosotros la hacemos visible: nuestra mirada sobre Olympia es alumbradora, nuestra mirada proyecta la luz. Nosotros somos los responsables de la visibilidad y la desnudez de Olympia. Está desnuda solo gracias a nosotros, porque nosotros la desnudamos; y la desnudamos porque al mirarla la iluminamos, ya que nuestra mirada y la iluminación son una misma cosa. Mirar un cuadro e iluminarlo no es sino una única cosa, una misma cosa, en el caso de un lienzo como este, por eso somos partícipes —como lo es cualquier espectador— de esta desnudez y, hasta cierto punto, la iluminación; somos incluso responsables de ella. Por tanto, ya han visto cómo una transformación estética puede provocar un escándalo moral”.


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