Expresión de fuego (o la voz potente del relámpago)

Con él estaba yo ordenándolo todo,
Y en su delicia de día en día,
Teniendo solaz delante de él en todo tiempo,
Me regocijo en la parte habitable de su tierra;
Y mis delicias son con los hijos de los hombres.
Proverbios 8:30-31

El deber de todo poeta ante la palabra es nombrar lo grande, con la minucia del verso develar pretenciosamente los quehaceres del universo. Quien decide tomar el oficio de poeta debe anhelar concentrar en la punta de los dedos “un poder realmente grande–dicta el I Ching– […] que no degenere en mera fuerza prepotente, sino que antes bien(permanezca)íntimamente ligado a los principios de derecho y justicia”. Nuestro tiempo, como todos los que nos han precedido, es época de caos, ya sea político, educativo o moral; y el arte (así, el arte) funge como un termómetro de la calidad de vida de los estados. Acerca de esto escribía Hermann Hesse que “la música de una época inquieta es excitada y rabiosa, y su gobierno naufraga. La música de un Estado decadente es sentimental y triste, y su gobierno inestable”. Nuestra ciudad es patria de poetas, república contrariamente poblada de bardos, desde rabiosos hasta serenos, desde malditos hasta “malitos”, es tierra donde algunos buscan publicar con la hogaza aún caliente pues apuestan por esta esencia de primer intento, así a los años se arrepientan por haberse precipitado; pero también hay los serenos y decantados, quienes liman y pulen el verso hasta que sea el testimonio más nítido del arder de la zarza en el ápice de la tinta. Y en estos poetas fríamente serenos quiero ubicar a la joven pluma de Fernando Carrera, que nos ofrece su pozo de agua, para deslumbrarnos con su Expresión de fuego, publicado por Mantis editores.
La escritura de Carrera no va de prisa, como si se opusiera a su propio apelativo. Es lenta y decantada. Cedazo, su oficio es el de los arcaicos, vieja labor de nombrar los hechos; poeta primigenio, es dueño de un verso que rastrea la luz primera, lo aún no nombrado. Su pluma, dirigida por el impulso de nombrar y en ello reflejarse, se identifica en la siempre búsqueda de lo otro: el antes, la luz del pensamiento tras el impulso humano, allí donde era la luz / el pensamiento intacto de toda esencia. La apuesta escritural de Carrera es por una voz poética determinada por el oficio arcaico y adánico de nombrar con el propósito de perpetuar el movimiento, de humanizarlo para que nos pertenezca mediante la palabra que es producto de hombre. Ante la energía del movimiento, la palabra fría del pensamiento congela y conserva el universo en la memoria de los tiempos, labor adánica ésta que sólo le corresponde al poeta, quien elabora su resumen de huellas / escribe su memoria de espumas en la nada. No cuenta con más herramientas que la vista (testigo siempre del pasado) y de la palabra (sílaba del pensamiento, de la reflexión): la palabra del hombre se debe convertir en torrente pues torrente es lo que nombra, incendio permanente. Ante esta realidad vertiginosa, su palabral es un juego cromático de imágenes mutantes, un rumor de cuerdas en un arpegio que conformará el telar del poema, único producto que establece estatuto al desorden: el poema, paisaje que deja letras / como testimonio de un mar inexistente, es el acto orquestal cromático llamando al oído las visiones que se humanizan. Acto de nombrar que reinventa la galaxia acústica, temblores luminosos / dentro del manantial del pensamiento. Ante este categórico, cuando la palabra ordinaria de la obra se eleva a nombrar grandezas recupera una de las mayores obras, el oficio de cantar: qué osadía la de renombrar mediante el verso al universo.
El verso es la figura exacta para decantar la musicalidad de la palabra íntima, forma perfecta del círculo como redondo es el poema. Carrera nos deleita con una gama de versos, métricos y encabalgamientos que llaman al movimiento (obsesión de este poemario), abruptos, quebrantos…, escalas que

                                                              ―se
                                                                  evaporan
                                                                                las
                                                                                     imágenes
                                                                                                 en fatuas
                                                                                                             claridades―   

Este léxico cromático enuncia el paisaje azul weberiano de los magueyales, y leemos cómo se desboca su boca en deshoras, en ser palabra del tiempo, visión de un pensamiento hecho a imagen y semejanza del maizal: palabral del oro para la boca hambrienta, sol fragmentado hecho estacas o flechas: dedos para el ojo ávido.
Si un poema debe tener una teoría, una cosmovisión que sustente la palabra de su visión poética, éste es “Principio de incertidumbre”. No es un paradigma de la negación absoluta del conocimiento, es la incertidumbre de no poseer el saber absoluto. Dice Carrera que a nuestro ojo sólo llega el pasado, sólo con estas figuras cargadas de una significación vieja entendemos el mundo en constante movimiento. Sabemos del presente porque lo que vemos es pasado, especulación de imágenes en los muros de nuestra memoria arcaica. Triste condición la del hombre, pues no sólo su historia se sustenta en el pasado, sino que nuestro presente es algo que ya existió, qué incertidumbre cuando el movimiento es la única certeza de lo que somos. No en balde la mejor poesía es la dictada por la nostalgia: somos un presente en conciencia muerto. Por lo dicho, la lucha de la poesía por aprehender la realidad de lo poético conlleva un fracaso epistemológico, aunque nos los diga Carrera con un leve tinte de optimismo:

                                                              El color se mueve
                                                      el abanico de la luz se abre
                                            y se llena de belleza nuestra ignorancia

Irrefutablemente, lo que la poesía nombra como conocimiento es un anacrónico presente pues, nos dice (aún con la voz baja de los paréntesis) que (al tiempo le miramos la nuca). Con todo y que no existen certezas, pese a todo escribimos, por eso nos salvamos.
La poesía de Carrera no tiene descanso, en el silencio mismo se manifiesta el movimiento. Su escritura busca la metáfora de la realidad en miniaturas y japonerías, en la dualidad de un haikú encadenado enuncia la palabra en el marco del silencio, escribe:

                                              En el centro de la flama
                                              palabra y caricia
                                              forman un silencio.

Y se impulsa desde el poema en fragmentación como un mandala circular, como una redondez que se repite en onomatopeyas y aliteraciones, al despeñadero del poema en prosa. Nos atrapa sus ventoleras léxicas musicales cuando leemos: …el aire    el aire    elviento eeeel   aireeeeee    vientovientoviento    vien toooo    eeel   Es un poema que jugarrea con las palabras que se desgravan para transparentarse emparentándose con el teclear pianístico jarretiano de vientos wind de vientos wind hasta tocarse el aire que habla de sí en una paráfrasis que no calla ni encalla en sí mismas estas letras que no pueden sostenerse si no es en hojarascas o en enunciaciones proverbiales de una mujer (que) danza en esta piel a la cual no se puede nombrar de nuevo. El poema en prosa, jazz de la poesía, que si lento se desgrana en vocales nebulosas, en una plenitud de la carne en la visión quieta, detenida en el ojo ávido, es catarsis que nos ordena el portento del viento, la voz del rayo, luz de luz, el fuego.
La aportación de Expresión de fuego es develar las gracias de la palabra poética. No son suyas las palabras ordinarias, lo suyo es un encadenamiento a favor de la búsqueda y la revelación: su poemario es un largo cantar sobre las revelaciones de la luz y el movimiento, pero también un triunfo del hombre sobre el universo que toma medida humana mediante el artificio de la palabra poetizada. Y este nombrar le exige una palabra ad hoc a la lógica arcaica y mítica, por eso la poesía se estructura de hermetismos y simbologías: con ella se rompe el monolito de la memoria arcaica para comprender lo poético de nuestro presente nostálgico. La poesía de Expresión de fuego nos invita a sospechar de nuestros habitus de conformidades. En este trabajo, el poeta es el Prometeo que declara sus raterías de la luz No me digas que no es cierto, yo le robé el tiempo a la tarde y la hice letra de fuego, que buscan rescatarnos lo real entre la mercadería de nuestro presente.
Expresión de fuego, de Fernando Carrera, libro de grandes pretensiones ¿qué le vamos a hacer? Pretensiosa es siempre la voz de un poeta joven, pretensióny fracaso, pero también un hermoso proceso de nombrar lo ya visto que duerme el sueño del monolito que es nuestra memoria plural. Mientras dure el movimiento, tomen este libro y rompan el monolito olvidado de la memoria: asómbrense con la espada luminosa del relámpago que es la Expresión de fuego.
La Micaila
Guadalajara, 13 de febrero de 2008

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